EL 'SHOW QUE CAMBIÓ LA TELE'

«¡Amor tiene rabooo!»

Gran hermeno VIP

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FERRAN MONEGAL / BARCELONA

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En la tercera edición de GH (2002) dieron vacaciones a la Milá y ficharon a Pepe Navarro. Fue horroroso. Chulesco, prepotente, faltón, desagradable, zafio, pendenciero, siempre a cara de perro y con ese perfume de matón de barrio que siempre le acompaña. Fue un verdadero desastre. Concitó el rechazo de la audiencia. Los índices bajaron en picado. Naturalmente, los dueños del tinglado le mandaron al motorista y nunca más volvió a las ratomaquias. La que regresó fue Merceditas. Y se ha quedado para toda la eternidad. A partir de entonces, los métodos de tortura contra los llamados concursantes fueron cada vez más canallas. Una vez entró un muchacho, Rafa, religioso que acababa de colgar los hábitos y que cambió el convento por la jaula. El pájaro espino, le llamaban. Merceditas le lanzó: «Oye, tú eres gay, ¿verdad?». Se lo dijo de una manera que no parecía Merceditas, parecía Torquemada. La aparición de Aída Nízar también fue un golpe bárbaro. Decía la muchacha que hablaba directamente con Dios todas las tardes. Despreciaba a los humanos. A sus compañeros les llamaba «macarras». Y Merceditas tomaba nota y cuando la tuvo delante le soltó: «Me han dicho que tú eres puta». ¡Ah! Todo cariñoso y entrañable.

Cada año los castings son más cafres. De los miles de aspirantes, seleccionan con pinzas los más frágiles y desnortados. Como aquella criatura transexual de Canarias, Amor, sobre la que Merceditas decía, entusiasmada: «¡La que se va a armar cuando los chicos vean el mondongo que tiene entre las piernas! ¡Yo estoy esperando ese momentooo!». Y, claro, ante estos mensajes, los vecinos de Guadalix, cuando salían los domingos, en lugar de ir a misa se acercaban a la tapia de la jaula y gritaban «¡Amor tiene rabo! ¡Amor tiene rabooo!», y Amor se reconcomía y sufría, y el cachondeo era bárbaro. O sea, torturar a los enjaulados es la clave del programa. Caben todos en este suplicio: padres, madres, abuelas, hermanos, novios, amistades... Su fragilidad e indefensión son totales. Trabaja Merceditas con una carne de cañón ideal: el perfil social de estos ratoncitos, y de sus familiares, no es precisamente el de la familia de los duques de Alba. Durante estos últimos años Merceditas también ha perfeccionado un extravagante trabajo de star system sobre sí misma. Se ha instituido en la gran reina del charco. Disfruta revolcándose. A base de gramática parda, ha ido construyéndose un argot característico. Desde «Me van a dar la medalla de las guarras de España», hasta «Qué ganas tengo de que me chupen los pies y me metan la lengua entre los dedos», su repertorio en el plató ha sido un crescendo colosal. Nos ha enseñado las tetas, las bragas, el culo... Y reafirmada su personalidad como experta meadora en la ducha y cagadora en el mar, ha cultivado una estética insuperable. Esta especie de feísmo, bien mirado, es lo más ingenuo del programa. Allá ella. Aquí lo tremendo es el retorcimiento de la condición humana. Raquel Morillas y Noemí Hungría, por ejemplo, son otros dos casos de desguace emocional provocado.

Y entre tanto, Mediaset, instalada en la euforia del negocio, ve cómo sus acciones en bolsa se disparan. A más tortura, más ganancia.