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Ley y orden

Una ciclista circula por una calle de Barcelona con su perro atado con una cadena a la bicicleta.

Una ciclista circula por una calle de Barcelona con su perro atado con una cadena a la bicicleta. / DANNY CAMINAL

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RAMÓN DE ESPAÑA
PERIODISTA

Los que llevamos una vida levemente caótica agradecemos un entorno ordenado que nos ayude a no volvernos locos del todo. De ahí que nos parezca bien -por lo menos a mí- la iniciativa municipal de Barcelona de multar a los propietarios de perros sueltos. «Tranquilo, que no hace nada», suelen decirte cuando te cruzas en el camino de su chucho, pero… ¿cómo sé yo si el bicho se va a conformar con cubrirme de babas o si optará por pegarme un bocado? En este caso, la multa cumple dos objetivos muy loables: castigar a quien cree que la ciudad es como la selva, pero con cemento, y recaudar dinero para la sufrida Barcelona, cuyo déficit con el resto de la comunidad, según se ha sabido recientemente, es de escándalo (¡Catalunya ens roba!).

Ciclistas, grafiteros...

Y el afán recaudatorio de nuestro ayuntamiento no debería quedarse ahí, dado que hay mucha más gente empeñada en convertir las calles en un terreno intransitable. Los ciclistas de acera, sin ir más lejos, unos sujetos con los que no hay manera de razonar y a los que habría que multar in situ, previa descarga eléctrica con una pistola Taser. ¿Y qué decir de los grafiteros, además de que su arrogancia supera con creces su talento y que parecen  convencidos de que ensuciar paredes es un derecho constitucional? También podríamos multar a la mayoría de músicos callejeros: si están en una esquina, pasando frío e incordiando, en vez de a sueldo de la Filarmónica de Viena, por algo será, ¿no?

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No quiero olvidarme de otro colectivo molesto que también debería ser puesto en su sitio: los patriotas de balcón que exponen orgullosos la bandera de sus amores, sea esta la española, la catalana, la estelada o la de San Marino. Nada de multas en este caso, sino más bien un impuesto: si quiere usted pasarnos por las narices a todos su patriotismo, pague. Algo me dice que en dos días no quedaría ni una bandera en Barcelona y podrían volver los tiestos a los balcones. Y es que los patriotas son de natural roñoso: recordemos, a modo de ejemplo, cuando Intereconomía pedía dinero a sus espectadores para no diñarla y allí no se rascaba el bolsillo ni Dios.

No sé ustedes, pero yo ya tengo bastante con mi caos interior como para tener que soportar también el exterior.