Aniversario del desastre de Fukushima

Japón sigue en vilo por miedo a la radiación

Los japoneses se habitúan a consultar medidores por temor a enfermedades

Unos estudiantes caminan junto a un medidor de radiación en la escuela de Omika, cerca de Fukushima.

Unos estudiantes caminan junto a un medidor de radiación en la escuela de Omika, cerca de Fukushima.

ADRIÁN FONCILLAS
PEKÍN

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El mundo se familiarizaba el pasado año con conceptos tan abstrusos como becquerels, milisieverts o cesio mientras la planta nuclear de Fukushima encadenaba incendios y explosiones que liberaban radiactividad hacia todas las esquinas del mundo. Hoy aún no se conoce a ninguna víctima mortal. El Gobierno ha calificado 573 muertes como «relacionadas con el accidente», que otorga a sus herederos una indemnización de cinco millones de yuanes. Pero la causa no fue la radiactividad, sino la fatiga o el agravamiento de enfermedades crónicas, generalmente en ancianos.

Sigue vigente el radio de exclusión de 20 kilómetros en torno a la central. Unos kilómetros más allá, la radiactividad forma parte de la cotidianeidad: los ciudadanos consultan sus propios medidores de radiactividad a cada momento y evitan ingerir productos de la zona, mientras los colegios limitan el tiempo de recreo exterior de los niños. Tokio promete a la población que no sufrirá efectos inmediatos y esta se pregunta si, a sensu contrario, aparecerán más tarde.

DOSIS BAJAS / Hay acuerdo en que las dosis de radiactividad son bajas. Un estudio en la prefectura de Fukushima revelaba que casi el 60% de los ciudadanos no había sido expuesto a más de un milisievert, y solo dos superaron los 20. Un milisievert equivale a la exposición anual que un japonés recibe en condiciones normales, por tres de un estadounidense. Una radiografía del pecho con rayos X supone unos cinco.

El desacuerdo irremediable llega en la atribución de efectos a largo plazo a esas dosis bajas. La radiología es una ciencia y todos los expertos manejan los mismos datos sobre Fukushima, pero existe una polarización extrema. Algunos anticipan escenarios apocalípticos de cánceres, otros descartan ningún daño.

Gayle Greene, profesora de Scripps College y eminente antinuclear, sostiene que hay evidencias como la prohibición de las radiografías a mujeres embarazadas o un estudio en Alemania de 2007 que mostraba que los niños que vivían a menos de cinco kilómetros de una central nuclear tenían el doble de posibilidades de contraer leucemia.

«Muchos expertos están a sueldo y por eso niegan los efectos. ¿Quién paga al científico? El Gobierno o la industria nuclear. Hay muy pocos independientes. Es muy caro realizar un estudio que se puede alargar 40 años para comprobar la presencia de cánceres. Aseguran que no hay riesgo de evidencia, pero que no haya pruebas del riesgo no significa lo mismo que ausencia de riesgo. Por supuesto, la industria no está interesada en pagar esos estudios», asegura por correo electrónico.

100 MILISIEVERTS / Muchos estudios señalan que el riesgo de cáncer aumenta por encima de los 100 milisieverts. Por debajo, la relación con la aparición de enfermedades no está probada. «No creo que tenga efectos radiológicos porque las dosis son bastante bajas, aunque se deberán realizar estudios durante años para seguir las estadísticas del cáncer. El mayor riesgo es el cáncer de tiroides que causa el yodo radioactivo en los niños», asegura por e-mail Ian Jackson, consultor nuclear de Chatham House. Y puntualiza que Fukushima deja más lecciones económicas que de salud: «Demostró que una inversión multimillonaria se puede hundir en una hora. Eso lo tendrán muy presente los inversores antes de levantar otra central». Para evitar las esquizofrénicas interpretaciones del gremio, sugiere seguir las recomendaciones de la Comisión Internacional de Protección Radiológica, que fija los estándares globales. «Es una información independiente y basada en las recientes investigaciones radiobiológicas», sostiene.

El desastre nuclear del pasado año debería servir al menos para disipar las dudas en el futuro. Con una población de 280.000 ciudadanos, la ciudad de Fukushima es un campo de trabajo idóneo para investigar los efectos a largo plazo de la radiactividad.

Los operarios lucharon durante meses para embridar los tres reactores dañados de Fukushima hasta que en diciembre confirmaron que estaban en parada fría, cuando el combustible del interior está por debajo de los 100 grados y no ofrece riesgo de nuevas emisiones. La siguiente fase consiste en descontaminar los pueblos afectados para que algún día los 80.000 evacuados puedan regresar. La limpieza incluye métodos artesanales como retirar la tierra que había en el momento del accidente hasta el uso de productos químicos para neutralizar materiales radioactivos.