¿Quién tiene 15 millones para una vacuna?

Es el dinero que necesitan unos investigadores españoles para fabricar un fármaco contra la tuberculosis

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MICHELE CATANZARO

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Los laboratorios de la farmacéutica Archivel Farma tienen un aspecto espectral. No es por los neones que iluminan esas estancias subterráneas. Ni por las señales de riesgo biológico y prohibición de pasar en las puertas. La razón es que no hay nadie en ellos. Los 17 empleados de la empresa se han reducido a 5. Desde principios de este año, casi nunca bajan de las oficinas de la planta de arriba. El vacío impoluto de los laboratorios contrasta con el desorden de los pasillos a su alrededor, donde se acumulan trastos y polvo. 

Esta escena hace pensar que aún hoy la ciencia en España tiene “arrancada de caballo y parada de burro”, según dijo el único premio Nobel en ciencias del país, Santiago Ramón y Cajal. Archivel, emplazada en Badalona, debía ensayar la vacuna terapéutica Ruti, una de las más prometedoras contra la tuberculosis y la culminación de una aventura científica gestada en el cercano hospital Germans Trias y Pujol (Can Ruti), que le da nombre.

Los laboratorios –de los más avanzados que hay en España, ya que sirven para manejar una infección peligrosa y fabricar un fármaco en el mismo espacio–, fueron construidos desde cero con la ayuda de un mecenas. Pero en el 2011 el dinero del filántropo se quedó corto, el capital-riesgo que lo complementaba agotó su dotación y ninguna empresa, administración o fundación tomó el relevo.

Así, el proyecto se ha quedado a 15 millones de euros de la meta. Justo cuando la tuberculosis (el agente infeccioso más mortífero después del VIH, que está presente en un tercio de la población mundial y mata a una persona cada 23 segundos) vuelve a acechar Europa, en formas resistentes a los fármacos. Justo cuando la crisis genera las condiciones ideales para su difusión. Justo cuando una docena de grupos de científicos de todo el mundo están ensayando sus propuestas de vacuna. No obstante, esta aventura aún podría tener un final feliz, si los cinco empleados de la planta de arriba consiguen convencer a una empresa china o una india, que han manifestado su interés, para que inviertan en el ensayo.

Un chaval de Manresa

El principio de la aventura se remonta a los años 80, cuando a un chaval de Manresa, Pere-Joan Cardona, le cayó en las manos el libro 'El microscopi', del naturalista Josep Maluquer. “Me entusiasmó tanto que me monté un laboratorio en casa con un mi-croscopio que me regalaron. ¡Debía de ser muy friki!”, bromea Cardona, hoy investigador en Can Ruti e inventor de la vacuna homónima. Sus primeros estudios consis-tieron en averiguar qué microbios llevaba el río Cardener antes y después de superar los desagües de Manresa. “Tras licenciarme en medicina [en 1992], me volvió a entrar el gusanillo de la microbiología y acabé haciendo el doctorado en un laboratorio de Can Ruti, donde me propusieron elegir si quería estudiar el sida o la tuberculosis. Tenía una novia apasionada de letras que me dijo que el sida era demasiado moderno, mientras la tuberculosis tenía más literatura”, explica Cardona.

En aquellos años, la tuberculosis volvía a ser motivo de preocupación tras unas décadas de optimismo. En los 80, se había consolidado un tratamiento de la enfermedad basado en una combinación de antibióticos suministrados a lo largo de seis meses. Esto permitía vislumbrar el final victorioso de una guerra contra la enfermedad que había dejado víctimas ilustres (Nefertiti, Pere el Gran, las hermanas Brontë…) pero sobre todo humildes, a partir de la revolución industrial, cuando enormes masas de personas malnutridas empezaron a hacinarse en sucias ciudades.

La cédula de habitabilidad

La bacteria de la tuberculosis (Mycobacterium tuberculosis) se transmite a través del estornudo, la tos y el esputo, y prospera en entornos hacinados. Hoy solo un 10% de los infectados acaban desarrollando la enfermedad. Pero las personas malnutridas (o con el sistema inmune comprometido por el VIH, la diabetes o el humo del tabaco) tienen un riesgo mucho más alto. “Más que los fármacos, lo que redujo la tuberculosis fue la cédula de habitabilidad”, bromea Cardona.

