El grito de la liberación

El Bernabeú empieza a pedir la dimisión de Florentino, que ha enloquecido tras la conquista de la Décima

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ERNEST FOLCH

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Qué fue primero, la resurrección del Barça o la crisis del Madrid? No hay respuesta a este viejo enigma, tal es la conexión que hay desde tiempos inmemoriales entre la felicidad de un club y la miseria de otro. Lo único que sabemos es que rara vez andan a la par: basta que uno se hunda para que el otro renazca, y viceversa. En este inicio de Liga la solidez que muestra el equipo de Luis Enrique, corroborada con otro triunfo enérgico ante el Athletic, contrasta con la sensación deprimente que transmite a día de hoy el conjunto de Ancelotti. En esté vaivén de emociones, la sorpresa esta vez es la velocidad con la que el Madrid ha caído a la lona. En la temprana jornada tres de la Liga tiene ya pinta de haber perdido algo más que seis puntos: el conjunto blanco se encuentra de repente desnortado y sin alma, a la espera improbable de que los fichajes de James y Kroos pueden llegar a compensar algún día los traspasos incomprensibles de Di María Xabi Alonso.

Pero lo increíble no es que el Madrid haya permitido semejantes barbaridades deportivas, sino que sendas operaciones se hayan ideado directamente desde la presidencia del club. Al igual que sucedió un año después de ganar la Novena y horas después de conquistar la Liga, cuando Florentino decidió que debía sustituir a Del Bosque por Carlos Queiroz por razones estéticas en una de las decisiones más estrafalarias que ha visto el fútbol, ahora parece volver a hacerse el hara-kiri tras la ansiada Décima, anteponiendo otra vez su relación personal con las estrellas díscolas a la estabilidad deportiva de la entidad.

En los bajos fondos

Se confirma que sólo hay un Florentino peor que el que enloquece cuando pierde, que es el Florentino que enloquece cuando gana. Es paradójico que aquel presidente que en plena era dorada de Guardiola decidió bajar sin éxito a los bajos fondos del fútbol de la mano de Mourinho sea él mismo quien empiece a destruir su propio equipo cuando volvía a resurgir, como si el endiosamiento de la victoria fuese todavía más difícil de gestionar que la frustración de la derrota. Esta tragicomedia sería una perfecta obra de ficción si no fuera porque es estrictamente real, y las causas que la provocan son perfectamente explicables: el rey Florentino hace y deshace a sus anchas desde su palco dorado, sin tener siquiera oposición institucional ni mucho menos mediática que le discuta sus decisiones a menudo arbitrarias, resultado de un entorno que tiende a adularle, si no a temerle.

El sábado, por primera vez, un sector del público del Bernabeu pidió su cabeza y se escuchó un grito que sonaba a liberación: «Florentino, dimisión». Tras mucho años de sumisión acrítica a un patriarca que en un sistema semifeudal gana elecciones sin que nadie se presente, es posible que el madridismo haya empezado a despertar. Si esto fuera cierto, sería, por lo tanto, una pésima noticia para el Barça, que en los últimos años ha resucitado unas cuantas veces gracias a la ayuda inestimable de Florentino Pérez.