El radar

La rebelión anunciada de los barceloneses

JOSEP SAURÍ

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«Barcelona no nos pertenece. Los barceloneses solo somos figurantes de un parque temático. Cada vez es más evidente: la ciudad no se desarrolla para hacernos felices a nosotros, sino para distraer a los turistas. Cuando Barcelona sea una parodia de sí misma, se irán a visitar otras ciudades donde se respire autenticidad y encanto, donde no se sientan tan turistas y puedan fundirse en sus rincones ocultos con sus felices habitantes», escribía Elena Otero en una carta publicada por este diario. Pero no esta semana. Ni la anterior. Ni el mes pasado. Era julio, sí... pero del 2006.

«Mi padre vive en la Barceloneta desde hace 40 años y le han subido mucho el alquiler. Los alquileres por días hacen que se encarezcan los de toda la vida», denunciaba Mercedes Martín dos meses después. «A pesar de lo que el ayuntamiento pueda argumentar, cada vez hay más pisos turísticos que provocan molestias a los vecinos. Como todo el mundo sabe, estos pisos se llenan de juventud que vienen a divertirse y no les importa si el vecino puede o no descansar», relataba Ana María García en agosto del 2011. No se puede decir que no estuviéramos avisados.

Y no solo por Elena, Mercedes y Ana María. Entonces el fenómeno estaba lejos de su actual magnitud, pero el goteo de quejas por la difícil convivencia con el auge turístico de la ciudad ha sido constante en estas páginas, arreció el pasado verano y en este se ha convertido ya en un chorro.

En los últimos meses, en Entre Todos hemos impulsado varios debates en torno a los efectos en la vida de los barceloneses de la mutación de su ciudad en destino turístico de masas. Hablamos de pisos turísticos, de ruidos, de saturación de la Rambla. Y en estos días, después de que la Barceloneta sacara su hartazgo a la calle, preguntamos a los ciudadanos qué secuelas del boom turístico les molestaban. El resultado está en nuestra web (entretodos.elperiodico.com), en las redes sociales y en el Tema del Día de ayer, y seguiremos publicando aportaciones. La participación ha sido amplia y las miradas, heterogéneas, como en todo tema poliédrico. Pero es muy mayoritaria la percepción de que Barcelona tiene un problema que se le está yendo de las manos.

No se trata de una negación nostálgica de la realidad («Barcelona se ha transformado, y no hay marcha atrás: somos una capital como Paris, Roma o Londres», afirma José Zerda) ni mucho menos de discutir los beneficios del turismo, aunque «algún responsable político deberá explicar cómo se distribuye la riqueza generada entre los ciudadanos», apunta Josep Guardiola. Ni tampoco de «tomar al turista como chivo expiatorio de todos los males de la ciudad» como advierte el propio Guardiola. Y no falta quien ve la «mano negra del lobi» (hotelero) en la vinculación del incivismo con los pisos turísticos para «satanizarlos», como Fernando Pardos. Pero la aplastante coincidencia en el diagnóstico deja poco margen para contemporizar: «Lo llaman boom turístico, yo lo llamo la transformación de una gran urbe cosmopolita en un gran cámping urbano», dice Javier Peña. Sean las cosas así en mayor o menor grado, queda claro que muchísimos barceloneses lo viven de este modo y creen que hay que actuar ya.

De hecho, a decir de buena parte de ellos ya vamos tarde, quizá demasiado. Y aunque hay quien, como Gaspar Castellà, apunta a «los de siempre, los especuladores», casi todas las miradas se dirigen a la Administración. «Los problemas de convivencia por la masificación del turismo no solo se podían prever sino que se hubiesen podido evitar si el ayuntamiento hubiese aplicado con más rigor sus propias ordenanzas en lo referente a ruidos, conductas incivicas, pisos turísticos ilegales...», escribe Jaume Bargalló. Ya lo decían Elena, Mercedes y Ana María.