La clave

La política, ¿un juego de niños?

ENRIC HERNÀNDEZ

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Cuando atañe a los menores de edad, los límites éticos son difusos. Salvo que contemos con el consentimiento expreso de los padres, los diarios jamás publicamos imágenes ni testimonios de adolescentes por respeto a sus derechos. Las televisiones, en cambio, tienen barra libre para explotar la espontaneidad de los niños y sus habilidades circenses, cómicas o culinarias sin que nadie se rasgue las vestiduras. Las cámaras los graban en los estadios de fútbol ensalzando a su equipo o mofándose del rival, y también en manifestaciones políticas en las que, con infantil desparpajo, expresan  ante las cámaras su adhesión al lema de los convocantes. Así había sido siempre... hasta que se formó la Via Catalana.

Tras la última demostración independentista en Catalunya, en la derecha mediática madrileña se ha  desatado una irracional competición para alzarse con el liderazgo de la defensa de la unidad patria. Mientras unos exigen en portada represalias contra los «sediciosos catalanes» -haciendo abstracción de que, en ausencia de violencia, no hay sedición posible-, otros airean la especie de que los participantes en la cadena humana de la Diada o son cuatro  gatos, o son poco menos que zombies abducidos por la clase política y los medios de comunicación catalanes.

Menores antiabortistas

Los depredadores de esta demagógica carnaza ya han clavado sus colmillos en un informativo infantil de TV-3 que el pasado jueves recogió las opiniones de varios chavales presentes en la Via Catalana. Y de inmediato reclamaron a la fiscalía que, so pretexto de defender a los menores, tome cartas en el asunto ante esta «totalitaria» e «indecente» utilización de los recursos públicos.

Fuera más o menos acertada la elección de los testimonios emitidos, aceptemos la máxima de que la política no debe jugar con los niños. En tal caso, la exhibición televisiva de púberes independentistas no debiera escandalizar ni más ni menos que la de otros menores en las marchas antiabortistas de Madrid, en la propaganda de un alcadable popular de Córdoba o en las hagiografías del Monarca en la televisión pública. Porque esos tampoco eran juegos de niños.