Ángel Corella: "Todo mi patrimonio se ha desvanecido"

El bailarín se deja leer la mano (y los pies) en la revista de EL PERIÓDICO del pasado día 24

El bailarín Ángel Corella

El bailarín Ángel Corella / JORDI COTRINA

ANA SÁNCHEZ / Barcelona

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Le llaman Daredevil, como al superhéroe de Marvel. Lo es. Ángel por fuera, diablo temerario por dentro. “Cuando salgo al escenario, ni pienso, ni siento. Yo me lanzo”. Con 37 años, a Ángel Corella le queda poco que demostrar. Acumula 2 'emmys', el Oscar del ballet (el Benois de la Danse), 19 años como bailarín principal del American Ballet Theatre. Ha recibido aplausos de media hora y ha llegado a hacer 33 giros seguidos. Ahora se está dejando el patrimonio en sacar adelante a su compañía, que ha instalado en Barcelona. Ha pasado un ERE por falta de subvenciones.

En su iPhone se intercalan fotos de sus dos perros y posados con Bill Clinton, Naomy Watts o Meryl Streep. Hace años que las estrellas de Hollywood le piden autógrafos. Pero es bailarín: sabe bien dónde tiene los pies. Su fórmula para que no se le suba a la cabeza: “Volviendo a España, con eso es suficiente”, se ríe. “Te hacen: 'Ta, ta, ta, ta. Que estás en España, y aquí no eres nadie”. Lo dice sin dejar de sonreír. Por algo le llaman “el bailarín de la eterna sonrisa”. Es difícil encontrarle alguna arista.

Ángel Corella extiende la mano sin miedo (después vendrán los pies). Él mismo reconoce que no es fácil conocerle como la palma de su mano. "Hay muy poquita gente que me conoce como soy", asegura. Como es: "Cabezón, familiar, hipocondriaco". Hasta el punto de que abre la puerta de los baños con los codos. A continuación, quiromancia periodística. Entrevista en tres líneas: vida, trabajo y amor.

VIDA

VIDA

Ya hacía giros con 5 años.

Mi madre dice que llevaba chupete y ya bailaba.

Como John Travolta.

Como John Travolta, exacto. Mi madre me llevaba con mis hermanas a clases de ballet. Dice que un día me levanté y empecé a hacer giros. Le dijo a la profesora: “Fíjate, ha estado viendo la clase y ya sabe hacer los giros”. Y la profesora le contestó: “No, si esto aún no lo he enseñado”.

En el colegio solo tenía dos amigos.

Sí, los marginados [se ríe].

La gordita y el chino.

Sí. Ahora los marginados seríamos los españoles [se ríe].

Fue el Billy Elliot de Colmenar Viejo.

Cualquier bailarín que no haya empezado en una gran ciudad ha pasado por lo mismo. Mi padre era boxeador, no minero.

Le enseñaría a encajar los golpes.

Lo intentó. Pero yo decía: “Quita, quita, papá”. Si me encuentro en una pelea, yo creo que voy a salir corriendo. Huyo de la violencia.

Los niños del colegio le tiraban piedras.

Sí.

Le llamaban “maricón”.

Me llamaban de todo.

Dijo en una entrevista que casi le convencen de que lo era.

No, no es que me convencieran. Cuando era chiquitito ni siquiera entendía lo que era esa palabra.

¿Al final le convencieron?

Yo creo que es una decisión personal. Siempre me han dicho: “Tienes que dejar a un lado tu sexualidad cuando estás en el escenario”. Tienes que ser un hombre. Porque cuando haces de Romeo estás representando a un hombre.

Pero siempre ha sido un tópico que los bailarines de ballet son gais.

En la compañía, el 80% estaban casados y muchos tenían hijos. Es una decisión personal. Nunca ha sido algo que haya guiado mi vida ni me haya traumatizado.

Ha dicho que solo ha llorado una vez.

Yo creo que he llorado bastante. Pero no soy de llorar. Ya puedo estar a punto de estallar. Hay muy poquitas cosas que me han hecho llorar.

Que su hermana mayor le dejara el pelo rojo fluorescente, por ejemplo.

[Se ríe] Sí, tenía 16 años. Mi hermana es peluquera y trabaja con nosotros. Ahora es una esteticién fantástica.

Ahora.

Ahora. Sí. Pero cuando empezaba, yo tenía 16 y ella tenía 20 años. Me dejó el pelo como el rojo del extintor. Pero ha habido otras ocasiones en las que he llorado.

¿Cuándo?

Muy poquitas veces por algo que me haya sucedido a mí. Lloré en la muerte de mi abuela. En... En... Casi siempre lloro con películas.

¿No es de llorar y llora con películas?

