Entrevista CON EL Bailarín

Rafael Amargo: "Solo me falta que alguien me ate en corto en el amor"

LUIS MIGUEL MARCO / Barcelona

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Ha sido y es un torbellino, un culo inquieto o, como él dice «un loco muy cuerdo», pero ahora asegura estar más centrado y de nuevo metido en cintura. «Es que me puse como Antonio Canales, pero ahora tengo otra vez un buen desnudo, ¿o no?», suelta con lengua viperina y mirada pícara, mientras posa para el fotógrafo en el Grand Hotel Central de Barcelona. A sus 35 años, y después de 13 rodando indómito, el bailarín bailaor, capaz de noches de gloria y sonados bochornos, por fin se ha dejado atar en corto. Mario Gas, que le tenía ganas, le dirige enRosso, donde deja de lado su zapateado flamenco para bailar tarantela en zapatillas. El montaje, con Lola Greco y Manuel Segovia como coreógrafo invitado, se estrena mañana en el Liceu, donde permanecerá tres días.

–A ecléctico no le gana nadie, ¿qué nos trae ahora?

–Un montaje en el que no hay dramaturgia ni historia, pero que es muy plástico y mediterráneo. Es una idea que me propuso Nunzio Areni, que además de compositor es el director del festival de Caserta. Quieren poner la tarantela a la altura del tango o del flamenco. El encargo tenía tela y estuve a punto de negarme. Pero a mí me va la marcha, así que a partir de una selección de varios compositores de folclore italiano nos hemos dejado llevar. También se escuchan boleros y, claro, algunos palos de flamenco: jaleos, tientos, fandangos y taranta, pero sin cante. El concepto se acerca más a la danza contemporánea y, sinceramente, creo que esta vez hemos cogido al toro por los cuernos, una expresión del todo apropiada estos días.

–¿Está dolido por la estocada del Parlament?

–Yo siempre he sido partidario del prohibido prohibir. Mario Gas dijo el otro día que la historia pasará factura por esto.

–Mario Gas dirige la puesta en escena. ¿También le dirigió a usted?

–Esta vez he decidido dejarme dirigir y no sabe cómo lo agradezco. He sido más disciplinado que nunca. Llegaba 20 minutos antes a los ensayos y calentaba, yo que soy un caos. Mentiría si dijera que no han saltado chispas pero, como dice Mario, raros, complicados y diferentes somos todos los artistas. Cómo habrá salido la cosa que me gustaría volver a hacer algo con él, pero esta vez con una historia que contar:Hamlet, Romeo y Julieta, Macbeth, Otelo, Napoleón, lo que sea. Le he pedido que la próxima vez me dirija como buen director de actores que es.

–¿Se ha dado cuenta por fin de que no se puede estar en mil cosas a la vez, en misa y repicando?

–Le voy a confesar una cosa: he llegado a noches de estreno exhausto y preguntándome: «¿Y ahora qué les bailo yo a esta gente?». He estado tan pendiente de todo, de los focos, del sonido, de la compañía, de las relaciones públicas, que no me he centrado en mí y, aunque yo soy mucho de improvisación, luego pasa lo que pasa. Para mí es un alivio que me produzcan, por primera vez, en mi espectáculo número trece. Y que tal y como están las cosas me pongan un director de escena y no uno cualquiera, sino alguien como Mario Gas, que le ha dado forma y sentido al espectáculo.

–Poco margen para la improvisación, entonces.

–Lola Greco y yo nos guardamos nuestros momentos, porque somos dos loquitos que nos gusta tirarnos de cabeza a la piscina y porque somos más de intuición que de método. A mí me gusta trabajar con ese vértigo, porque si salgo a escena y lo tengo todo medido y controlado, me aburro, me distraigo, me voy de compás.

–¿Con este espectáculo cuelga los zapatos?

–Esta vez los he cambiado por las zapatillas. Me encanta hacer contemporáneo: trabajar con cuerpos más flexibles, menos rígidos, y movernos por todo el escenario, para afuera. En este caso, trabajo con ocho bailarines y, como dice Lola Greco, es el espectáculo de las gasas y de la carne. Porque la danza flamenca es maravillosa de oído, es percutiva, pero te limita el espacio y el vestuario, es todo para adentro. Mario me llama Rafa Duato.

