Movilización en Estados Unidos

Los sindicatos de EEUU tocan fondo con la filiación más baja en 70 años

Trabajadores del puerto californiano de Oakland cortan el tráfico en el puerto, el pasado lunes.

Trabajadores del puerto californiano de Oakland cortan el tráfico en el puerto, el pasado lunes.

RICARDO MIR DE FRANCIA

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En las mismas costas donde los activistas de Ocupa Wall Street desbarataron ayer la actividad de varios puertos industriales, se vivió en 1934 una de las mayores demostraciones de fuerza del movimiento sindical de EEUU. Los estibadores californianos se declararon en huelga para acabar con el sistema que permitía a los armadores rifarse cada mañana a las cuadrillas de trabajadores como en los antiguos mercados de esclavos. A los estibadores se sumaron los carreteros, y una huelga general paralizó San Francisco. La insurrección se extendió a los obreros textiles del sur o a los transportistas del Medio Oeste. A final de año, y pese a la sangrienta represión, 1.5 millones de trabajadores se habían plantado en todo el país.

Aunque pueda parecer la prehistoria, el movimiento obrero fue una fuerza decisiva en la vida política estadounidense, especialmente durante la Gran Depresión y tras la segunda guerra mundial, cuando se alcanzó el cénit de afiliación a los sindicatos, un 35%. Desde entonces, se enfrentan a un prolongado declive, causado tanto por sus propios errores como por la plétora de leyes que les han arrebatado muchas de sus armas de presión tradicionales. El año pasado, la sindicación en EEUU cayó hasta el 11,9%, el menor porcentaje de los últimos 70 años. Y las huelgas de más de un millar de trabajadores son casi un recuerdo de los libros de historia. Apenas cinco en el 2010, frente a las 83 de media anual en los años 80.

UNA RELACIÓN COMPLEJA / Como le ha pasado al resto de la izquierda, desplazada por la agenda ultraconservadora del Tea Party tras pincharse el globo que acompañó la elección de Barack Obama, los sindicatos han encontrado en Ocupa Wall Street (OWS) una tabla de salvamento. Desde el primer día, han apoyado sus movilizaciones, alentados por un discurso que reabre el debate sobre la desigualdad social y los privilegios obtenidos por la plutocracia a expensas de la mayoría asalariada.

Sin ese respaldo, hubiera sido imposible que algunas de las manifestaciones de los indignados adquirieran números respetables. Pero como explica Skip Roberts, un alto cargo de la Unión Internacional de Empleados de Servicio, un sindicato con más de dos millones de afiliados, no está siendo un encaje suave: «Es una relación muy sensible, porque nosotros los vemos como unos recién llegados al activismo político y ellos nos ven como una fuerza demasiado cercana al Gobierno».

No se equivocan los indignados. Los sindicatos se han convertido en un apéndice más del Partido Demócrata, mucho más receptivo a sus ideas que a las del Partido Republicano. Financian sus campañas y a cambio nutren sus cuadros en las convenciones demócratas u obtienen cargos en la Administración.

Esta cercanía ha hecho de ellos una fuerza domesticada, poco proclive al enfrentamiento directo con el establishment.

DEBILIDAD / Quizás los sindicatos son demasiado débiles. La desindustrialización de las últimas tres décadas (al trasladarse la producción a los países pobres) les ha dejado sin buena parte de su masa social, mientras los gobienos estatales y federales han ido garantizando muchas de sus prerrogativas, desincentivando así la sindicación. Desde la paga por las horas extras y las vacaciones, a la seguridad en el empleo. Aun así, sus afiliados cobran más de media (917 dólares) que el resto (717), según el Departamento de Trabajo.

Las huelgas son también un ejercicio de alto riesgo, como demostró Ronald Reagan al romper un plante en los aeropuertos despidiendo a 11.000 controladores aéreos en 1981. Desde entonces el acoso conservador es feroz. Wisconsin eliminó este año el derecho a la negociación colectiva y algunas empresas simplemente se cambian de estado para huir del incordio sindical.

Todos estos factores han empujado a los sindicatos a estar más preocupados por sobrevivir que por ser una fuerza capaz de cambiar el país. Para los indignados es un problema real porque difícilmente podrán convertirse en un movimiento verdaderamente de masas sin el respaldo militante de la que es su cantera natural. «Lo que van a hacer los sindicatos es tratar de orientar a OWS para que apoye al presidente Obama en el 2012», explica Michael Golash, expresidente de un sindicato de transportistas, acampado dos meses con los indignados.