DESCENTRALIZACIÓN COMPLEJA

Gràcia turística

EL PERIÓDICO recorre el barrio en un 'tour' para un grupo reducido de extranjeros con curiosidad por la gastronomía local que es avisado previamente del ataque al autobús y la 'turismofobia'

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MAURICIO BERNAL / BARCELONA

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La primera parada del Gràcia Neighborhood Food and Market Tour es la chocolatería La Nena, en Ramón y Cajal. El grupo de ocho personas se detiene en la entrada mientras la guía, Raquel Santiago, explica qué es una granja y lo que les espera adentro. Pep Cañameras, el dueño, se materializa en la puerta y toca jovialmente la campana de la entrada en señal de bienvenida, y ese simbólico acto marca la procesión hacia el interior. En la mesa, todos dan cuenta de su chupito suizo, especialidad de la casa: una vasito de chocolate espeso, nata, churro y melindro. Aunque hace ya un par de años que Devour Tours lleva a cabo el paseo gastronómico por Gràcia, es la primera semana que hace parada en La Nena. Cañameras está satisfecho, dice que todos ganan, que los grupos son pequeños y no avasallan, que es un turista educado y curioso. Algunos clientes habituales, sin embargo, empiezan a hacer mala cara. En apariencia, no hay motivos para la queja. Son discretos y educados. Pero la ciudad está predispuesta.

Una pareja que forma parte del grupo ha huido del Gòtic, "una trampa para turistas"

La segunda parada es La Trobada del Gourmet, un puesto de quesos y embutidos en el mercado de la Abaceria. De camino, el grupo pasa frente al antiguo Banc Expropiat, que suele estar lleno de folios contra la gentrificación o pintadas contra el turismo. Estos días no hay nada, pero da igual: al comienzo del 'tour' la guía les ha explicado que la semana pasada fue atacado un autobús de turistas, y les ha dibujado el panorama del malestar ciudadano contra el turismo de masas. En el grupo no están impresionados. “No sé si es la mejor manera de reaccionar, aunque no sé qué haría yo si viviera en un barrio como el Gòtic”, comenta Taylor Biedermann, maestra en una escuela de Washington, EEUU. Su esposo, Garrett Biedermann, es abogado y trabaja con un juez federal en la capital estadounidense. Los dos forman la clase de pareja que cuando han paseado por el casco antiguo han sentido que entraban en “una especie de trampa para turistas”, la clase de turistas que viven en una extraña dicotomía: “Vas por ese barrio –dice él– y ves esas masas y dices: “Qué horror”, pero te sientes raro porque en el fondo sabes que tú estás contribuyendo”. En las calles de Gràcia se sienten más relajados.

Olivas en el Pairó

El grupo es puesto sobre aviso: Conchita, la dueña de la Trobada –dice la guía–, es “la gurú del queso” en el barrio. Como Cañameras en La Nena, la gurú saluda risueña, levanta una mano mientras con la otra manipula la máquina de cortar. La degustación incluye tres quesos: manchego, payoyo y urgèlia con membrillo. Aunque el grupo es pequeño y hace poco por llamar la atención, los compradores habituales no dejan de registrarlo, lo miran con curiosidad. El turismo en Gràcia ni escasea ni se desborda aún por los márgenes, y la presencia de unos extranjeros que hacen experiencia de la rutina del vecino sigue siendo noticia. “Mi opinión es que la gente está confundiendo –dice Raquel, la guía–. Están metiendo en el mismo saco el turismo bueno y el malo. Una cosa es la especulación que hacen algunos con el turismo y otra cosa es el turista curioso y respetuoso que viene con ganas de conocer. Pero claro, hay mucha especulación”. Le dan la razón el cultivo cada vez más extendido de negocios de corte turístico, los pisos turísticos y un aumento del precio de la vivienda en el que tiene mucho que ver el turismo. Gràcia vive en la dicotomía. El barrio siente su fragilidad. Muchos no querrían ni oír el sonido de las ruedas de las maletas arañando las aceras.

"Entiendo que puede ser intrusivo", dice Bella Gold sobre el turismo de masas

Del grupo también forman parte Holly Gold y su hija Bella Gold, de Berkeley, California. Preguntan por qué barrios se puede caminar con tranquilidad, en qué restaurantes se come bien y por un buen precio; dónde hay buen café. “Entiendo que puede ser intrusivo”, dice Bella sobre el turismo de masas y las expresiones en contra que genera. El grupo ha hecho la tercera parada del día en el puesto de bacalao, olivas y conservas Pairó, en el lado montaña del mercado, junto a la travessera de Gràcia. “Les pongo olivas de Extremadura, de Andalucía y de Lleida”, dice Núria, la responsable. “Son grupos interesados por el producto local, grupos pequeños, nunca vienen más de 10”. Los comerciantes no viven ni de lejos del turismo. Los grupos son una anécdota. La hospitalidad, ese valor en entredicho, sigue siendo la norma.

Mitad turistas, mitad locales

De nuevo en la calle, la familia turística se dirige a Oli Sal, travessera de Gràcia al sur, donde toca degustación de aceites. De camino pasan frente a la casa okupada La Trava, pero no reparan en la pintada de la fachada: “Prou gentrificació”. En el lugar, la dueña, Sandra Stefani, los recibe por supuesto con jovialidad. “Estamos en verano –explica luego–. En esta época, la mitad de las ventas son a turistas y la otra mitad a gente de la ciudad. En invierno, 20% a turistas y 80% a locales”. El grupo degusta tres aceites y luego sigue su camino: a una tienda de jamones, a una bodega a hacer el vermut, a un restaurante de barrio y a una tienda de helados. Cuatro horas habrá durado el 'tour' gastronómico.

El centro está perdido. En Gràcia, quizá, el debate aún es posible.