Análisis

El silencio de Guardiola

EMILIO PÉREZ DE ROZAS

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Todo se hubiese terminado (o empezado) con cuatro palabras: un artículo, una preposición, un diminutivo y un apellido. ¿No es mucho pedir, verdad, después de cuatro años de gloria, de felicidad? No, no lo es. Gracias. Pues no se pronunciaron. Es más, no las pronuncióPep Guardiola,que es quien ha hecho de sus discursos palabra de ley, escudo del barcelonismo.

Si cuandoGuardiola, antes de vivir aquellos minutos deliciosos de intimidad en el Camp Nou con los suyos, completa su discurso con esas cuatro palabras, no hubiera habido el menor de los ruidos. Ni losLaporta ySostresse hubiesen atrevido a poner en marcha la máquina de difamar o, como mínimo, dar pie a que desde losmadrilesse escribiese, con la misma gracias que idearon lo delvillarato, que «al Barça le ha abandonado el desodorante». Vieron agitarse el Camp Nou y decidieron mover el árbol para ver si preparabanla décima.

Es posible, sí, queGuardiolaesté harto de hablar. Lo intuyo. Lo ha dicho. Y lo entiendo. Pero este silencio final, de tantos días, ha permitido que los más atrevidos, que son legión (y él los conoce muy bien, demasiado bien), hayan encontrado la ocasión ideal para, no solo vengarse de la querella que les espera en el juzgado o pasarles factura por los años de oposición en la sombra con mociones de censura y otras historias, sino de empezar a demostrar que, sin ese escudo, el deGuardiola, perdón, el de la palabra deGuardiola, la defensa de la entidad será más complicada. O, simplemente, no será.

De ahí que yo, que no soy nadie, piense que si en la despedida final, en la última, en la de aquella noche celestial, además de decir «os dejo en las mejores manos…» hubiese añadido, tan solo, no más, «...las deTito Vilanova», el círculo se hubiese cerrado de maravilla. Pero no lo dijo. ¿Lo creía? ¿Lo pensaba? Estoy seguro de que sí. Pero no lo dijo. Y se abrió la caja de los truenos. Y, lo siento, pero ahora ya es demasiado tarde.