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«Es un auténtico engorro»

José Roca, hipertenso de 72 años, sueña con poder reducir su decena de comprimidos diarios

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INMA SANTOS HERRERA
BARCELONA

«Mi médico nunca me ha hablado de la posibilidad de reducir el número de medicamentos. Siempre se lo sugiero yo».José Roca, publicista jubilado de 72 años y enfermo crónico, no es que lleve mal lo de su copiosa medicación. No es tan drástico; tan solo es que le resulta, en sus palabras,«un engorro».José sufre hipertensión. Para controlar esta enfermedad y lo que acarrea toma cinco medicamentos diferentes: una pastilla diaria de Micardis, Hidrosaluterin, Atorvastatina y Uni-masdil y dos de A.A.S. De esto hace ya 14 años, cuando la hipertensión le fue diagnosticada en una revisión médica de la empresa en la que trabajaba. A esta medicación, con el tiempo se le han añadido otros dos fármacos por el dolor de la artrosis: dos pastillas de paracetamol, y a mediodía otra de Zaldiar. Total: 10 pastillas diarias de siete fármacos diferentes.

«Es un auténtico engorro»,repite José, que confiesa que sería feliz si las industrias farmacéuticas sacaran al mercado una pastilla que sustituyera a tres o cuatro fármacos a la vez. No es su caso -«me siento joven: soy miembro del colegio de publicistas de Barcelona, doy charlas en centros cívicos, voy al gimnasio tres veces por semana...»-, pero se acuerda de aquellos ancianos a quienes llevar el control de tantas pastillas les supone un problema.«Controlar eso cada día ya cansa, pero además hay que estar atento a no quedarte sin medicinasy tener en cuenta el gasto que supone»,incluso ahora, que ya no está en vigor el euro por receta. Lo que él llama burocracia es otro efecto secundario de la hipermedicación: visitas continuas a la farmacia y al médico de cabecera para las recetas y decisiones que le resultan incomprensibles («no es lógico que cambien el formato de un fármaco de 20 a 30 comprimidos y necesites una nueva receta porque ha cambiado el código»).

José mantiene, pues, una relación de amor-odio con su medicación. Sabe que la necesita y confía en los médicos, aunque a veces piensa

que«algunas pastillas ayudan a solucionar un poquito las cosas, pero no todas son imprescindibles».

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«Nada de cajitas»

Pese a todo, es un paciente obediente... o lo intenta. Para cumplir con el tratamiento confía en su memoria.«Nada de cajitas»,replica cuando se le habla de los pastilleros. José ha incorporado sus pastillas a su rutina:«Unas me las tomo entre las ocho y las nueve; las que me tocan a mediodía, entre las doce y las tres, y las otras, a las seis de la tarde»,resume. Es enfermo crónico pero no considera que su caso sea grave, así que se permite alguna licencia:«Si salgo de fin de semana, no me llevo las pastillas». Y entre control y control y visita al médico, José sueña con ese día en que sus 10 pastillas se reduzcan por arte de la industria farmacéutica a solo una.