RAQUEL DÍAZ. MADRE DE JUDITH, DE 4 AÑOS, TARRAGONA

«Lo que hemos pasado no se lo deseo a nadie»

Raquel Díaz, con su hija Judith, enla playa de los Carros de Tarragona.

Raquel Díaz, con su hija Judith, enla playa de los Carros de Tarragona. / JOAN REVILLAS

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INMA SANTOS HERRERA

Es menuda y alegre, pero poco habladora. Judith Moreno tiene 4 años y el  16 de diciembre pasó por quirófano: reducción de amígdalas, extracción de vegetaciones y colocación de drenajes en los oídos. Una intervención no urgente para solucionar un problema que, sin embargo, afectaba a su calidad de vida. «No oía, el tamaño de las amígdalas le provocó una deformación en la boca y tenía que hacer un esfuerzo para respirar», explica Raquel Díaz, su madre. Pese a todo, Judith ha tenido que esperar casi 14 meses para ser operada.

Desde muy pequeña, Judith había sufrido otitis, sus amígdalas eran muy grandes «y en la guardería la recuerdan siempre con mocos», dice Raquel, pero eso nunca fue motivo de alarma para su pediatra. En septiembre del 2012, sin embargo, Judith empezó P-3 y su profesora alertó a sus padres. «Iba retrasada en el habla y la expresión, estaba ausente y no atendía», detalla Raquel. El colegio la derivó a un centro de atención público y le asignaron una logopeda, que apuntó que el problema podía estar relacionado con la audición.

LISTA LARGA / Así, a principios de noviembre, tras una primera visita con el otorrino del Hospital Joan XXIII de Tarragona, una radiografía y una audiometría confirmaron que las vegetaciones y las amígdalas de Judith eran grandes y que los mocos le afectaban la audición. «Operar o no era una decisión nuestra, y no nos lo pensamos», afirma Raquel. Judith entró en lista de espera.

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«Nos advirtieron de que la lista era larga», dice Raquel, que nunca se imaginó que lo fuera tanto. Sin noticias aún del hospital, en  junio, Judith empeoraba: «Le dolía, no oía apenas, había que repetirle las cosas y se enfadaba, estaba más ausente y dormía mal», explica. El carácter alegre de su hija se difuminó, estaba nerviosa e irascible, y la impotencia de sus padres crecía. «Seguíamos sin fecha. Yo soy defensora a ultranza del sistema público, pero entiendo que la gente  se plantee ir a la privada», apunta Raquel. En agosto, alertada por la sordera evidente de su hija, hizo una reclamación. «No sirvió de nada».

Al borde de la desesperación, en noviembre pasado, sonó el teléfono. Por fin tenían fecha: 16 de diciembre. Dos meses después, la mejoría salta a la vista: a Judith no hace falta gritarle ni repetirle las cosas. Quedan problemas por resolver, como su dicción, pero sus padres, y ella, ya respiran tranquilos. «Lo que hemos pasado no se lo deseo a nadie», concluye sin embargo Raquel.