"Estamos trayendo dinero a vuestra ciudad"

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TONI SUST / BARCELONA

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No era el mejor día para buscar turistas en Barcelona. Lunes lluvioso y frío de enero: apenas hay jóvenes agolpados frente a los albergues, donde habitualmente es complicado transitar por la acera sin tener que sortear a nibelungos en camiseta.

Pero hay turistas frente a la Sagrada Família, incluso cuando ya está cerrada, y aquí podría acabarse el reportaje. Hace unos años solo estaría la lluvia, algunos vecinos.

El asunto es preguntar a los visitantes si son conscientes de que entre algunos sectores de Barcelona suscitan recelo, hasta el punto de que en las encuestas del ayuntamiento el turismo es visto como el segundo problema de la ciudad, después del paro.

A Katie, francesa, de Toulouse, de 53 años, unas horas en Barcelona, la pregunta de si considera lógico limitar el turismo le sorprende: “El turismo conlleva cultura, tiene que crecer. Trae más vida”. “Y si venimos es porque hay vida”, apostilla Nichole, de 60 años, que viaja con ella. Ambas descartan que el riesgo sea acabar como París, con autóctonos que caminan entre una multitud de visitantes.

EL PARK GÜELL Y VILLA BORGUESE

Nicole, italiana, 25 años, opina que Barcelona es responsable de potenciar esa imagen turística que muchos rechazan. “Me parece muy bien”, dice sobre que se intente controlar el fenómeno. El parque Güell le parece el mayor ejemplo de lo que no debe ser. En él dice haberse sentido como en un parque temático y lo compara con un gran parque de su ciudad, Roma, Villa Borguese: “Allí va gente de la ciudad a pasear. También turistas. Pero la publicidad no es tan intensa”. En su opinión, apostarlo todo a Gaudí entraña riesgos: “En Barcelona hay muchos atractivos pero parece que solo hay que visitar algunos lugares, como el parque Güell”. Donde, prosigue, no se imagina a barceloneses paseando el perro entre los foráneos.

Tanto ella como la también italiana Susanna (22 años) tienen claro en lo que no se tiene que convertir Barcelona: “En París”. ¿Roma? “No, no es lo mismo. Allí muchas cosas son gratis. En Barcelona tienes que pagar en casi todas partes”. “No es un problema solo de Barcelona. También pasa en Ámsterdam y en París”. Ambas insisten: París es el ejemplo a evitar. Por otra parte, afirman que se ha extendido una idea entre quienes viajan por Europa: “Hay que visitar Barcelona”. Por eso, acortaron su estancia en Segovia, algo de lo que Nicole se arrepiente ahora. “Me gusta Barcelona, pero no es tan bonita como esperaba. Hemos perdido días en Segovia”.

INGRESOS Y DECRECIMIENTO TURÍSTICO

Hayri, turco, 56 años, viaja con su mujer y su hija. Es de Estambul, y dice que allí los turistas son bienvenidos: “Especialmente, los europeos”. No se le ocurre que en su ciudad la gente se alegrara de frenar a los visitantes o limitar la construcción de hoteles: “Nunca”. “Son las guerras las que frenan a los turistas”, añade.

Cae la noche y Alexandra, 24 años, rusa, de San Petersburgo, va con su madre cuando prácticamente alucina ante la pregunta de por qué cree que hay en Barcelona mucha gente que abomina del turismo. Algo molesta, replica: “Traemos dinero a vuestra ciudad. Y con ese dinero podéis mejorarla”. Y todavía con aspecto de no comprender cómo alguien puede pensar así, sigue su camino.

Raquel y Agustín, argentinos, 23 y 22 años, respectivamente, pernoctan en una habitación de un piso del Barrio Gótico por la que pagan 24 euros la noche. Han echado mano del portal de reservas Airbrnb. “No es el primer país en el que estamos en que a alguna gente no le gusta que vayan turistas. También Islandia y Escocia”, dice Raquel, que cuestiona las críticas: “El turismo es una fuente de ingresos enorme. Nosotros nos gastamos una fortuna”.

Almudena, turista madrileña, se centra en los precios: “Con lo que cuesta un hotel en Barcelona, cómo extrañarse de que proliferen los pisos turísticos”. También juzga incomprensible que los museos no sean gratis por franjas horarias entre semana. Se declara víctima de todo ello: “Tengo cuatro días más, pero o encuentro un hotel más barato o me tendré que ir”.

El egipcio Sami, 34 años, que subraya cómo la inseguridad ha frenado las visitas a su país, entiende a las dos partes: “A nadie le gustan los turistas borrachos que hacen ruido por la calle. Pero el turismo es necesario para la economía”.

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