Artículo del director

El empoderamiento de los ciudadanos

Fèlix Millet, en la Ciutat de la Justícia.

Fèlix Millet, en la Ciutat de la Justícia.

ENRIC HERNÀNDEZ

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Podríamos dar crédito a quienes ahora, tarde y mal, escenifican teatrales exhibiciones de transparencia, o prometen reformas legales en pro de la regeneración democrática, o auspician artificiosas cumbres contra la corrupción; todos ellos, claro está, sin antes haberse deshecho de los detritus que ocultan en el desván, cuyo inconfundible hedor impregna ya sin remedio toda la vida pública española.

Podríamos, por qué no, asistir como meros notarios, neutrales e impasibles, al estallido incontrolado de unos escándalos de corrupción que enlodan a demasiados partidos e instituciones; hacernos eco de las obligadas declaraciones de inocencia que declaman los denunciados; tolerar en silencio que conserven cargos y prebendas en tanto la justicia, al ritmo al que nos tiene habituados, dicte sentencia .

Incluso podríamos atender las voces que desde la oligarquía política y financiera nos invitan a poner sordina a estos enojosos asuntos, a poner el acento más en la presunción de inocencia de los acusados que en la asunción de responsabilidades políticas.

Podríamos, pero no lo haremos, porque eso sería una grave deslealtad a nuestros lectores y un flaco favor a la democracia.

Desde que destapó el caso Filesa, que en 1991 hizo aflorar la financiación ilegal del PSOE, hasta que en el 2010 desveló los documentos que conectaban los manejos de Fèlix Millet en el Palau de la Música con el pago de comisiones ilegales por obras públicas que desembocaban en las cuentas de CDC; desde que en el 2011 adelantó el cerco judicial sobre los turbios negocios de Iñaki Urdangarin hasta que el mes pasado desveló los presuntos nexos entre la mafia rusa y Xavier Crespo, exalcalde de Lloret... EL PERIÓDICO DE CATALUNYA ha apostado siempre por arrojar toda la luz posible sobre los escándalos de corrupción para evitar que, merced al cobijo que les prestan sus partidos, los presuntos culpables de irregularidades puedan quedar impunes.

Seguiremos fieles a nuestros principios, siempre con el máximo rigor y objetividad, sin reparar en el color político de quienes sean objeto de denuncia. Pero, ante el cariz sistémico que el fenómeno de la corrupción política ha adquirido en España, creemos que con eso no basta. Para impedir que la sombra de la sospecha y la connivencia de los partidos carcoman de forma irreversible el sistema democrático, ya es hora de que la sociedad alce la voz para forzar a sus representantes políticos a revisar leyes y pautas de conducta. Porque cuando la democracia está en peligro la respuesta no es el populismo, sino más democracia.

Solo el empoderamiento de los ciudadanos, la exigencia cívica de una profunda regeneración democrática, evitará que el país se precipite al abismo. Por eso EL PERIÓDICO se ha propuesto confeccionar, en diálogo con sus lectores, los expertos y los actores políticos, económicos y sociales, una panoplia de propuestas para devolver la integridad a la vida pública española. Ojalá esta vez, por la cuenta que le trae, la clase política no haga oídos sordos.