Las semifinales de la Copa

El Barça sella el pase con dos llegadas letales

Los azulgranas volvieron a ser superiores pero Diego Alves frustró la goleada y mantuvo en pie al Valencia

JOAN DOMÈNECH
BARCELONA

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Dos llegadas fugaces, inesperadas, veloces y certeras, con el denominador común de Cesc sellaron la clasificación, más apretada de lo que mereció el Barça, muy superior al Valencia de cabo a rabo, en Mestalla y en el Camp Nou. Sin puntería para acabar las elaboradas jugadas que trenzan, los futbolistas azulgranas tuvieron que apelar al instinto y pensar poco para culminar sendos contraataques.

Por un día, el Barça tiró de plan B, y quien mejor lo interpreta es Cesc, pulido en Inglaterra. El interior ofreció una salida aparentemente inútil a Messi, en aquel momento ejerciendo de Xavi, y le llegó un balón celestial que elevó sobre Diego Alves. Más de una hora tardó el equipo en cerrar el asunto con una escapada de Alexis, que sirvió a Cesc y este le brindó el gol a Xavi. Entretanto, juego y más juego, y ocasiones falladas y falladas, que brindaron un resquicio de esperanza al Valencia. Diego Alves sostuvo en pie a su equipo, que lo fio todo a algún córner.

MESSI, SIN SUERTE / El empate de la ida penalizó al Barça y la inoperancia le obligó ayer a sufrir más de la cuenta. Messi volvió a desperdiciar un sinfín de ocasiones. Probó y probó y no hubo manera, estrellado frente a un Diego Alves que le comió la moral en Mestalla y anoche le abortó todos los intentos. El equipo no necesitó al delantero argentino porque las llegadas de la segunda línea resultaron irresistibles.

El Valencia no acusó la ausencia de Soldado, baja de última hora, que se quedó en el hotel afectado por una infección en las vías respiratorias. Aduriz apenas rascó la bola, aplastado por la presencia de Mascherano, pero también porque no vio cerca a sus compañeros excepto en la presión inicial. El equipo de Emery lo hizo casi todo bien hasta los tres cuartos de campo, como si después de tantos metros hubiera extraviado las ideas por el camino.

UNA DEFENSA BLANDA / Bastante hace el técnico levantino con los mimbres que tiene, entre las piezas que le venden y la falta de dinero para comprar nuevas. Con un lateral más espabilado y atento que Miguel y un central con menos ínfulas de Beckenbauer que Rami se apañaría algo más. El portugués se dejó ganar la partida por Cuenca y el francés perdió demasiados balones por su voluntad, loable, de jugarlos bien todos.

Algo parecido le sucedió a Thiago, investido ayer por Guardiola como nuevo mediocentro. Busquets se quedó en la grada, con el tajo de la pierna todavía tierno, y Mascherano ejerció de central, que ya es la posición que mejor le pinta. El movimiento de piezas trasladó a Thiago la responsabilidad de repartir juego, que no jugar solo, y por momentos la olvidó, dejando a Xavi y Cesc fuera de onda para cerrar el campo. Xavi tuvo que buscarse la vida también para huir de la persecución de Banega, a quien le sobraron pulmones para ser el mejor de su equipo, y se desgastó esperando la pelota.

EL FACTOR SORPRESA / Cesc, en cambio, no la necesita. Se conforma con poco. No hay nadie como él para atacar el espacio libre, aunque algunas carreras sean improductivas porque el Barça gusta de jugar en corto y al pie. La primera que hizo abrió en canal al Valencia y cambió el partido, incierto hasta entonces. Sin que ningún rival fuera capaz de ubicarle, las siguientes fueron igual de hirientes. No acabaron en gol pero fueron valiosas para estirar al equipo y encoger al Valencia. Como en los últimos encuentros, al Barça le faltó cerrar el partido para evitar angustias. Sin la puntería ni la finura otoñal, el crudo inverno ha encasquillado gatillos. Incluso el de Messi, esa arma letal.

DOS COLOSOS ATRÁS / Si no hay goles hay que evitarlos, y el Barça se sustentó en una sólida defensa. La misma de la ida colocó Guardiola. No era un día para las alegrías de Alves para enfrentarse a Mathieu y Jordi Alba, los carrileros zurdos del Valencia. Poco intimidaron ayer, que se cambiaron los puestos en los dos periodos. Puyol solo toleró una colada que desbarató Pinto. Recio y contundente, aportó mucha seguridad. Tanta como Mascherano, excepcional en todas las intervenciones.

Sentirse vivo animó al Valencia, que avanzó metros a medida que avanzaban los minutos. Valía la pena correr el riesgo de destaparse la espalda, como si creyera ciegamente en la inoperancia azulgrana. Pudo salir escaldado y se marchó dignamente.