Lakshmi Mittal

El magnate que paga las bodas en metálico

El industrial del acero que pasó de dormir en el suelo de una barraca de Calcuta a vivir en Kensington Gardens, lo más exclusivo de Londres, gastará parte de su fortuna en Barcelona, donde casa un miembro de su clan

Vanisha, la hija de Lakshmi Mittal, el día de su lujosa boda francesa con el empresario Amit Bhaia, en el 2004.

Vanisha, la hija de Lakshmi Mittal, el día de su lujosa boda francesa con el empresario Amit Bhaia, en el 2004. / RC JW

ADRIÁN FONCILLAS / Pekín

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

Existen biografías que parecen cinceladas por una escuela de negocios. La de Lakshmi Mittal (Churu, Rajastán, 1950) enseñaría cómo pasar de una aldea sin electricidad a compartir vecindad con el sultán de Brunei o el oligarca ruso Roman Abramovich mezclando trabajo duro, arrojo, olfato para las oportunidades y destreza para saltar charcos. Incluiría frases inspiradoras como «todo el mundo pasa por tiempos duros; cómo lidias con ellos y los superas dan la medida de tu determinación».

De este indio de 63 años afincado en Londres se espera que el próximo fin de semana riegue Barcelona de rupias y estimule el turismo con la boda de alguien indeterminado de su clan. Hacia Cleveland deben mirar los barceloneses algo azorados por la berlanguiana bienvenida al capital extranjero. Hasta allí viajó la semana pasada Obama, el hombre más poderoso del mundo, para agradecer a Mittal su contribución a la economía nacional después de que en un año invirtiera 51 millones de euros y reabriera una planta acerera con 150 trabajadores. Mittal, cuentan las crónicas, cedió el micrófono al operario de una grúa para presentar al presidente. La historia subraya la necesidad de la cortesía con el invitado y que Mittal domina la escena.

Lakshmi (nombre de la diosa india de la riqueza) posee el 43% del gigante acerero Arcelor-Mittal, de donde sale la décima parte de la producción global. Forbes le atribuía el pasado año una fortuna de 11.750 millones de euros.

Al magnate no se le ve en las pistas de Wimbledon ni en las carreras de Ascot, tradicionales focos de la mohosa aristocracia inglesa, pero sabe cómo gastarse el dinero. Posee la preceptiva flota de jets privados y un yate donde se ha visto a Jennifer López, entre otros. Sus propiedades inmobiliarias han producido no poca literatura. Las tres de Kensington Palace Garden, el barrio londinense de los billonarios, tienen un valor conjunto de 600 millones de euros. Su vivienda fue la más cara del país cuando 10 años atrás la compró al gran jefe de la Fórmula 1, el empresario Bernie Ecclestone, por 94 millones de euros. Cuenta con 12 habitaciones, piscina interior adornada con piedras preciosas, baños turcos, aparcamiento para 20 coches y 65 cámaras de vigilancia. Se la conoce como el Taj Mittal porque está decorada con el mismo mármol que el monumento indio. Tiene otras cinco mansiones repartidas por el mundo, incluido un antiguo bungaló colonial en Nueva Delhi.

Bueno en números

Dicen de Mittal que solo pierde su flema ante la incompetencia o la vagancia, y que escucha con atención a quien aporta algo ladeando hacia él la cabeza. De habla pausada y armonioso vestir, representa al empresario eficaz y con los pies en el suelo. Mittal nació en Churu, un pueblo de unos 100.000 habitantes, dormía en el suelo y vivía al día. La familia se movió a Calcuta, donde el padre encontró trabajo en una empresa acerera británica que le permitió ingresar al hijo mayor en el Xavier's College. Era bueno en números así que, cuando la familia abrió su propio negocio, Mittal fue el encargado de expandirla. En 1976 compró una compañía indonesia en apuros y la reflotó. Y desde entonces hasta hoy.

En ese olfato ha basado su éxito: convertir en productivas plantas semirruinosas, normalmente de puntos del planeta con costes laborales bajos. Las privatizaciones en el bloque soviético le permitieron apropiarse a precio de ganga de empresas siderúrgicas en Polonia, la República Checa, Rumanía, Bosnia o Macedonia. Mittal vio antes que nadie que la globalización era clave para la industria.

En el 2004 ya era el mayor productor de acero, pero lo mejor llegaría dos años después. Adquirió Arcelor, el gigante europeo nacido tras la fusión de empresas de España, Francia, Luxemburgo y Bélgica. La histórica operación solo se cerró tras semanas de negociaciones en las que Mittal experimentó el racismo europeo. El entonces presidente de Arcelor, el francés Guy Dolle, había definido Mittal Steel como una compañía de indios levantada con dinero de monos. Se opusieron políticos de primer orden como el presidente francés Jacques Chirac.

Mittal, un incómodo recordatorio del apogeo asiático y la decadencia europea, demostró que, además de resucitar oscuras y remotas fábricas, también se imponía en primera división. Con el trato cuadró el círculo: juntaba sus dotes para exprimir la eficiencia con la tecnología europea. Había nacido el maharajá del acero. En el 2006 fue el Empresario del Año para el diario Sunday Times, Personalidad del año para el Financial Times y Protagonista Internacional del año para la revista Time.

Pero no se levanta esa fortuna sin chanchullos políticos. Que un multimillonario contribuya a las campañas del Partido Laborista carece de más lógica que la del dinero. En el 2002 estalló el escándalo al descubrirse que Tony Blair había enviado una carta al primer ministro rumano para aceitar la enésima adquisición de Mittal. Blair achicó agua defendiendo el éxito de una compañía británica. En balde: la empresa de Mittal estaba localizada en un paraíso fiscal y solo un 1% de sus trabajadores eran británicos. Tampoco se produce en países en vías de desarrollo sin acumular acusaciones de desastres naturales o condiciones laborales esclavistas. En 12 años murieron 191 de sus trabajadores en Kazajistán por falta de medidas de seguridad.

La compañía de Mittal pasó por tiempos mejores. Sufre por el empuje de la competencia china y la reducción de la demanda global. Su fortuna se encogió en 3.200 millones de euros el pasado año y perdió el primer puesto en la lista de riquezas británicas del Sunday Times después de ocho años. Hoy es el cuarto. Incluso ha colocado a la venta una de sus mansiones de Kensington, comprada para su hijo Aditya aunque nunca la ocupara, por un precio menor al que pagó por ella cinco años atrás. Pero, afortunadamente para Barcelona, Mittal conserva un buen pellizco de millones y la voluntad de complacer a su familia.