David Cantero, un presentador de novela

Ser rostro de los informativos requiere rigor y temple. Pero este madrileño es un multitareas. Pinta, hace judo, cree en los misterios del universo y escribe con solvencia. Su tercer título, 'El viaje de Tanaka'.

David Cantero, durante la gira de presentación de la novela, en Barcelona.

David Cantero, durante la gira de presentación de la novela, en Barcelona.

NÚRIA NAVARRO

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Ser el rostro de Informativos Telecinco, que te comparen con Richard Gere y tengas un ardoroso club de fans es una terna de fácil digestión. Pero si a esos créditos se añade el de novelista, ya hay quien arquea la ceja y lanza la acusación de oportunismo. Pero David Cantero (Madrid, 1961), que ahora publica su tercera novela, El viaje de Tanaka (Planeta), escribe desde el principio de sus tiempos.

A los 13 años ya le echaba la caña a una chavalita con el cebo de versos propios y robados a Neruda y a Machado. «Aprendí pronto que la poesía era la puerta a la conquista -confiesa Cantero-. La gran pasión de mi padre, que era aviador militar, eran los libros. Incluso estaban por encima de sus hijos. Tenía una biblioteca maravillosa, con dominio de la poesía. Ahí vi que escribir un poema a una chica era algo muy íntimo y revolucionario». También, explica, escribía cuentos. Su primer premio lo ganó con una historia titulada La cigala se va a Hollywood, un viaje iniciático de un crustáceo que acababa francamente mal. Hervido.

Desde la cigala, ha publicado Amantea y El hombre del baobab, más trágicas que El viaje de Tanaka. En todas ellas asoman los temas que le preocupan: el paso del tiempo, el asumir la vejez y la muerte. Por varias razones. Su padre murió mayor, tras 10 años del azote del alzhéimer. Su madre, que vive en una residencia, le proporciona ratos que mezclan «la ternura con el horror». «Allí dentro -en el hogar de ancianos- hay niños que no tienen fuerzas para mover las piernas; en el fondo van camino de otro útero». Y él mismo siente que, a los 53 años, ha llegado a la cima de la montaña rusa y que lo que viene es bajada. «Cuando leí Horizontes perdidos, de James Hilton, me fascinó la descripción del Shangri-La, ese lugar en el que nadie envejece ni muere. En mi novela, protagonizada por la japonesa Mei Tanaka, aparece Yonsú, donde reside la inmortalidad».

Lo dice el caballero que inventaría a diario las permanentes mudanzas de la actualidad. «Cuando pongo 'David CanteroSSRq en Google y salen ocho millones de cosas pienso: 'Pues seré yo, sí'». Pero, aunque nació a 200 metros de Torrespaña, el periodista vive en un pueblo, hace vida de pueblo, está casado con una historiadora y no vibra en los photo-calls«Sé quién soy y sé lo que me interesa, y nada me interesa más que mi papel de padre de mis tres hijos. ¡Me lo paso que te cagas! La infancia tiene mucho valor. Yo sigo siendo quien era cuando tenía 10 años, Davidcito, con un millón de inquietudes».El tatami y el misterio Y ahí está él, en modo multitarea. Porque también es un aguerrido judoka y hasta le interesa el misterio (salió en Cuarto Milenio de Iker Jiménez hablando de los orbs, esas pequeñas esferas de luz que aparecen en las fotografías y que algunos creen espíritus). «A mis hijos les digo que vivimos pegados a una bola de fuego, dando vueltas alrededor de una estrella, en una galaxia que está entre miles de millones de galaxias. ¡Somos una puñetera caca en el infinito! Nuestra existencia es un misterio -dice-. Después de haber visto a tantos muertos en mi época de reportero, quiero creer que hay una trascendencia. Los ves y dices: ¡Hostias, ahí falta algo! Llámalo alma, chispa, espíritu». Y su forma de materializar ese no sé qué es amar, narrar, pintar.

Sin embargo, después de más de 30 años de oficio, confiesa que le sigue gustando, porque aún tiene la sensación de no tenerlas todas consigo. «Faltan 10 segundos, 'dentro' y te metes en la rueda del hámster, con la mente lo más clara posible, con mucha información o con menos, con los niños malos o no». Aunque a veces no entienda el mundo que cuenta. Aunque la realidad lo agote y lo desaliente y hasta lo descomponga, como cuando le tocó dar la noticia del accidente de Spanair sabiendo que el comandante del vuelo era íntimo amigo de su hermano, también piloto. «En este trabajo, hay días que puedes contar el sufrimiento con una cierta distancia y otros, no». Por eso escribir también es una buena terapia para sacarse de encima los demonios. Los propios y los ajenos.