Análisis

Los amigos del puebIo

Los amigos del puebIo_MEDIA_1

Los amigos del puebIo_MEDIA_1

FERRAN GALLEGO
HISTORIADOR

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Existen acontecimientos cuya actualidad adquiere el rango de un símbolo. La matanza de Utoya tiene este carácter. No es el síntoma de un determinado malestar en nuestra cultura, como podría ser el crecimiento electoral de la extrema derecha xenófoba. El método empleado identifica de nuevo el contenido y el mensaje. Ambos han sido la aniquilación física de quienes representan aquello que se odia. No se ha disparado contra un grupo de inmigrantes, sino sobre aquellos miembros de la misma comunidad nacional que, a causa de su deslealtad, son los verdaderos responsables de lo que ocurre. Los disparos deBreivik han fijado una línea de demarcación ya conocida en la historia europea, una frontera moral y mortal que separa a amigos y enemigos del pueblo. La extrema derecha parlamentaria, tan izada en los últimos resultados electorales de los países nórdicos, ha mostrado su vergüenza por los crímenes, aunque uno se pregunta si la condena no expresará un desacuerdo con la calidad simbólica que proporcionan a la opinión pública, superando ese confortable espacio de síntoma de rechazo que denotaba el voto a sus formaciones. Sin embargo, el síntoma y el símbolo constituyen partes de un mismo universo cultural y político.

Si en su momento nos sorprendió que la Francia de prestigio republicano diera a luz un engendro nacionalista capaz de condicionar la vida política del país desde mediados de los años 80, ahora parece alarmarnos que unas naciones de clima frío y carácter templado se inclinen por votar opciones políticas que expresan su rechazo a una sociedad intercultural que es el puro y simple rostro humano de la globalización. No me refiero a su aspecto amable y sin conflictos, sino a una concreción que añade complejidad a nuestras vidas, pero a la que no se le permite la impunidad con que otros factores han actuado en los últimos 40 años, destruyendo un régimen basado en la negociación permanente de las condiciones de vida de los ciudadanos. La inmigración sirvió para aglutinar los diversos miedos de europeos del sur y del centro de Europa que advirtieron la pérdida de tales condiciones, y señalaron a los inmigrantes para recuperar la soberanía que el sistema no quería ni podía seguir proporcionándoles.

En los países nórdicos, la magnitud del voto a la extrema derecha poco tiene que ver con la proporción de población inmigrada con la que cuentan. Pero el miedo no responde a una experiencia, sino a una amenaza. Y, sobre todo, a haber asistido a la forma en que el centro y el sur de Europa respondían, hace unos años, a la devastación de la sociedad del bienestar con la movilización populista y xenófoba.

El éxito electoral de la extrema derecha nórdica es el resultado de un contagio que viaja de sur a norte, la caída en la tentación de una demagogia rentable porque obedece a una percepción social que tantos denuncian y tan pocos discuten. Los disparos de Utoya nunca podrán ser ajenos a la dudosa inocuidad de las palabras, a la normalización de una educada violencia verbal, a las temperaturas de ebullición de los arquetipos. Y el eco es siempre más sonoro que las voces, pero nunca menos significativo.