VIRGEN MARÍA

Relax en Egipto

JOSEP MARIA FONALLERAS

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Después de todo el revuelo de la crucifixión, del entierro, de la desaparición del cuerpo, de la resurrección, del encuentro con Tomás, de la repentina aparición posterior de Cristo y de todo el follón que vino después con los apóstoles y con las prédicas de san Pablo, después de morir santamente y de subir al cielo en cuerpo y alma, después de todas las veneraciones habidas y por haber y de todos los nombres de María, con una presencia constante en todo el mundo occidental desde Guadalupe a Montserrat, desde Polonia a Cuba, la Virgen decidió descansar.

Recordó que la mejor época de su vida en este valle de lágrimas fue cuando el Niño era pequeño. No cuando se escapaba e iba a orar al templo o cuando después ahuyentaba a los vendedores, con ese carácter tan irascible, sino cuando ayudaba a José a hacer mesitas de noche. Y más aún, los días que los tres pasaron en Egipto, el único momento que podríamos llamar «vacaciones» con todas las de la ley. 

No se ha hablado mucho, de aquel periodo fantástico, cuando el Niño aún no tenía las pretensiones que luego le hicieron famoso, cuando apenas empezaba a decir «mamá» o «papá», palabras que todavía no eran la Palabra. Lejos de las fijaciones asesinas de Herodes, a la orilla del mar, el Niño jugaba con la arena y ella tomaba el sol discretamente, mientras José hacía mejillones en las rocas. Después vino un demonio de ángel que tuvo que interrumpir el relax. Les dijo que había billete de vuelta a Palestina y se acabó la fiesta familiar y comenzó la historia sagrada.