–Nacho Duato dirigirá el ballet del Teatro Mijáilovski de San Petersburgo. Será el primer extranjero al frente de un ballet ruso en cien años.

–Me alegro por él. Seguro que le han puesto un buen contrato encima de la mesa. Han sido 20 años al frente de la Compañía Nacional de Danza y su legado es innegable, está ahí. Eso da una idea de lo bien considerada que está la danza española fuera de España.

–Y usted, ¿cómo se siente aquí?

–Pues centrado en mis cosas. Yo soy un loco muy cuerdo, soy muy Quijote. Puedo parecer muy loco, pero le aseguro que, cuando tienes 40 personas en nómina, tienes que estar a lo que estás. Yo me hincho de trabajar, pero también me divierto, porque sé que no me voy a ver en otra. Soy bipolar: me van los extremos y huyo de la mediocridad.

–¿Es por eso que no tiene dos noches iguales?

–Me pasa que, aunque tenga el teatro lleno, si no me viene el duende, no me entrego. El público no tiene la culpa pero de diez noches, tengo tres muy buenas y las otras, pues no tanto. Me gusta crear esa distorsión, a veces hasta me la invento.

–En el anterior espectáculo, La difícil sencillez, a partir de una conferencia de Lorca, buscaba ese duende, pero algunas críticas dijeron que no lo encontraba por ninguna parte. ¿Le dolió?

–¿Sabe qué pasa? Que como los artistas y los críticos también salimos de fiesta o nos vamos de vacaciones juntos, pues afloran otras cosas. Roger Salas, en concreto, me decía: «Tú sigue con tu hip-hop y con tu enramblao y no vayas de purista del flamenco, que no te pega». Pero yo tengo un público también en Andalucía. ¿No soy de Granada? Pues hago otro Lorca. No se puede contentar a todo el mundo pero tampoco están las cosas como para encasillarse o ir de sectario por la vida.

–¿Cómo lo ha hecho para ponerse tan en forma?

–Con disciplina. Con un entrenador personal porque yo solo en el gimmasio es que me aburro. Este año, mira por donde, dejo que me dirijan y que me ayuden a ponerme en forma. Ahora solo me falta encontrar a alguien que me ate en corto en el amor. Tengo el amor de mis dos hijos, Leon y Dante, pero busco otra clase de amor. Estoyopen coeur. Lo digo en varios idiomas porque nunca se sabe. Estoy abierto a todo, ¿se entiende, no?

–No dirá que es por falta de proposiciones.

–Pero me canso enseguida, no me sorprende a mí nada. Será porque soy muy intenso y muy teatrero. Recuerdo que hasta me inventé un espectáculo comoEnramblaopor una historia de amor aquí en Barcelona en la que acabé con una maleta en la Rambla. Bueno, no es que me echaran de casa, sino que hui por miedo al compromiso.

–Pues ahora tiene en Barcelona su piso de soltero.

–Sí. Es gracioso porque cuando estoy en Madrid me quedo en casa de mis padres o en la de Yolanda [Jiménez, su exmujer y bailarina de su compañía]. Duermo en un cuarto que no es el suyo y nos meamos de la risa. Ella me dice: «En mi cama no te vayas a meter, que corra el aire». Tenemos mucho respeto el uno por el otro. Nuestra relación empezó siendo de compañeros de trabajo, luego de amor y ahora otra vez de compañeros de trabajo.

–¿Y cómo les ha afectado la separación a los niños?

–Están bien. Me van a salir los dos bailarines. Los adoro. Los he tenido con las tatas en Málaga desde que acabó el colegio y ahora se vienen a Barcelona. Tienen 6 y 3 años y no se pierden las funciones y, si no los saco a saludar, es porque parezco la Pantoja con Isabelita. En el colegio, mi hijo León juega a ser Rafael Amargo, les baila y les canta a los otros niños encima de la mesa: «Yo soy Rafael Amargo, el más grande», dice. Es tremendo. Cuando me enfado, les llamo por las iniciales y mi madre se cabrea porque dice a los niños no les llame con nombres de droga.

Vea el vídeo del 'making of' de esta entrevista en www.elperiodico.com