Sí. Cuando ves a otra persona y no puedes hacer nada por ella. Mismamente el otro día con 'Los Miserables'. La he visto tres veces.

¿Y lloró las tres veces?

Dos de ellas.

Casi monta una ferretería.

Sí. Estuve a punto de dejar de bailar. Les sucede a todos los bailarines aquí en España: o te vas fuera o te dedicas a otra cosa. Y mi decisión era...

La ferretería.

La ferretería. Me encanta. En mi casa hago todos los arreglos, paredes, hago armarios. Hago todo, todo.

Así que usted no es de los que pierden tornillos.

No [se ríe]. Ni literalmente ni de los otros.

Su filosofía: dar sin esperar nada a cambio.

[Asiente].

¿De verdad?

Sí, sí. Raramente pido. Y si pido, casi nunca es para mí, es para otra persona.

No le gusta pedir.

No me gusta pedir ayuda si es para mí. Si es para otra gente, sí.

¿Es orgulloso?

No, no. Creo que si uno puede hacerlo, no debe estar constantemente pidiendo a los demás.

Porque se lo ha buscado todo usted mismo.

Por eso y porque si todos pidiéramos ayuda en todo momento, nadie haría nada. Ayudar a alguien me alegra tanto o más que me ayuden a mí.

Parece un Jesucristo.

No, no. Es que cuando me ayudan a mí, me siento avergonzado. Es algo que no he podido lograr por mí mismo.

Es autocrítico.

Autocrítico, exacto.

E hipocondriaco.

Mi madre también lo es. Sabe más que los médicos. Le decimos: “Vas al médico para decirle lo que tienes” [se ríe]. Yo no creo que sea hipocondriaco hasta un límite que no pueda ni salir de casa. Pero sí que abro la puerta de los baños con los codos.

Eso es de muy hipocondriaco.

Sí. He vivido 19 años en Nueva York. Tienes que ser hipocondriaco. Si no, terminas con cualquier enfermedad contagiosa [sonríe].

¿El sitio más extraño en el que ha bailado?

Encima de una fuente. En el Four Seasons, en Nueva York.

¿Espera que le recuerden por pasar por la vida de puntillas? Nooo. Todo lo contrario. Espero que me recuerden como alguien que intentó cambiar si no la situación de la danza en España, al menos haber tenido un capítulo.

¿Se siente poco reconocido?

Yo creo que... [Suspira]. No necesito tampoco...

Reconocimiento.

No.

¿No?

No. Para mí lo más importante es ser feliz y hacer feliz a los que tienes alrededor. Aunque tuviese que trabajar en cualquier lugar, yo creo que estaría contento.

¿Sí?

Sí. Sí, sí. Yo a-do-ro [remarca cada sílaba] bailar. Siempre lo haré, porque forma parte de mi personalidad. Pero sería feliz haciendo cualquier otra cosa.

Es un feliciano.

Sí.

TRABAJO

TRABAJO

'The New York Times' tituló: “Un Ángel caído del cielo”.

Sí.

¿Fue dura la caída?

Yo creo que aterricé más que caer.

Antes estuvo en el limbo de Víctor Ullate.

Estuve en el limbo de Víctor Ullate un tiempo. Pero solo me acuerdo de la parte buena. Y cuando hablo con alguien que sí tiene ese resentimiento es cuando empiezo a acordarme: “Anda, pues sí que es verdad que nos gritaba y que nos insultaba”. Pero se me había olvidado por completo.

Perdona y olvida.

Perdona y ni siquiera recuerda. Es que se me olvida al segundo.

Por algo le llaman “el bailarín de la eterna sonrisa”.

Exacto. Sí, sí.

Últimamente no le han dado muchos motivos para sonreír.

No, pero sigo sonriendo [sonríe más]. No pierdo la esperanza.

Pues usted sí que tiene que hacer piruetas para llegar a fin de mes.

Antes físicas. Ahora económicas. Es muy triste, porque prácticamente todo el patrimonio que he conseguido a lo largo de toda mi carrera se ha desvanecido con la apuesta por la compañía.

Su compañía, Barcelona Ballet, ha pasado un ERE por falta de subvenciones.

Exacto. Ahora la compañía está un poco en stand by.

Aun así insiste en abrir una escuela de danza en Figueres.

Sí, sí.

En 2014.

Si Dios quiere, en 2014. Todo depende de la situación de la compañía.

¿Y de qué depende?

Depende de las instituciones públicas, de que la empresa privada también lo apoye, y sobre todo depende del Liceu. Que se den cuenta de que es necesario tener una compañía propia, una identidad.

Una marca.

Y también por la economía: traer una compañía 4 o 5 días tiene el mismo coste que tener una compañía todo un año.

Se ha hipotecado “hasta los dientes”.

