Nada nuevo bajo el sol

Cobran especial importancia iniciativas de personas, responsables sindicales y entidades sociales que integran esa sociedad civil que nunca pisará la alfombra roja

Joan Barrera. Síndic de Greuges de Cornellà.

Joan Barrera. Síndic de Greuges de Cornellà. / periodico

JOAN BARRERA. SÍNDIC DE GREUGES DE L'AJUNTAMENT DE CORNELLÀ / CORNELLÀ DE LLOBREGAT

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No es la primera vez ni será la última. El pasado lunes, la alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, mostró su preocupación por el reto que supone para los responsables municipales el envejecimiento de la población en el coloquio sobre el estado de la ciudad que se celebra anualmente en el Col·legi de Periodistes de Catalunya. Nada nuevo bajo el sol, porque esta percepción es un tema recurrente y preocupante, como se encargan de advertir demógrafos y sociólogos y las entidades sociales que trabajan sobre el terreno. Los habitantes de nuestras ciudades viven cada vez más años, surgen nuevas necesidades y en ese ‘happy flower’ que algunos, con intereses puramente económicos, dibujan entorno a nuestros jubilados hay menos cera de la que arde y una realidad que transcurre de forma discreta donde no es oro todo lo que reluce.

Creo que debería ser de obligada lectura para aquellos que quieran conocer, ni que sea de forma somera, los problemas de la gente mayor en Catalunya el informe de indicadores sociales Insocat que el pasado mes de septiembre se presentó en Barcelona de la mano de la federación de Entitats Catalanes d’Acció Social (ECAS). La radiografía en la que se basa el estudio pone negro sobre blanco de qué estamos hablando cuando nos referimos a nuestros mayores, a su situación, a sus carencias, al estrés que genera en este colectivo la pérdida del poder adquisitivo de las pensiones, la verdadera espada de Damocles sobre la que pivotan la mayor parte de sus males, y al estado de necesidad de muchas mujeres viudas o solas con ingresos mínimos que pocas veces aparecen en los telediarios.

El trabajo desmonta tópicos cómo el de que los jubilados, gracias a su pensión, tienen el futuro asegurado y viven mejor que sus congéneres más jóvenes. No es así y como botón de muestra el dato de que cuatro de cada 10 tienen unos ingresos por debajo del salario mínimo, una pírrica cantidad que sirve frecuentemente para ayudar a familiares sin ingresos. O el de que la pobreza energética es cosa de otros, cuando hay numerosos ejemplos de hogares –y si no que se lo pregunten a los trabajadores sanitarios que los atienden—que son auténticas neveras en los que no se enciende la calefacción para garantizar el pago del recibo a final de mes.

No hace falta entrar en más detalles porque estos dos, sin hablar del impacto de los recortes en la aplicación de la ley de dependencia, de los efectos del copago sanitario sobre todo entre los enfermos crónicos o de las dificultades de movilidad cuando se vive en un tercer o cuarto piso de un bloque sin ascensor, ya sirven para demostrar que nos enfrentamos ante un reto de grandes dimensiones.

La peor estrategia es resignarse. Por ello, cobran especial importancia iniciativas de personas, responsables sindicales y entidades sociales que integran esa sociedad civil que nunca pisará la alfombra roja pero que es más efectiva que muchas empresas del Ibex, cuando toman el toro por los cuernos y deciden promover el manifiesto ‘Gent gran. Viure amb dignitat’, que no es otra cosa que la expresión del compromiso para trabajar unidos para dignificar la vida de nuestros mayores. Eso es lo que ocurrió en Cornellà el pasado jueves. Un paso importante que ayuda a contemplar el futuro con esperanza.

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