Análisis

Muerte y exilio para una minoría antigua y exigua

Rosa Massagué

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Lo están consiguiendo. Que los cristianos de Oriente, que ya eran una minoría, emprendan el camino de un exilio forzado. Una campaña de atentados que se ha recrudecido en las postrimerías del 2010 ha convertido estos días que deberían haber sido de fiesta para estas comunidades tan antiguas como el mismo cristianismo, en días de luto, especialmente para los asirios iraquís o los coptos de Egipto.

El asalto del Ejército, el 31 de octubre, a una iglesia asiria de Bagdad para liberar a un centenar de fieles que habían sido secuestrados por terroristas islámicos, que se saldó con 58 muertos, así como la cadena de atentados que siguió, empujó a 1.000 familias cristianas a buscar refugio en el Kurdistán iraquí donde aún existe una cierta seguridad, según la agencia de la ONU para los Refugiados (ACNUR). El atentado de fin de año en Alejandría, en Egipto, con más de 20 víctimas mortales también está empujando a los cristianos a buscar seguridad en otros países.

Ambas acciones, merecedoras de grandes titulares por el elevado número de víctimas, son la culminación de una escalada de violencia contra la población cristiana desarrollada en la última década.

Más de la cuarta parte de los refugiados iraquís en Siria, Jordania y Líbano son cristianos. A finales de los años 80 formaban aquella comunidad un millón y medio de personas, equivalente al 10% de la población. Hoy se calcula que no suman más del 3%. Entre mediados del 2004 y el final del 2009 se registraron unos 65 atentados contra iglesias cristianas en Irak, según datos recogidos por Amnistía Internacional (AI).

Lo que está ocurriendo contra estas comunidades en Oriente Próximo es algo completamente anunciado. El año pasado, por ejemplo, grupos armados ya perpetraron atentados mortales con explosivos en iglesias de Mosul alrededor de las fiestas navideñas y AI advertía de lo que podía ocurrir este año. «Los ataques contra cristianos y contra sus iglesias se han intensificado en las últimas semanas, y entre ellos se han cometido claramente crímenes de guerra», declarabaMalcolm Smart, director del Programa para Oriente Medio y el Norte de África de dicha organización.

Al Qaeda en Irak lo había dicho. A principios de noviembre amenazó con «matar a los cristianos allí donde estén». Está cumpliendo la amenaza que se resume en la muerte o el exilio porque a estas comunidades les falta protección de sus Estados. Casi siempre discriminadas, o con sus ciudadanos considerados como de segunda clase, son un blanco fácil para unos fanáticos que necesitan enemigos para alimentar su guerra de civilizaciones. En sus enloquecidas proclamas Al Qaeda había declarado la guerra a Occidente. Ahora, en este Occidente engloba a un mundo oriental que ha sido cuna de tantas cosas, entre ellas el islam.