ANIVERSARIO DE UN NEGOCIO DE BARRIO EN SANT MARTÍ
Una panadería del Camp de l'Arpa cumple un siglo en manos de la misma familia
Sentado en su silla de ruedas, Jaume saca del bolsillo un trocito de papel alargado, pintado de amarillo. Lo gira y muestra que está firmado, con lápiz y una caligrafía que acaba de confirmar, por si quedaba alguna duda, la corta edad de su autor. "Es una coca -apunta feliz-; me la regaló su hijo". El gesto emociona a la madre, Montse Clotet. Jaume no solo conserva la creación de su hijo, sino que la lleva encima y presume de ella.
La secuencia pasa en el obrador del Forn Elias, adquirido por los padres de Jaume -Jaume Elias- este sábado hará un siglo; y dice mucho de qué es y qué significa para el barrio esta panadería más que centenaria. A sus 82 años, Jaume -le llamaremos por el nombre, porque en esta historia casi todos son Elias- visita el obrador casi a diario. Muchas veces mañana y tarde, lo que hace que los niños del barrio, habituales a la salida del colegio -sus cocas son la merienda estrella en el Camp de l'Arpa-, le conozcan, amen y acaben, por ejemplo, regalándole una minicoca de papel.
UNA SEGUNDA FAMILIA
La presencia de Clotet, la madre del artista, también artista, sí es más excepcional. Ha entrado a retratar una de las cocas que preparan para la gran fiesta de cumpleaños de este sábado, en la que ofrecerán 100 metros -Rogent abajo, entre Fresser y Rosselló- de su producto estrella al barrio. Les ha hecho, también, el logo del centenario, para poner su "grano de arena". "Son como una segunda familia", señala.
Al fondo, Enric escucha orgulloso sin dejar de trabajar. En el hipotético club de fans de Jaume -un poco el abuelo de todos-, Enric, su nieto de sangre, sería sin duda el presidente. A sus 21 años el joven es la cuarta generación de la familia dedicada a hacer y vender pan en este horno de barrio. Una vocación que tiene clara desde muy pequeño. "A los cinco años ya decía que él quería ser panadero, como el abuelo", apunta Anna, la generación intermedia, actualmente al frente del negocio, que ha sido testigo de una breve República, una guerra, una dictadura y cuatro décadas de democracia en la que la ciudad y sus barrios han experimentado una importante transformación, y los turistas empiezan a llegar incluso a este barrio de trabajadores de Sant Martí.
FUTURO ASEGURADO
Enric, el sucesor, no solo se ensucia las manos de harina, lleva años formándose en el oficio, también en el aula. Al terminar la educación obligatoria cursó un grado medio de panadería en la Escola d'Hostaleria i Turisme de Barcelona y lleva desde entonces asistiendo a seminarios sobre pan, su gran pasión. "Siempre dice que su humor depende de cómo le ha salido ese día el pan", explica su madre, tan contenta con la decisión de su hijo -el futuro de la panadería no puede estar en mejores manos- como con la de su hija mayor, quien decidió estudiar Ingeniería e irse a vivir a Holanda.
Jaume no oculta la alegría que le da que su nieto haya apostado tan claramente por el negocio familiar. Más que por él, por su mujer, quien tanto luchó por el horno. "Cuando yo era pequeño -recuerda el hombre-, mi madre estaba sola despachando, y gastábamos casi tanta harina como ahora. Pero antes las piezas eran grandes, no había tantas variedades como ahora". Y por supuesto que el horno se ha modernizado y adaptado a los tiempos, pero una de sus señas de identidad es que se ha empeñado en no dejar desaparecer ciertas tradiciones. En Navidad aún llenan el horno de cazuelas con pollos y pavos de medio barrio, y cada día siguen haciendo 100 barras de medio kilo, a las que llaman 'pubilles'. "Nos gusta ponerle nombre al pan. Tenemos también 'el pa de la mare', hecho solo con masa madre, en honor a mi abuela, y a la vez a mi madre", señala el menor de la dinastía.
LOS ORÍGENES
El padre de Jaume, también Jaume, era hijo de una familia que tenía una caballeriza en Horta, cuando aún era municipio independiente. Como estaba escrito que su hermano mayor heredaría el negocio, Jaume padre -o abuelo o bisabuelo, según quién de los tres lo cuente- optó por aprender del oficio de panadero en el barrio chino, en un horno de la calle de Montserrat. Eulalia -su madre, abuela o bisabuela- era lavandera, y bajaba a Barcelona a buscar la ropa sucia. En esos viajes se conocieron y enamoraron, y encontraron en el camino un horno en traspaso que marcaría su futuro y el de su familia.
Al poco de adquirirlo, en 1918, llegó la fulminante gripe española, y después una huelga patronal dejó sin salario al vecindario, la gran mayoría obreros. Eulalia se ganó entonces su confianza y cariño fiándoles el pan.
Su hijo Jaume -el hoy abuelo de Enric y padre de Anna- era el menor de los hermanos, con lo que no estaba llamado a seguir con el negocio, pero el diagnóstico de una alergia al polvo de la harina a su hermano mayor, el 'hereu', cuando sus hermanos medianos ya se habían buscado la vida fuera, cambió su destino.
COMPAÑERISMO
Pese a lo accidental de su aterrizaje al frente del negocio, enseguida le puso pasión. Hizo la mili en Mallorca, de donde trajo el secreto de las ensaimadas, y fue un amigo suyo, el propietario del también histórico Forn Baltà en Sants, un innovador, quien le introdujo en el mundo de las cocas. "Antes había mucho compañerismo entre hornos, y lo bonito es que ahora, con los chavales jóvenes como mi hijo, esa hermandad se vuelve a dar, compartiendo recetas", explica Anna, quien empezó a andar aquí, llevándole a su padre un saco de harina.
En el Elias todo tiene su historia, hasta las magdalenas. Las empezaron a hacer en los años 60, cuando Jaume se casó con Angelina, quien trajo con ella las recetas aragonesas de la bisabuela Manuela.
{"zeta-legacy-despiece-horizontal":{"title":"Museos en plena actividad","text":"El Elias, cuyo obrador es casi un museo, no es el \u00fanico horno centenario de la ciudad. Seg\u00fan datos facilitados por el Gremi de Flequers de Barcelona, en la ciudad hay 31 hornos centenarios, con diploma y a\u00fan abiertos."}}
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