Una lacra oculta

Esclavas en hogar ajeno

Una trabajadora del hogar filipina, empleada por una familia en Beirut.

Una trabajadora del hogar filipina, empleada por una familia en Beirut.

ANA ALBA
JERUSALÉN

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Millones de personas emigran para alimentar a sus familias ante la falta de oportunidades en sus países. Entre ellas, 2,1 millones son empleados del hogar en Oriente Próximo, la inmensa mayoría, mujeres asiáticas y africanas que viajan hasta Líbano, Jordania, Catar, Arabia Saudí, Emiratos Árabes Unidos, Kuwait, Bahrain y Omán, con la promesa de salarios dignos.

Las agencias que les procuran el empleo las engañan sobre las condiciones de trabajo y les cobran -aunque esté prohibido- la tramitación del visado, análisis médicos y el billete de avión. Además, exigen entre 2.190 y 5.840 euros a los empleadores de las mujeres, que interpretan el pago como una compra.

Las trabajadoras -la mayoría de Filipinas, Nepal, Bangladesh, Indonesia, Sri Lanka, Tailandia y Etiopía- entregan sus pasaportes a las agencias que las recogen al llegar al país de destino y las llevan donde requieren sus servicios: limpiar, cocinar, cuidar a niños o abuelos.

SIN PASAPORTE / Muchas no son conscientes de que no recuperarán el pasaporte sin el consentimiento de su patrón. En algunos estados, como Catar o Arabia Saudí, además requerirán un visado de salida que solo podrá entregarles él. No saben que son prisioneras de la kafala, el sistema de patrocinio que da al patrón un poder total sobre el trabajador, le permite decidir cuándo puede acabar un trabajo y empezar otro o en qué momento volverá a casa.

«Las empleadas del hogar están excluidas de la ley laboral, no tienen derecho a ir al Ministerio de Trabajo a presentar una denuncia», explica James Lynch, investigador de Amnistía Internacional (AI), especializado en Catar. «Ningún país árabe protege con su ley laboral a las empleadas del hogar, con excepción de Jordania, que ha reformado su código laboral para darles cierta protección», indica Nadim Houry, director de la oenegé Human Rights Watch (HRW) en el Líbano.

Los sueldos son la primera sorpresa desagradable con la que se encuentran muchas empleadas. Les habían prometido 292 euros y al término del primer mes, les pagan la mitad. A veces, nunca llegan a cobrar, a pesar de que casi todas trabajan más de 15 horas diarias, siete días a la semana. Cuando se quejan, empieza el horror. Los abusos más frecuentes son insultos y falta de pago de los salarios. Pero a muchas les impiden llamar a su familia, tener móviles o salir de casa y les restringen los alimentos o les ofrecen las sobras de la comida familiar.

MALTRATOS / Un gran número de empleadas sufre maltratos físicos, desde empujones hasta palizas. A algunas les han clavado agujas, arrancado uñas y llenado el cuerpo de cortes. Otras son víctimas de abusos sexuales, han sido asesinadas o se han suicidado. «Estaba planchando y la señora me pidió un té. Le pedí que me dejara desenchufar la plancha porque estaban los niños y temía que la tirasen y se quemaran. Se enfadó, cogió la plancha y me planchó la mano» relató a HRW Sithy, de Sri Lanka y que trabajó en Beirut.

En el 2013, Rizana Nafeek, una chica de Sri Lanka de 17 años, fue decapitada en Arabia Saudí, tras ser acusada de la muerte del bebé de su patrono. Rizana aseguró que el niño se ahogó mientras tomaba un biberón, pero el patrono dijo que lo estranguló y fue condenada a muerte.

Según el profesor saudí Ali Ahmed, «la cultura de la esclavitud persiste en Arabia Saudí», donde a muchas trabajadoras del hogar se las trata «como animales, como si no fuéramos humanas», dice una de ellas.

Ante estas atrocidades, algunos países han prohibido a sus ciudadanos que emigren a Oriente Próximo, «pero no podemos controlar dónde viaja la gente», subraya un funcionario filipino. Las embajadas de los estados emisores de emigrantes han creado refugios para acoger a los que escapan de sus empleadores.

En Catar, las autoridades anunciaron esta semana la abolición del sistema de la kafala. «Pero no es cierto, solo han reformado dos puntos: estarás ligado a tu empleador mientras dure tu contrato, pero luego podrás trabajar con otro sin permiso del primero y si quieres el visado de salida, te lo darán en el Gobierno, pero siempre que tu empleador no ponga objeciones. Sigues estando en sus manos», alerta Lynch.