VIRGEN MARÍA

Necesito un milagro

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EMMA RIVEROLA

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De verdad, José, que ya no puedo más. Esto ni son ni vacaciones, ni son nada. Si es que eres como un crío. Cuando no andas tumbado debajo de una higuera, estás tallando jueguecitos de madera, como si no te pasaras todo el año entre virutas. Eres un aburrido, eso es lo que pasa. Nunca quieres que hagamos nada juntos. Un día podríamos ir al mar de Galilea y bañarnos en sus aguas dulces. O subir al monte y contemplar las vistas de Nazaret. O, al menos, podríamos pasar un par de días con los primos, comer queso y aceitunas y bailar por la noche. Pero no, te pasas el día perdido en tus quimeras y con esas malditas figuritas. Estás obsesionado. Cuando no esculpes un buey, tallas un asno o un hombrecillo sospechosamente parecido a ti. El otro día vi que me observabas de un modo extraño, supongo que copiabas mi rostro.

Lo que te digo, José, como un niño. Si al menos me ayudaras en algo. Pero es que fuera del taller o de la higuera, sirves para bien poco. El día menos pensado, me quedo preñada y se acaban las tonterías. Sí, sí, no me mires con esta cara. Con un crío de verdad en la casa te espabilarías y al menos a alguien le gustarían tus juguetitos. Así, yo no me sentiría tan sola. Un hijo que me cuide cuando yo sea anciana, que no fantasee todo el día. En fin, alguien normal, que no me dé la mala vida que tú me das.

Aunque a ti, esto de la reproducción no parece que te vaya mucho.  Siempre tienes una excusa para no tocarme. ¡Ni que fuera una santa! ¿Me estás oyendo, José? Un milagro, eso es lo que necesito.