Comprar en femenino sale caro

Maquinillas3 Para él 0,85€ (10 unid.)3 Para ella 1,15€ (5 unid.)

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EVA CANTÓN / PARÍS

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En ocasiones, la desigualdad entre hombres y mujeres aparece en sitios tan imprevisibles como el estante de un supermercado. Un desodorante que promete 48 horas de pulcritud cuesta 4,11 euros si lleva una etiqueta negra (para hombre) y 4,15 si el envoltorio es rosa (para mujer). Una diferencia de cuatro céntimos de euro no es mucho, ¿verdad?. Pero ¿qué pasa cuando al desodorante se unen las cuchillas de afeitar, el champú, el corte de pelo, la tintorería, las cremas, los juguetes e incluso los albergues juveniles? Si los productos y servicios son idénticos pero las mujeres pagan más se podría sospechar que existe una «tasa femenina» encubierta.

Ese «impuesto rosa» es el que ha denunciado en Francia un desenfadado colectivo feminista llamado Georgette Sand (georgettesand.org), nacido en agosto del 2014 con un guiño al pseudónimo de la escritora francesa y una enseña: «No hace falta llamarse George para ser tomada en serio». Su campaña en contra del sobrecoste de los productos destinados a las féminas ha sido un éxito en la plataforma Change.org, donde han recogido más de 40.000 firmas en tres semanas para obligar a la gran cadena francesa de supermercados Monoprix a repensar su estrategia comercial.

La dirección del establecimiento sostiene que no hay discriminación en los precios en función del sexo y que la diferencia obedece «a las características asociadas al producto y a su volumen de ventas». Además, agrega que hay ejemplos del fenómeno inverso, es decir, que la versión masculina es más cara. Algo que no niegan los miembros de Georgette. Por eso, tras haber recorrido los estantes de diferentes cadenas de distribución y catálogos on line comparando precios del mismo producto en su versión masculina y femenina, han llegado a la conclusión de que los estereotipos ligados al género están muy presentes en el mundo del márketing.

En resumen, la hípersegmentación del mercado entre hombres y mujeres impide la comparación de precios, empuja a un exceso de consumo y aplica un impuesto específico a las mujeres. En EEUU también hay precedentes. La periodista Sophie Gourion dio la voz de alarma en Francia al recoger en su blog un estudio de la revista norteamericana Forbes que evaluaba en unos 1.300 euros anuales el coste de la llamada «tasa rosa».

Esta diferencia de tarifas deja al descubierto que la política de precios de fabricantes y distribuidores tiene más que ver con la imagen social de hombres y mujeres que con el coste real de producción de los artículos. «Nos dimos cuenta de que las mujeres están dispuestas a pagar más que los hombres por los productos de cuidado personal y belleza. ¿Por qué? Pues creemos que tiene una raíz social. A las mujeres se nos pide ir más arregladas, estar más guapas, ser más sofisticadas», afirma a El PERIÓDICO Gaëlle Couraud, miembro de Georgette Sand.

Las peluquerías son un ejemplo palmario. Basta con mirar el precio de un corte de pelo para darse cuenta de que a las mujeres siempre les cuesta más. Las razones de esta diferencia obedecen, de nuevo, a una especie de canon femenino. «En todas las peluquerías es así. El corte de pelo de mujer siempre es más caro», justifica a este diario la responsable de un establecimiento del centro de París. ¿Incluso si tienes el pelo corto? «Sí. Bueno, es que, en general, lleva un poco más de tiempo porque el corte tiene que ser más femenino», argumenta.

Ese plus ligado a la feminidad es lo que empiezan a cuestionarse las consumidoras. También en las instancias públicas. Por eso, el Ministerio de Economía francés se ha comprometido a realizar un estudio estadístico a nivel nacional, a petición de la secretaria de Estado de Derechos de la Mujer, Pascale Boistard. En su cuenta de Twitter y con mucho humor, la propia Boistard se preguntaba si «el rosa es un color de lujo». La idea es seguir el ejemplo de otros países para cuantificar el perjuicio económico que soporta el bolsillo de las mujeres. Sólo a partir de ahí podrán ponerse en marcha mecanismos legislativos para acabar con una práctica discriminatoria que afecta precisamente a la mitad de la población con menos recursos. En Francia, las mujeres ganan de media un 27% menos que los hombres y ocupan el 85% de los trabajos a tiempo parcial, según los datos aportados por el colectivo feminista. «Esta tasa invisible es especialmente insoportable en tiempos de crisis», recalca Couraud, persuadida de que las crisis económicas relegan sistemáticamente a las mujeres a roles desprovistos de poder. El siguiente foco de atención del colectivo: el mundo del juguete.