Mientras en Europa la enfermedad descendía en picado, los gobiernos recortaron las inversiones en investigación. De hecho, desde los años 60 hasta el 2013, no se produjo ningún antibiótico nuevo para esta enfermedad. Y los destartalados sistemas de salud de los países en desarrollo no obtuvieron los éxitos de los europeos.

Es cierto que la mortalidad por tuberculosis se ha reducido enormemente en las últimas décadas (un 45% solo entre 1990 y el 2012). Sin embargo, el número de personas infectadas dejó de bajar a partir de mediados de los 80. La aparición del sida ofreció una oportunidad nueva a la tuberculosis: el virus del VIH debilita el sistema inmune de su portador. “En esos años, hacía guardias y me encontraba enfermos que parecían salidos de Auschwitz”, recuerda Cardona. Luego vino la inmigración, que trajo más personas enfermas a los países ricos, y frenó la bajada de la enfermedad. Finalmente, apareció la tuberculosis multirresistente: en los países con un sistema sanitario malo (por ejemplo, los del bloque soviético tras la caída de la URSS) es frecuente que los enfermos no hagan el tratamiento completo. Con el tiempo, esto acaba propiciando la mutación de la bacteria en variantes resistentes a los antibióticos. “Quien enferma de ellas, puede tratarse solo con un cóctel de fármacos de segundo nivel que tienen efectos secundarios devastadores”, comenta Cardona.

Desde los años 80, el número de personas infectadas no ha dejado de subir. En el 2012, 8,6 millones de infectados llegaron a desarrollar la enfermedad (el 4% de los nuevos enfermos contrajeron formas multirresistentes). Ese mismo año, 1,3 millones de enfermos de tuberculosis murieron. El 95% de ellos vivían en países de ingresos medio-bajos, sobre todo India y China.

Las bacterias no estaban dormidas

Ya en 1993, la OMS clasificó la tuberculosis como emergencia global. En este contexto, Cardona desarrolló su tesis doctoral. El día antes de la discusión, en 1999, mientras le estaba dando vueltas a las preguntas que le podría hacer el tribunal, se le ocurrió volver a mirar los datos que había tomado sobre la infección en fase latente (antes de que se convierta en enfermedad).

Esta segunda mirada le reveló que sus medidas desmentían la visión tradicional: las bacterias no estaban dormidas como se pensaba, sino que libraban una batalla constante contra el hospedador. Durante la fase latente, el organismo pasaba por un proceso de reinfección continua.

Este hallazgo (la “teoría dinámica” de la infección) le dio a Cardona la clave para diseñar una vacuna terapéutica. Esta combina trozos de la bacteria y antibióticos para atacar los microbios supuestamente dormidos. Terapéutica quiere decir que no previene la infección, sino que impide que se convierta en enfermedad. De confirmarse su eficacia, su gran ventaja sería que reduciría la duración del tratamiento de seis meses a tan solo uno.

En 1998, Cardona hizo un encuentro esencial para el futuro de esta idea. A través de su mujer, conoció a José Martínez, un empresario del sector de la perfumería y filántropo. “Desde entonces hasta hoy, el señor Martínez no ha dejado nunca de invertir en el proyecto de la vacuna”, afirma Olga Rue, directora general de Archivel Farma, de la cual Cardona es asesor científico. Lo hizo en solitario hasta el 2005. En ese año, para financiar los primeros ensayos clínicos del prototipo de la vacuna, entraron en Archivel un fondo de capital-riesgo, la farmacéutica Reig Jofre y unos pequeños inversores catalanes. En el 2008, la vacuna superó con éxito los ensayos que demostraban que no es tóxica.

Laboratorios en Badalona

Ese mismo año, empezó la construcción de los laboratorios de Badalona donde producir las vacunas para los ensayos sucesivos. “Entonces eran algo único, porque combinaban la tecnología de una sala blanca, necesaria para manufacturar fármacos, con la de bioseguridad de nivel P3, la más alta después de la que se aplica en laboratorios donde se manejan agentes sin cura como el ébola”, explica Rue.

