La amarga historia de los kurdos

Una familia de kurdos sirios en un campo de refugiados de Turquía, junto a la frontera siria.

Una familia de kurdos sirios en un campo de refugiados de Turquía, junto a la frontera siria.

ANDRÉS MOURENZA / ESTAMBUL

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Un niño kurdo cuidaba de unas ovejas a las afueras de Hakkari, una ciudad de Turquía casi fronteriza con Irán Irak. «¿Lo oyes?», preguntó señalando a las montañas: «Son combates entre el Ejército y la guerrilla. Es así cada día». No tendría más de 10 años, pero miraba los riscos con cierto aire romántico: ante una vida privada de oportunidades, aquellas altas cumbres parecían ofrecerle un escape, una vía heroica.

La escena, del 2010, muestra cómo esta parte del mundo donde habita el pueblo kurdo lleva tiempo sumida en la violencia. Para algunos, los kurdos, unos 30 millones repartidos en su mayoría entre Turquía, Irán, Irak y Siria, «son el mayor pueblo sin Estado del mundo». Los nacionalistas turcos más recalcitrantes, los han llegado a llamar «turcos de las montañas», cuyo nombre kurt no sería otra cosa que el sonido de las botas al pisar la nieve, muestra de hasta dónde han calado las políticas de negación de la identidad kurda.

Desde el final del multiétnico Imperio otomano al fin de la primera guerra mundial, los kurdos se han rebelado en innumerables ocasiones buscando la creación de un Estado propio. La respuesta de Turquía fue la represión y la deportación de miles de kurdos a otras zonas del país para disolver su potencial desestabilizador. Más tarde, los regímenes de Siria e Irak harían lo propio con sus campañas de arabización forzosa y el establecimiento de colonos árabes en las zonas kurdas.

Las rencillas entre los movimientos kurdos y su utilización por parte de los estados tampoco han ayudado a la causa. Por ejemplo, Irán usó a los kurdos iraquís en su guerra contra Bagdad, mientras reprimía a sus propios kurdos, y Damasco acogió al grupo armado kurdo PKK, que luchaba contra Turquía, pese a que había despojado de ciudadanía a cientos de miles de kurdos sirios.

Masacre con gases

El cúlmen de la represión llegó en 1988, cuando el régimen iraquí lanzó la campaña Al Anfal, en la que se masacró a miles de pueblos kurdos y se gaseó la ciudad de Halabja. Entre 50.000 182.000 civiles murieron.

En esa época, la lucha armada iniciada por el PKK y los movimientos políticos que surgieron de ésta, llevaron a los kurdos de Turquía a adquirir una mayor conciencia identitaria. Sin embargo, ambas partes jugaron sucio: el PKK, con sus asesinatos de maestros turcos y de familias kurdas consideradas «colaboracionistas», y el Gobierno, que destruyó aldeas y llevó a cabo matanzas extrajudiciales mediante paramilitares y grupos fundamentalistas, como el Hizbulá turco, cuyos herederos se han enfrentado esta semana a los manifestantes kurdos en el sudeste del país.

Hoy, los kurdos vuelven a ser blanco del islam radical, el del Estado Islámico, en Kobani (Siria) e Irak. «Nos atacan porque no quieren un sistema democrático y porque no somos fundamentalistas sino moderados. Además están contra los derechos de la mujer y en nuestro sistema las mujeres también son dirigentes», afirma Alan Semo, representante del partido kurdo sirio PYD.

Sin embargo, desde que los kurdos cooperaron con EEUU en el derrocamiento de Sadam Husein, han logrado establecer en el norte de Irak un gobierno autonómico que se ha convertido en la zona más segura y próspera del país gracias al petróleo, y se han demostrado los mejores aliados occidentales en la región. «Ahora mismo, la principal fuerza que combate al EI son los kurdos y, además, se trata de organizaciones laicas y democráticas, muy difíciles de encontrar en Oriente Próximo», considera el experto en cuestiones kurdas Mutlu Civiroglu.

Negociaciones de paz

El ejemplo del Kurdistán iraquí ha llenado de esperanza a los kurdos de otros países y de temor a los estados que los acogen. Por ello, Turquía ha mejorado los derechos de sus kurdos y en el 2012 inició negociaciones de paz con el PKK. Además, el principal partido kurdo -ahora llamado HDP tras haber sido periódicamente ilegalizadas sus anteriores siglas- se ha convertido en un actor político de primer orden. En Siria, el régimen de Bashar al Asad trató de ganarse a los kurdos al inicio de la guerra civil devolviendo la ciudadanía a los que se la había quitado, y en Irán se permiten más manifestaciones de identidad kurda.

En este marco, la mayoría de movimientos kurdos ha suavizado sus demandas y ya no busca la independencia. «El mundo ha cambiado y nosotros ya no apoyamos la idea de estados-nación, porque eso crea nacionalismo, chovinismo y militarismo. Lo que pedimos es que Turquía, Irán, Irak y Siria se conviertan en estados verdaderamente democráticos en los que se respeten nuestros derechos y se nos dé autonomía», explica Sebahat Tüncel, copresidenta del HDP, que advierte de que si no se escuchan las demandas kurdas «la guerra se extenderá a Turquía».