MISERIA Y EXPLOTACIÓN EN EL NORTE DE ÁFRICA

El tesoro robado del Atlas

Los habitantes de Anfgú, en Marruecos, malviven mientras la mafia local goza de los beneficios millonarios que generan los mayores bosques de cedros del Mediterráneo

El oro del Atlas 8 Un bosque de cedros en los alrededores de Anfgú.

El oro del Atlas 8 Un bosque de cedros en los alrededores de Anfgú.

BEATRIZ MESA
ANFGÚ

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Es un lugar rotundamente remoto, en medio de las montañas del Atlas, donde parece que no pasa nada, pero ocurre de todo. En Anfgú, techo de la intemperie de Marruecos a casi 3.000 metros de altura, un millar de habitantes se gana un hueco en el común marroquí por representar una suerte de Hurdes en pleno páramo magrebí de la pobreza y la necesidad. Hace solo tres inviernos, Anfgú se dio a conocer al mundo por la muerte de 30 personas, casi todos niños, por frío, hambre y sed. Y allí, sobre una colina, donde la electricidad no ha llegado a todos y el agua corriente no ha llegado a nadie, las mafias siguen aprovechándose de la vulnerabilidad de la población analfabeta de una zona que, aunque nadie lo diría, es de las más ricas de la geografía marroquí. Sus bosques de cedros son los más grandes de todo el Mediterráneo. Son el oro del Atlas.

La explotación de los cedros factura 10 millones de euros anuales. Según la ley de 1976, el 80% de los beneficios tendría que ser reinvertido en el desarrollo de la región, en carreteras y escuelas, en sacar de la infrahumanidad a varias comarcas que trabajan sus bosques sin obtener nada a cambio. No hay ni siquiera una ambulancia, y sobrecoge la cifra de mortalidad infantil. Casi un niño de cada cinco, a menudo porque no llegan a tiempo a la ciudad para ser asistidos. A veces bastaría con una inyección.«¿Cómo es posible que uno de los municipios poseedores de los recursos forestales más importantes figure entre los más pobres de Marruecos?»,se pregunta escandalizada la periodista marroquí Zoé Deback, especialista en el caso.

Denuncias silenciadas

En torno a los cedros se ha tejido una red de injusticias y corruptelas locales a la que nadie es capaz de hacer frente. Los que lo han intentado han acabado entre rejas. Ataui, un joven técnico forestal, decidió un día no guardar silencio ante la falsificación de documentos de la explotación ilegal y empezó a desempolvar irregularidades con nombres y apellidos. Acusado de«atentar contra los valores del reino»,fue condenado a dos años de prisión.

Su denuncia reveló los componentes de una mafia en la que el capo es el presidente de la comuna (comarca), quien se gana la complicidad de amigos y familiares a golpe de fajos de billetes. El clan ejerce presión e influencia en la población para lograr una nueva victoria del capo en unas elecciones amañadas para continuar con la especulación y seguir amasando montañas de dinero, mientras en Anfgú no tienen para calzarse ni vestirse, ni siquiera para llevarse, a veces, un trozo de pan a la boca.

Filas de hombres peregrinan a las montañas para talar los cedros y obtener la cotizada madera.«Cada metro cúbico de madera recogido supone 800 euros», explica Asif, un vecino.«Los traficantes la transportan a menudo de noche para pasar más desapercibidos», añade. Si la explotación de los cedros sigue a la velocidad de vértigo de los últimos años, ¿se va a acabar con ellos?«Los bosques comienzan a vaciarse, pero también se siguen plantando», responde.

Asif invita a entrar en su casa, casi un palacete comparada con el entorno: tres habitaciones con techos de cedro y un abundante tayín (estofado) en la mesa.«Yo quiero crear una cooperativa para precisamente ir solucionando el problema del tráfico de la madera», asegura.

Anfgú quiere vivir con dignidad. Pero seguramente tendrá que volver a esperar a una tragedia como la de hace tres años para que, además de una antena de telefonía, se dote a los lugareños de un dispensario.