Los interrogantes

Los británicos buscan las razones de los disturbios

El debate se centra en si hay causas sociales o delincuencia pura y simple

Un coche incendiado  por jóvenes en una calle del barrio de Hackney, el pasado lunes.

Un coche incendiado por jóvenes en una calle del barrio de Hackney, el pasado lunes.

MONTSERRAT Radigales

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La jueza Elizabeth Roscoe no se lo podía creer. Acababa de comparecer ante ella, en el Tribunal de Magistrados de Westminster, una niña de 14 años que había saqueado ropa, productos cosméticos y CDs de una tienda. A causa de su edad, la iba a dejar en libertad condicional, aunque bajo control electrónico e imponiéndole un toque de queda. «¿Donde están sus padres?», preguntó la jueza. Allí no estaban. No se habían molestado en acompañarla. La niña estaba sola en el juzgado.

La abogada defensora, Jenny Winter, explicó que los padres estaban trabajando pero que una hermana, también adolescente, estaba en casa. «Que llamen a los padres. Esta niña no sale de aquí hasta que uno de los dos venga a buscarla», replicó furiosa la magistrada. «Está muy bien que trabajen, pero su hija está en el banquillo de los acusados», añadió. Al final se pudo localizar a la madre que fue a buscarla. La menor llevaba tres semanas fuera de su casa, en el barrio londinense de Tottenham, y fue detenida cuando regresó con los artículos robados.

El incidente en el juzgado, ocurrido el viernes, ilustra uno de los argumentos más utilizados en el intento de explicar lo que parece inexplicable: la vorágine de violencia y robo a la que, durante cuatro noches, se entregaron miles de jóvenes y adolescentes en varias ciudades de Inglaterra. Según este razonamiento, muchos padres y madres han abdicado de su función parental y educativa. O pasan de sus hijos o son incapaces de controlarlos o, incluso, no se atreven a enfrentarse a ellos.

FALTA DE RESPETO / Esta argumentación enlaza con otra igualmente extendida: la pérdida del respeto a la autoridad de los padres, de los maestros, de los poderes públicos. Y la falta de respeto por el prójimo. «Se ha acabado la época en que la gente decía 'por favor' y 'gracias'", se lamentaba un hombre de unos 50 años en la televisión. «Los niños llaman a sus maestros por el nombre de pila», se quejaba una mujer.

Sería absurdo generalizar. Los que participaron en los actos vandálicos son una minoría y, frente a ellos, se han producido innumerables muestras de civismo y solidaridad ciudadana, de las que han sido copartícipes mayores y jóvenes. Pero lo ocurrido es un síntoma de que algo anda muy mal. «Una parte de la sociedad está enferma», afirmó el primer ministro, David Cameron.

La dejadez parental es uno de los pocos argumentos en el que coinciden la derecha y parte de la izquierda. Y no falta quien culpa a los poderes públicos y la presión social. El sistema de protección de menores en Gran Bretaña es muy fuerte y algunos padres no se atreven a imponer una disciplina. El diario progresista The Guardian citaba el jueves a una mujer, llamada Chris que dijo sentirse presionada para no disciplinar a sus hijos. «La responsabilidad ha sido arrebatada a los padres. La gente aquí llama a los servicios sociales si te oyen levantando la voz a tu hijo (...) Está muy bien tratar de ser liberal, pero a los padres y las madres hay que devolverles el derecho a ser padre y madre», señaló Chris.

Clasford Stirling, un trabajador social que lleva años ocupándose de los problemas juveniles se muestra de acuerdo. «Los padres tienen miedo de castigar a los niños», afirmó.

Este país, de 61 millones de habitantes y uno de los más diversos del planeta desde el punto de vista étnico y cultural, está conmocionado y profundamente perplejo; no acaba de entender cómo ha podido ocurrir algo así. Políticos, sociólogos y todo tipo de expertos aventuran las más diversas teorías y se aprecia la división ideológica. Lo que es seguro es que no hay una única causa.

Para Cameron, se trata de «delincuencia, pura y simple». La número dos del Partido Laborista, Harriet Harman, afirmó que la única razón son los recortes que ha impuesto el Gobierno y que han dejado a los jóvenes sin perspectivas de futuro. Pero el líder laborista, Ed Miliband, se distanció en parte de este discurso y afirmó: «Todos nosotros somos responsables por la falta de responsabilidad en la sociedad».

El cierre de centros juveniles, la subida de las tasas universitarias, el paro, la exclusión social, las tácticas policiales de registros aleatorios en la calle, que a menudo se ceban en las minorías étnicas, todo parece haberse conjurado para crear resentimiento. La tasa de desempleo es del 7,7%, pero entre los jóvenes de hasta 24 años se eleva al 20%. Las estadísticas muestran casi un millón de ninis (ni estudian ni trabajan) en la franja de edad de los 16 a los 24 años. La crisis económica ha hecho mella. El consumismo y la frustración -no puedo comprar eso, lo robo- también. Pero, siendo cierto, nada de eso explica totalmente lo sucedido.

Porque ¿como se entiende que no hubiera disturbios en Gales, donde el paro juvenil (22,5%) es el más alto del país, y que sí los hubiera en Saint John's Woods, uno de los distritos más acomodados de Londres, o en Enfield? ¿O que entre los detenidos haya un profesor, un estudiante de Derecho, la hija de un millonario a la que pillaron con varios televisores en el maletero del coche, o incluso una embajadora olímpica?

Algunos psicólogos han comparado el fenómeno con el de los hooligans en el fútbol. «En grupo, la gente se siente poderosa y hace cosas que nunca haría como individuo», afirma el criminólogo John Pitts.