OPINIÓN

Coches, humos, trampas y prepotencia

SALVADOR SABRIÀ

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Jordi Pujol en sus buenos tiempos de presidente de la Generalitat en activo y con todos los vientos a favor solía advertir contra los efectos devastadores de la mentira aseverando que no se puede estar engañando mucho a mucha gente y mucho tiempo porque al final se acaba sabiendo y los efectos pueden ser demoledores. Cuando lo decía, nadie pensaba, y posiblemente él tampoco, que podía estar refiriéndose a su propia persona visto lo sucedido con el extraño legado de su padre, pero sobre todo, con el reconocimiento de que él y su familia habían mantenido a escondidas del fisco cuentas millonarias en el extranjero. Y todo ello a la vez que se presentaba como el paladín de los valores. Aquella declaración le costó al expresident de las mayorías absolutas pasar en unos  días de ser casi un héroe para muchos a un villano para casi todos.

Viene esto a la cabeza por lo sucedido esta semana con Volkswagen, el mayor fabricante de coches del mundo. Cuando se ha sabido que había estado engañando y haciendo trampas sofisticadas durante mucho tiempo (al menos siete años reconocidos por la compañía) y a mucha gente (11 millones de vehículos), su valor ha caído en picado, literalmente: más de un 35% en bolsa en una semana. Pero este ha sido solo el efecto inmediato. Está por ver cómo afectará a sus ventas futuras esta pérdida de confianza que ha provocado el reconocimiento público de que estaba haciendo trampas que servían para engañar primero a los controles de emisiones de humos, pero también a los compradores de sus vehículos que se creían aquello de un coche menos contaminante. En este caso no se trata de un fallo técnico, que puede tener consecuencias drásticas pero que es relativamente fácil demostrar que se han tomado las medidas para solucionarlo. Esta vez es un engaño a gran escala, diseñado desde el momento de empezar a fabricar un coche, que se debe haber probado en muchas ocasiones para garantizar que la trampa funcione con éxito 11 millones de veces.

La crisis de Volkswagen y las posteriores medidas adoptadas por la compañía tienen también un cierto paralelismo con la situación catalana y española. Ante la gravedad de la situación, y consciente de que había que atajar el problema con efectividad, el grupo automovilístico ha necesitado solo una semana para remover su cúpula directiva y reorientar su estrategia basándola, a partir de ahora, en dar más autonomía y poder  de decisión a cada marca. Es el mejor ejemplo de que, ante un gran problema, si hay una voluntad política clara las medidas se adoptan rápido, por drásticas que sean. Incluso, si hace falta, para cambiar de modelo de gestión con el objetivo de preservar el grupo.