Un intercambio de espías propició el desbloqueo
Para la comunidad judía de Estados Unidos no pudo haber mejor regalo de Hannukah que la liberación de Alan Gross. El subcontratista de la Agencia Internacional de Desarrollo de EE UU (USAID) compareció ayer ante los medios para dar las gracias por su liberación tras cinco años de encarcelamiento en Cuba acusado de espionaje. Estaba mucho más delgado, pero radiante y expresó su "apoyo total" al restablecimiento de relaciones diplomáticas. "Los cubanos no son de ningún modo responsables de la dura experiencia por la que hemos pasado yo y mi familia", aseguró ante los medios.
Su excarcelación "por motivos humanitarios", según el Gobierno cubano, ha acabado siendo la clave para que se materializara el resto del acuerdo. A cambio, EEUU permitió la repatriación de Gerardo Hernández, Antonio Guerrero y Ramón Labañino, los tres presos que quedaban del llamado Grupo de los Cinco, detenidos en 1998 en Florida cuando el FBI desmanteló la red de espionaje cubana Avispa, que actuaba en el sur de Florida. Todos ellos tienen en la isla un estatus cuasi mitológico y se les describe a menudo como "héroes" y "luchadores antiterroristas". En el canje ha entrado también un espía de EEUU que llevaba dos décadas encarcelado en Cuba.
El presidente Barack Obama no quiso revelar ayer su nombre, pero dijo que se trata de los "más importantes agentes de inteligencia que EEUU ha tenido nunca en Cuba". Sus "sacrificios", añadió, permitieron desmantelar la red Avispa y "otros actos de espionaje en EEUU". Pero era el caso de Gross, el contratista de 65 años, el que había movilizado a la clase política y la comunidad judía estadounidense, hasta el punto de que su liberación se había convertido en una condición sine qua non para desbloquear las relaciones con el castrismo.
INTERNET EN LA ISLA
Gross fue arrestado en el 2009 por la policía cubana cuando instalaba en el país un sistema de acceso a Internet para la pequeña comunidad judía de la isla, un trabajo que emprendió saltándose las restricciones imperantes y sin comunicar sus actividades a las autoridades. Durante el juicio se definió como un "tonto confiado" y afirmó que en ningún momento trató de socavar al régimen cubano. Pero un tribunal lo condenó a 15 años de prisión.
En la cárcel podía ver la televisión, leer revistas como The Economist y hablar semanalmente con su familia, pero hace unos meses se declaró en huelga de hambre durante una semana y su salud se había deteriorado considerablemente, perdiendo más de 40 kilos. "Los cubanos no son responsables de la dura experiencia por la que hemos pasado mi familia y yo", dijo ayer. "La mayoría de ellos son para mí increíblemente amables, generosos y talentosos".
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