Cuestión de ilusión

Hay quien se resiste a la pérdida de los valores de la tradición navideña y quien tira la toalla

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EROS LÓPEZ

Navidad es el calor del hogar o el frío de la calle; es la compañía de la familia o la soledad, voluntaria o no; es la nueva rebeca de marca o el viejo abrigo descosido; el primer copo de nieve o la última hoja que se resiste a caer, según se mire. Son fechas que interpelan y difícilmente dejan indiferente. Hay circunstancias personales muy distintas, claro, y convicciones, y juicios de valor. Pero, a fin de cuentas, ser partidario o detractor de estas fiestas suele acabar siendo cuestión de ilusión.

Para María Isabel Sánchez (63 años, ama de casa de Barcelona) estas fechas han dejado de ser especiales. Recuerda que años atrás, antes de que enviudara, se reunía con los más allegados para comer, beber y festejar, pero ahora todo se reduce a una austera celebración -cada vez decora menos la casa- junto a sus dos hijas para no quedarse sola. "Nos juntamos en Nochebuena como podríamos hacerlo para cenar cualquier sábado", dice.

En cambio, el espíritu navideño de Maria Teresa Prat (46 años, interiorista de Banyoles) se mantiene intacto con el paso del tiempo. Ella y su marido intentan reunirse con sus familiares todos los días entre el 25 y el 28 de diciembre, salvando la distancia que los separa durante el resto del año, pues una hermana vive fuera, otro hermano viaja constantemente por su trabajo y sus hijos estudian lejos. "Tenemos muchísima ilusión por vernos en estas fechas, son sagradas", comenta.

Ambas coinciden en que los valores asociados a la Navidad, tales como la solidaridad, la esperanza o la fe, "no son exclusivos de este periodo, son los de toda la vida. Se puede ser solidario los 365 días del año". Aun así, Maria Teresa añade que en este tramo final "es más factible hacer una valoración de los hechos transcurridos, reflexionar y renacer para corregir los errores".

Su condición de católica influye en su particular concepción de la Navidad, pero no por ello se muestra ajena a una realidad que se le hace cada vez más evidente: la falta de compromiso respecto a dicha conmemoración de origen religioso. "Muchas personas se lo toman como unas vacaciones, una etapa de desconexión sin el sentimiento emotivo que hay detrás", sostiene. María Isabel también rememora épocas pasadas en las que la mayoría de la gente hacía todo lo posible para encontrarse con sus seres queridos, aunque eso supusiera un viaje en autocar durante toda la noche. "Compensaba la ilusión de verse. Ahora la gente prefiere ir a esquiar", lamenta, y admite que añora la magia de antaño.

Y es que ya no se aprecian las mismas cosas que antes, cuando no se tenía casi nada. Quizá por eso, a su juicio, las nuevas generaciones priorizan el ocio y no valoran la tradición familiar. "Esa ilusión, esa alegría que teníamos al esperar el día que nuestro padre llegaba con su modesta cesta de alimentos... no se puede explicar, hay que sentirlo", cuenta María Isabel, que cierra los ojos y sonríe.

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Esa esencia es precisamente la que intenta recuperar Maria Teresa adaptándola a la actualidad. Eso le enseñaron sus padres y así ha educado a sus hijos. En los próximos días se reunirán los cerca de 20 miembros de su familia, y después de Sant Esteve se desplazarán todos juntos a Barcelona a realizar las típicas actividades festivas, entre ellas ver los Pastorets. Pero sin caer en el consumismo. Sus regalos acostumbran a ser de carácter simbólico, hechos con el corazón: "Puedo ir a comprar unos guantes, por ejemplo, que le falten a alguien de la familia, pero irán acompañados de un mensaje que simbolice un deseo para él. Lo importante no es lo que vale, sino la intención que buscas".

Esta es la manera que tiene Maria Teresa de mantener viva la llama de una celebración que quiere preservar alejada de la imagen promovida por las grandes empresas y consentida por una multitud que ve en las compras navideñas la oportunidad de soltarse el cinturón que tan apretado ha estado durante el año. "Parece que tengamos que hacer grandes regalos, pero en cuanto se sacan del embalaje acaban ignorados", dice María Isabel. Otro síntoma de la carencia generalizada del sentimiento que le gustaría que fomentara la Navidad. "Cada uno tiene que conservar las ilusiones que tiene. Ojalá todos pudiéramos mantener la ilusión de cuando éramos pequeños", concluye.