El síndrome de Larrard

Los vecinos de la calle más turística del entorno del parque Güell denuncian la desaparición del comercio de proximidad, que ha sido engullido por las tiendas de suvenires para extranjeros

Uno de los comercios de la calle de Larrard, por la que cada día suben numerosos visitantes del parque Güell. En el tramo final hay una decena de establecimientos para turistas.

Uno de los comercios de la calle de Larrard, por la que cada día suben numerosos visitantes del parque Güell. En el tramo final hay una decena de establecimientos para turistas.

LUIS BENAVIDES / BARCELONA

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La Salut, uno de los cinco barrios del Distrito de Gràcia, probablemente el más exprimido por el turismo por contener una joya del modernismo del calibre del parque Güell, últimamente no hace honor a su nombre. El barrio agoniza lentamente según los vecinos y algunos comerciantes al desaparecer las tiendas más cotidianas, las del comercio de proximidad.

La empinada calle de Larrard da a la entrada principal del parque y acoge una decena de establecimientos de suvenires de dudosa calidad y nula referencia barcelonesa, como los sombreros mexicanos. «Todo se remonta a los Juegos del 92, cuando el dragón de Gaudí fue proyectado al mundo como icono de la ciudad. En los últimos años se ha agravado la situación», opina Gabriel Picart, vecino y expresidente de la Associació de Veïns de la Salut, disuelta por falta de entendimiento entre sus miembros. «Larrard está muy mal,  pero lo peor es que se el problema se extiende a todo el barrio. Local que cierra, negocio de suvenires que abre»,  continúa Picart, en referencia a vías como la Travessera de Dalt.

PRIMERAS MEDIDAS / Cobrar entrada para entrar en el parque Güell ha resultado insuficiente según los vecinos. La reducción, de 9 a 2,3 millones de visitantes, apenas se ha notado en el día a día de los habitantes. Maite Fandos, concejala del Distrito de Gràcia, reconoce el fuerte impacto del turismo masivo en la zona y que es necesario seguir trabajando para preservar la calidad de vida de los vecinos. «En el Pla d'Usos que estamos elaborando, y que ahora está en fase de participación ciudadana, prevemos congelar en este espacio la apertura de nuevos establecimiento de restauración, bares y los pisos turísticos, y promover la diversificación de comercios», añade Fandos.

¿REINVENTARSE O MORIR? / Faltan panaderías y supermercados que vendan producto fresco. Maria Sorli, de 84 años, tiene que bajar toda la calle de Larrard y cruzar la Travessera de Dalt para comprar una barra de pan. «Aquí había una carnicería, y allí un colmado de toda la vida», explica la anciana. Los negocios que recuerda, o han cerrado o se han adaptado. En este segundo grupo, minoritario, está la tienda de recuerdos de Larrard, 58. «Mi abuelo abrió este local como colmado en 1972. Él, además, era peletero y secaba las pieles en la terraza de la tienda», cuenta Cristina García. Cuando comenzaron a llegar los turistas, sus padres trasformaron el negocio familiar en una tienda de suvenires porque no salían los número.

Mercè Barau, copropietaria de la farmacia Barau i Tribó (Rambla de Mercedes, 26), es otra superviviente. «Las nuevas tiendas no hacen barrio y la afluencia de turistas es una golosina para los ladrones. Los mayores cuentan que van con miedo a que les peguen un tirón», dice la farmacéutica.

La asociación de comerciantes Larrard-Travessera de Dalt-Parc Güell entiende las incomodidades que genera la falta de comercios de proximidad pero se muestran resignados. «No podemos hacer nada. Si no abre otro tipo de establecimiento es porque no hay demanda», cuenta su presidente Aureli Quiroga, propietario de la bodega centenaria Caballito Blanco (Larrard, 30), reconvertida en bar-heladería. «Tener una joya de Gaudí cerca es una bendición, porque genera puestos de trabajos. En general, tenemos un barrio tranquilo, limpio y seguro», añade. H