BUCÓLICOS ANÓNIMOS

Una hora con el príncipe de Maine

John Irving, el lunes pasado, en la Casa del Llibre de Barcelona.

John Irving, el lunes pasado, en la Casa del Llibre de Barcelona.

JOAN BARRIL

Por qué confiar en El PeriódicoPor qué confiar en El Periódico Por qué confiar en El Periódico

La última vez que me encontré conJohn Irving fue en la tele. Traía bajo el brazo su último libro tituladoHasta que te encuentre. Una evocación sobre su padre digamos que inexistente. La búsqueda de ese padre está presente en la última obra del escritor. Parecía un tema abrupto y delicado, pero como símil del esfuerzo de encontrar al progenitor ausente,Irving-que es un fanático del deporte- se prestó a ir contestando las preguntas subido a una cinta sin fin de estas que sirven para entrenarse en los gimnasios. Sin duda aquella entrevista conJohn Irvingfue el mejor ejemplo de entrevista de fondo, tanto en el sentido atlético como en el contenido.

RegresóIrving a Barcelona esta semana y nos encontramos en la maravillosa librería Bernat de la calle de Buenos Aires. Le vi venir de lejos tras unas gafas oscuras, con paso rápido y a medio camino entre uno de los Blues Brothers y el zorro plateado deClint Eastwood. Pero no hay nada agresivo en este escritor que es patrón de losoutsiders.Se disculpa por el retraso. Le digo que últimamente se ha convertido en un personaje muy popular. «Un escritor sólo es popular por sus obras. Nada más». Sin embargo la corpulencia madura de ese demócrata de Nueva Inglaterra se está convirtiendo en una imagen de fábrica. Hablamos de su última novela,Personas como yo, publicada por Tusquets y, en una magnífica traducción al catalán, por Edicions 62 con el títuloEn una sola persona. Hablamos en voz muy baja, asistidos a las bandas porJon de ErrastiyMercè Folch.En la librería Bernat se hace un silencio de ateneo. Algunos visitantes de la librería se han sentado en el suelo y escuchan el adagio de sus palabras. «Un escritor siempre acaba escribiendo sobre aquello que teme».

Le digo que sus críticos pueden achacarle una reiteración de sus secundarios: la persona querida y ausente, el médico solitario entre la bruma de los arces y los abedules, la incierta identidad sexual de alguno de sus protagonistas. ¿No es más de lo mismo?Irvingprotesta: «¿Cuántos amores inciertos escribióShakespeare? ¿Cuántas tragedias se atrevió a contarnosSófocles?» El pequeño público que nos rodea asiente con la cabeza. AJohn Irving se le perdona todo. Tal vez no somos como sus figuras escritas, pero qué duda cabe que podríamos llegar a serlo.Mercè Folchle dice que en realidad es un despertador de las conciencias. Ha ido a colocar sus tramas en el país del Estados Unidos de los años 50, tal vez porque allí es donde mejor pueden germinar las dudas y la opresión social. En realidad, le digo, toda la narrativa deIrvingintenta enaltecer la rebelión interior de esos personajes que a veces caminan junto a nosotros. Está de acuerdo. Miro a los visitantes de la librería y busco en un instante lo mucho que llevamos escondido en nuestra mente. De ahí la necesidad de estar cerca deIrving, como si fuera un chamán lejano que nos saca los demonios del alma mientras él saca los suyos.

Una conversación conIrvingnos recuerda la existencia de la mejor América. De su interior brota el convencimiento de que el conservador EEUU está perdiendo terreno. Podría ser escritor, pero en realidad es un guía que abre caminos nuevos entre la maleza de los bosques. También él nació como un príncipe de Maine. Y ahora, con el tiempo grabado en su frente, se ha salvado a sí mismo de caer en el escepticismo. La mano deIrvingno sirve solo para saludar. Una corriente de simpatía intelectual se transmite por sus músculos, firma sus ejemplares y la librería Bernat se convierte en su casa más luminosa.