EL DRAMA DE LA INMIGRACIÓN AFRICANA

«Los libios no tienen corazón»

Los emigrantes que tratan de cruzar el Mediterráneo no inician su odisea en el mar, sino en Libia, donde sufren la explotación y el racismo de mafias locales

A la espera 8 Inmigrantes africanos en la ciudad portuaria libia de Misrata, hace unas semanas.

A la espera 8 Inmigrantes africanos en la ciudad portuaria libia de Misrata, hace unas semanas.

BEATRIZ MESA

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Encontrar algo de sombra en Misrata, al norte de Libia, parece misión imposible. Mientras los europeos, desde sus despachos acondicionados, buscan una solución al drama de la inmigración clandestina, los simpapeles acampan bajo los árboles de esta ciudad portuaria, situada a los pies de la orilla del Mediterráneo, escondiéndose del calor abrasador de la primavera libia. Son miles. Y proceden de muchos países, de Costa de Marfil, Camerún, Níger, Nigeria, Chad, República del Congo... A todos les une el mismo reto y una única obsesión: amasar la fortuna impuesta por la mafia internacional para comprar la plaza en el destartalado barco que les conducirá al sueño europeo y hallar algo de dignidad en sus vidas.

Los mafiosos, con una pata en Libia y otra en Europa, se ocupan de capturar a los condenados de África -no solo huyen del hambre, también de las guerras- en sus países de origen para embaucarlos en trayectos llenos de soledad y, sobre todo, de violencia. «Parece que los libios no tienen corazón porque nos consideran casi animales. A veces nos obligan a trabajar como esclavos y, encima, no pagan», explicaba recientemente a este diario en Misrata uno de esos inmigrantes víctimas del racismo libio.

Con suerte, solo se convierten en víctimas del desprecio porque, en muchas ocasiones, se producen situaciones en las que asocian a los negros con los mercenarios que trabajaron del lado del excoronel Muammar el Gadafi y son detenidos y torturados. Más de 8.000 inmigrantes, según ha denunciado la organización de derechos humanos Human Rights Watch (HRW), permanecen hacinados en 19 centros de detención controlados por los poderes libios.

Los simpapeles suelen atravesar las ciudades sureñas de Murzuq y Sebha, en la región de Fezzan, por donde cruza el paso del Salvador, una pista desértica, oculta entre dunas y montañas, abierta a contrabandistas, narcos y traficantes de personas cuya misión es la de exportar a los inmigrantes hasta las ciudades portuarias del norte de Libia (Misrata, Trípoli, Zawia, Garabulli…).

Para Karim, nigeriano, de 27 años, nada más superar Agadez (Níger) -la principal base de inmigrantes clandestinos y donde se empieza a pasar por caja para apoquinar el derecho a gueto-, el calvario despega en territorio libio. Debe afrontar el desprecio de los árabes y pagar en cada puesto de control alrededor de 30 dinares (unos 20 euros) para poder continuar el trayecto hacia el norte de Libia.

Los checkpoints se los reparten las diferentes comunidades tribales que controlan el sur del país magrebí. Cada grupo se beneficia del paso del convoy de inmigrantes que atraviesan sus rutas, siendo este el origen de las rivalidades -muchas veces sangrientas- entre los tuaregs, los árabes y los tabous que buscan sacar la mayor rentabilidad económica posible a un territorio virgen. Los aviones, los helicópteros y las patrulleras del régimen de Gadafi dejaron de supervisar estas tierras nada más caer el dictador, abriendo las puertas de par en par a los depredadores del crimen organizado.

Gran fortuna

«El problema no son solo los pagos en los puestos de control hasta llegar a Misrata o Trípoli, sino lo más de mil euros que están obligados a pagar si quieren entrar en una barca. La inmigración genera una gran fortuna», explica a este diario el miliciano libio Kamal Slak, del Gobierno de Trípoli, que a diario se cruza en su ciudad, Misrata, con inmigrantes ansiosos por encontrar un empleo, en lo que sea, para sufragar los gastos de su ruda huida hacia Europa.

En función del tipo de barca, el coste es mayor. Las embarcaciones pequeñas, con una capacidad de hasta 40 plazas, puede suponer al inmigrante entre 2.000 y 3.000 euros. Eso sí, el desafío no se acaba aquí. Una vez en la barca, y ya en el mar, se corre el riesgo de que el motor, teniendo en cuenta la travesía de tres días hasta llegar a Malta, y cuatro días, al sur de Italia, a una vertiginosa velocidad, se queme a las puertas de la costa. El que sepa nadar, puede que se salve. Pero no es garantía, ni mucho menos.