protesta en el centro de la capital británica

Los indignados de Londres ponen en jaque a la Iglesia anglicana

Una mujer indignada acampada frente a la catedral de San Pablo de Londres, ayer.

Una mujer indignada acampada frente a la catedral de San Pablo de Londres, ayer.

BEGOÑA ARCE
LONDRES

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Desde el pasado 15 de octubre, los militantes anticapitalistas ocupan uno de los emplazamientos más turísticos y simbólicos de Londres. El movimiento hermano del de los indignados españoles ha colocado su campamento a las puertas de la catedral de San Pablo, en el corazón del barrio financiero. Lo que en principio fueron 70 tiendas de campaña son ahora 200 y ni las autoridades eclesiásticas ni las municipales saben qué hacer para convencer a los ocupantes de que se marchen.

Los responsables de la catedral dieron ayer marcha atrás y abandonaron las gestiones legales que habían iniciado el pasado día 28 para desalojarles por la fuerza. «Queremos hallar una solución constructiva y evitar el desalojo forzoso», declaró un portavoz de la curia catedralicia. Las autoridades de la City suspendieron anoche temporalmente las diligencias que hubieran obligado a levantar el campamento en un plazo de 48 horas. Los manifestantes han ganado tiempo, pero la situación puede volver a cambiar rápidamente.

La protesta está poniendo a la catedral de San Pablo en una encrucijada. Fueron los propios responsables de San Pablo los que invitaron a los manifestantes a instalarse en la plaza frente a la catedral cuando la policía antidisturbios les impidió acceder al edificio de la Bolsa, como era su intención inicial. La Iglesia anglicana ha venido criticando en términos muy duros la avaricia y los desmanes financieros.

Sin embargo, «San Pablo puede desafiar a la City, pero no puede ir en contra de la City. Todo esos banqueros pertenecen a esta parroquia», advertía el analista religioso Paul Bickley, de la organización Theos. «Es imposible que San Pablo dé un apoyo incondicional a los manifestantes», añadió.

DOS DIMISIONES / Dos altos miembros del clero, el responsable de las relaciones con la City, Giles Fraser, y el propio deán, Graeme Knowles, han dimitido ya a causa de la protesta. Knowles había cerrado unos días la catedral a los visitantes, por razones de seguridad e higiene, algo que no ocurrió ni durante los bombardeos alemanes durante la segunda guerra mundial.

Aunque en principio el deán apoyó a los acampados, más tarde quiso desalojarles y el lunes renunció, alegando que su posición en el cargo era «insostenible».

El máximo responsable de la Iglesia anglicana, el arzobispo de Canterbury, da por su parte la razón a los manifestantes que «oponiéndose a la avaricia de las empresas», han planteado «cuestiones urgentes». «Nosotros como Iglesia y como sociedad debemos trabajar para asegurarnos de que esos asuntos se plantean adecuadamente». Los acampados advierten de que están preparados para responder a cualquier acción legal de desalojo.