Yo tenía una casa en la Costa Brava.

¿Tenía?

Tenía. Justo al lado de la baronesa Thyssen. Tenía un apartamento en Nueva York. Tenía una casa en La Granja de San Ildefonso. Tenía un apartamento en Madrid. Todo eso, fiuuuu, ha volado. Tenía un coche. También ha volado. [No deja de sonreír].

¿Se arrepiente de haber dejado el American Ballet Theater?

No. No me arrepiento de nada, porque lo he hecho todo con conciencia. Y no le echo la culpa a nadie de nada.

¿Ha pensado en cerrar?

Todo depende de lo que suceda este año. Me han ofrecido en muchas ocasiones ser director de compañías en el extranjero. Y masoca no soy.

AMOR

AMOR

Usted no podrá negar que ha sido bastante Romeo.

Sí. Siempre he vivido el amor un poco como Romeo.

¿Algún suicidio emocional?

Eeeeeeeeeehhhh. Varios.

¿Sí?

Sí. [Se ríe. Se calla].

¿Y ha resucitado?

Me ha costado mucho. Sobre todo el primero. Fue el que más me costó. Era muy joven. Pero siempre he vivido el amor de una forma demasiado pasional.

Si quiere a alguien, lo quiere con locura.

Sí, sí. Al 100%, al 200% y no puedo vivir sin esa persona. Pero conforme han ido pasando los años, me he ido apaciguando. Ha sido el único aspecto de mi vida en el que sí que he tenido más desengaños. Pero no desengaños amorosos, sino desengaños personales.

¿Por qué?

Porque no todo el mundo vive el amor de la misma forma.

Porque usted se da mucho.

Claro.

¿Ha hecho alguna locura por amor?

Eeeeehh. No, realmente no.

Siendo tan pasional.

Soy más de abrazos y de besos que de “te hago un regalo”. Quizá debería ser más romántico en ese sentido.

¿No es romántico? Se sabe de memoria el guion de Romeo.

Yo no creo que Romeo se hubiese molestado en mandarle un ramo de flores a Julieta. Se habría presentado, le habría dado un beso y se la habría llevado con él. Yo soy más de ese estilo.

De impulsos.

Impulsivo más que detallista.

¿Y hace poco que ha tenido impulsos de estos?

[Sonríe] Ya no tantos. A mi edad ya no tantos.

“Como pareja es un peligro público”, escribió 'The New Yorker'. ¿Lo es?

Sí. No sé si un peligro público. Lo gracioso es que casi todo el mundo que me ha visto bailar con alguna bailarina se ha pensado que o estaba casado con ella o teníamos algún tipo de relación.

¿No ha pensado en casarse?

No, no.

En tener hijos, sí.

Sí, me encantaría tener hijos.

Pero es un solitario.

Sí. Aunque esté en pareja. Tengo muchos momentos en los que me gusta fiuuuuu [hace el gesto de evaporarse].

¿No será usted otro que tal baila?

No, no, no, no. Mis parejas muy poquitas veces se han quejado de que haya sido distante. Todo lo contrario. Soy escorpio.

¿Y eso qué significa?

Somos muy tozudos, pero muy pasionales. Muy fogosos.

A PIES JUNTILLAS

A PIES JUNTILLASA Corella es más fácil leerle los pies que las manos. ¿Que qué dirían si hablaran? "Ouch". Es un hombre con pies de plomo. El bailarín puede confirmarlo con un ejemplo práctico: llegó a estar cinco años con un dedo roto sin enterarse. Así que para completar la quiromancia periodística, es inevitable mirarle los pies.Un 42. “Dirían de todo”, confiesa él. Hasta han tenido una escena 'Algo pasa con Mary'. (No la del pelo, la de la camilla). Corella se acababa de romper todos los tendones cruzados del pie izquierdo en un ensayo abierto del American Ballet. “Estaban metiendo la camilla en la ambulancia y me daban con el pie en la puerta”.

¿Usted de qué pie cojea?

Yo creo que de ninguno. Los tengo bastante sólidos los dos. Y si cojeo de uno, me paso al otro.

¿Mete mucho la pata?

Alguna vez, sí. A una chica que había dejado de bailar le dije [se ríe al recordarlo]: “Enhorabuena, ¿de cuántos meses estás?”. “No, es que he engordado mucho”. Yo me hubiese partido la cara a mí mismo.

¿Se suele levantar con el pie derecho o izquierdo?

Con el pie derecho. Casi siempre me levanto de ese lado de la cama.

¿Duerme a pierna suelta?

No. Duermo increíblemente mal. Me despierto muchísimas veces. Por la noche tengo que beber y comer algo, porque parece que tengo un agujero en el estómago. A lo mejor tengo diabetes o sabe Dios qué [se ríe].