Barcelona, un motor al ralentí

Laia Bonet

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No es nada extraño que nos encontremos a menudo con que una misma palabra se emplea en disciplinas muy diferentes para explicar varios fenómenos que comparten aún así un mismo elemento común. En el caso de la palabra 'ralentí', procedente del francés 'ralenti', este elemento común sin duda es la lentitud.

En ingeniería mecánica el ralentí es el número mínimo de revoluciones por minuto con las que un motor se mantiene en funcionamiento sin necesidad de presionar el acelerador, un mecanismo sin duda imprescindible y que además, salvo cuando no está muy ajustado, comporta eficiencia a la conducción. En cine, el ralentí --o cámara lenta-- es un recurso idóneo para subrayar o enfatizar una determinada escena y que ha sido magníficamente utilizado por algunos cineastas como Brian De Palma en obras maestras como 'Los intocables'.

Ahora bien, mientras que en ingeniería mecánica y en cine este término no tiene una connotación negativa (está claro, si el motor está muy ajustado o si el director de cine no abusa de este recurso), cuando una economía se encuentra al ralentí difícilmente podremos llegar a la misma conclusión. Y Barcelona, como motor económico, ya hace un tiempo que funciona al ralentí.

A principios de julio la Cámara de comercio y la Diputación publicaron el Informe Territorial de la Provincia de Barcelona. A pesar de ser datos provinciales, nos dan una idea aproximada del comportamiento económico del área metropolitana de Barcelona el año 2012 y de las previsiones para el 2013.

El PIB de la provincia cayó un 0,8%, menos que en Catalunya y España pero, aún así, es un dato negativo. Y el más importante, el paro continuó creciendo, llegando a una tasa del 24,1%, 4 puntos por encima de la media del 2011 y ligeramente por debajo de la media española. Así, pese al conocido dinamismo de la capital, la destrucción de puestos de trabajo en la ciudad no se ha parado y nos ofrece un panorama todavía peor si nos alejamos hacia l'Anoia o el Berguedà.

El relativo mejor comportamiento de la economía de la provincia de Barcelona el 2012 tiene dos explicaciones principales: el turismo y las exportaciones. Y dónde dice exportaciones, tendríamos que leer industria.

En resumen, estamos pues ante un motor económico que funciona al ralentí. Continuamos asistiendo impávidos al hecho de que las diversas administraciones no sitúen la lucha contra el paro como prioridad número 1. En un entorno duro socialmente como el actual, y con un crecimiento de la desigualdad cada vez más importante, incluso dentro de la misma ciudad, hay que priorizar y la creación de ocupación es la prioridad más clara. En cambio, los diversos gobiernos, tanto de Barcelona, como de Catalunya y de España, tienen como única política laboral una reforma del mercado del trabajo que ha dejado a los trabajadores al pie de los caballos.

Si miramos hacia el futuro, el Informe Territorial marca caminos para la salida de la crisis a las comarcas de Barcelona: el regreso a la vocación industrial, la apuesta por una especialización inteligente y la transición decidida hacia una economía verde. E incluso presenta proyectos que pueden servir de ejemplo: desde el Parque Agrario del Baix Llobregat, en el parc Orbital 40 de Terrassa pasando por los proyectos de revitalización industrial de Igualada.

Esta filosofía, que se presenta en óptica metropolitana, tendría que ponerse en marcha decididamente también en la ciudad de Barcelona.

La industria exportadora, con sectores como la automoción, la farmacia o el agroalimentario, es fundamental para cualquier proyecto económico presente y futuro de nuestro entorno más inmediato. Sin industria no hay innovación ni servicios de alto valor añadido. Y además, estos sectores son claves para avanzar hacia una economía más verde y sostenible a largo plazo.

En el ámbito de la búsqueda, habrá que luchar de forma contundente porque no se destruya aquello que tanto esfuerzo y tanto recursos públicos ha costado construir. La reputación de Barcelona como ciudad emergente en biomedicina, supercomputación o fotónica se está viendo seriamente afectada por una política miope de recortes y de prioridades sesgadas. Y si se pierde esta reputación internacional, necesitaremos décadas para volverla a recuperar.

¿Y el turismo? Nadie niega que el turismo es una fuente magnífica de riqueza y ocupación para la ciudad y para sus habitantes. Hay que trenzar bien la actividad turística con el urbanismo, el comercio y la población de Barcelona. No podemos dejar en manos del mercado o de la evolución espontánea la Rambla o la Sagrada Familia. El Ayuntamiento tiene que ser un elemento activo que trabaje con comerciantes, hosteleros y vecinos para hacer que el turismo revierta de forma más amplia a todas las capas sociales. Y si esto es así, hasta ahora las pocas decisiones tomadas, van precisamente en sentido contrario: la modificación del Plan de Usos de Ciutat Vella, aprobada a finales del pasado julio por el Gobierno de la ciudad gracias al apoyo también del PP, ha optado para convertir el distrito en un tipo de gueto del turismo, apostando por el monocultivo, justamente al contrario de la que había sido la fórmula de éxito de la marca Barcelona.

En definitiva, tenemos que mimar los activos que tiene Barcelona y no castigarlos cómo en algunos casos ha sucedido con la industria o la investigación. Y en el caso del turismo, actuar de forma valiendo para no matar la gallina de los huevos de oro. Sólo así, Barcelona seguirá siendo el polo de atracción y creación de actividad para su gente y por aquellos que quieran venir a vivir.

Barcelona, un motor al ralentí, y un conductor que lo hace ir en punto muerto, que conduce el vehículo municipal por inercia y que no sabe donde va. Barcelona no se merece un pilotaje así. Ni los ciudadanos, ni la ciudad, ni el Ayuntamiento, ni la política.