En el 2011, la vacuna superó ensayos llevados a cabo en Sudáfrica con 98 personas afectadas de tuberculosis y sida, para comprobar su respuesta inmunológica. Pero ese año se acabó el dinero comprometido por el fondo de capital-riesgo. Le sustituyó el Grupo Teodoro García Trabadelo (TGT), empresa fabricante de quesos, al que José Martínez convenció del interés del proyecto. Pero el conjunto de la inversión no era suficiente para financiar los ensayos llamados “de fase 3”, es decir, los que confirman si la vacuna es realmente efectiva o no. “Estimamos que se precisan unos 15 millones de euros para llevar la vacuna al estadio de producción industrial”, explica Rue. Es casi lo que ha costado Archivel hasta ahora: 16 millones, entre los invertidos por los privados y las subvenciones públicas.

El Gobierno no puso ni un duro

Pero el dinero no llegaba y a finales del 2013 Archivel paró la producción y redujo el personal al mínimo. “Esperábamos que en algún momento entrara como socio una farmacéutica grande: antes de la crisis, invertían mucho en startups que salían de centros de investigación, pero ahora son mucho más cautas con su dinero”, afirma la directora de Archivel. 

En Alemania, el estado ha creado una empresa pública para desarrollar una vacuna candidata y en Dinamarca se está trabajando en la entidad estatal que fabrica las vacunas. En España no hay nada parecido. “No esperamos que el Gobierno invierta en algo arriesgado”, admite Cardona.

Sin embargo, el investigador se queja de que el estado podría hacer más para incentivar a los mecenas. “La fundación Bill & Melinda Gates ha venido mil veces a España para ofrecer dinero a cambio de que el gobierno cofinanciara sus proyectos contra la tuberculosis: el gobierno danés lo hace, pero el español, incluso en época de bonanza, no puso ni un duro. Ni tan solo una carta de compromiso”, dice Cardona.

Tampoco ayuda el hecho de que la tuberculosis sea sobre todo un problema de los países pobres. Hay un déficit de 1.400 millones de dólares por año en la inversión necesaria para que la lucha contra la tuberculosis sea eficaz, según la 'think tank' Treatment Action Group. Los tratamientos les resultan tan poco atractivos a las farmacéuticas que en los últimos meses se han registrado problemas de abastecimiento en España, supuestamente porque los fabricantes han reducido la producción al mínimo. Sin embargo, es probable que la situación empeore también en Europa a raíz de la crisis. “Si los desahuciados y parados se hacinan en infraviviendas, se darán todos los supuestos para que la enfermedad prospere”, observa Cardona.

“Ahora la estrategia es ir a los países donde hay mucha incidencia y llamar la atención de farmacéuticas de allí: el personal de la empresa está dedicado a esto”, explica Rue. Tras el fracaso de una vacuna preventiva promovida por la Universidad de Oxford, el año pasado, hay más interés en las vacunas terapéuticas. “Nos empiezan a tener en cuenta después de tantos años. Tenemos una ventaja brutal en tiempo, pero la vacuna terapéutica danesa podría llegar antes, porque está financiada”, comenta Cardona. Rue considera que, para que el proyecto no pierda fuelle, el dinero debería llegar en el 2015.

Mientras tanto, Cardona ya se ha metido en otro proyecto. Ha descubierto que una bacteria no patógena que se halla normalmente en el agua del grifo tiene una función protectora contra la tuberculosis, si se suministra de forma controlada. Está produciendo unas pastillas que contienen estas bacterias y espera comercializarlas en India el año que viene. Al no ser un fármaco, sino un suplemento alimentario (tiene menos microbios que un vaso de yogur), el recorrido de este producto debería ser más fácil. Las bacterias necesarias se podrían sacar de cualquier muestra de agua, pero Cardona ha ido a buscar la cepa bacteriana que debería viajar en pastillas por todo el mundo en un lugar muy especial para él: el río Cardener, donde empezó su aventura en el mundo de la ciencia.