Recóndito equipamiento cultural en Ciutat Vella

Sorpresón cuaternario

CARLES COLS
BARCELONA

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«Rabino, ¿por qué no podemos comer cerdo?» «¿No podemos? -preguntó incrédulo el rabino-. ¡Ah, eso sí que tiene gracia!» Ese divertido chiste de

Woody Allen sobre el judaísmo es oportuno para retratar la estupefacción de muchos barceloneses al leer esta semana en EL PERIÓDICO el robo de una veintena de valiosos colmillos en el Museu de Mamut de Barcelona. «¡Ah!, ¿pero hay un Museo del Mamut en Barcelona?» Lo hay. Es de dimensiones modestas, algo atípico en honor a la verdad y, además, algo recóndito pese a estar a apenas dos pasos del Museu Picasso. Aun así, merece la pena, especialmente para quienes creen que más pronto que tarde los mamuts, de la mano de la ciencia, volverán a pasear su imponente corpachón sobre la Tierra. De hecho, un equipo científico trabaja en ello en Japón con el propósito de exclamar eureka en el año 2016. El Museu del Mamut es una oportuna mirilla para echarle un vistazo a ese futuro tan cercano y de paso al lejano pasado cuaternario de la propia Barcelona, por cuyas praderas pastorearon manadas de gigantes lanudos, como atestiguan los restos hallados en Viladecans en el 2008.

MAGNETISMO / La apertura del museo hace solo dos años en un edificio gótico de la calle de Montcada es el resultado de una singular combinación. Por una parte, el magnetismo que la ciudad suele ejercer sobre sus visitantes, en este caso sobre Julia Slesareva, que decidió quedarse en Barcelona cuando llegó con una exposición en principio itinerante de tesoros del cuaternario organizada por su padre, Sergei Slesarev, la otra pieza indispensable de esta historia, un piloto de aviación que con el beneplácito de las autoridades rusas comanda cada año expediciones a Yakutia, para el caso un enorme frigorífico donde se supone que aún pueden ser descubiertos los restos de más de 50.000 mamuts.

De esa pasión arqueológica se nutre el museo. Lo expuesto, en cantidad, es poco, pero la calidad le pone a uno la piel de neandertal, en especial un esqueleto completo de mamut al que no le falta ni un huesecillo. Solo hay en todo el mundo seis ejemplares así. De ser un dinosaurio, haría las delicias de Cary Grant enLa fiera de mi niña, ansioso por dar con la clavícula intercostal que le falta a su brontosaurio.

LOS DUEÑOS DEL PLANETA / La mención a los grandes saurios de la prehistoria, por cierto, no es gratuita. Los mamuts, en cierto modo, han sido a menudo considerados una especie extinta muy menor al lado de los dinosaurios. Tipos como Ray Harryhausen y Steven Spielberg tienen en parte la culpa. El cine les ha convertido demasiadas veces en estrellas casi de carne y hueso. Es cierto, de entrada, que representan un pasado mucho más remoto. Fueron los dueños del planeta durante 160 millones de años. En CosmoCaixa está aún abierta hasta el 18 de marzo una extraordinaria exposición sobre esas bestias que vale la pena no perderse. Pero los mamuts, a fin de cuentas, no solo han formado parte de la dieta del hombre, sino que además es mucho más factible un real Parque Cuaternario cualquier día de estos que un hipotético Parque Jurásico. Sobre eso también tiene algo que mostrar el Museu del Mamut.

MATERIAL GENÉTICO / El espacio dedicado a la exposición reúne, además del esqueleto completo de un mamut, un enorme cráneo de oso de las cavernas, la osamenta de un rinoceronte lanudo, la cornamenta de un alce prehistórico y hasta unos fragmentos de piel y cabello de ese tío abuelo lejano del elefante moderno que da nombre al museo.

Todo ello, explican los dueños de la colección, es auténtico, por ello exhiben con especial orgullo una réplica de Lyuba. De hecho, la única réplica de Lyuba que hay en el mundo. ¿Que quién es Lyuba? Es una cría de mamut que falleció a los tres meses de edad hace 37.000 años. Lamentablemente para ella, se ahogó en un lodazal. Afortunadamente para la ciencia, lo hizo en unas condiciones que han preservado su cuerpo casi intacto. Le faltan el pelo y las uñas (37.000 años no pasan en balde) y la cola, que parece que se la arrancó el perro del pastor que localizó el ejemplar durante un deshielo en Yakutia y al que, pese a ese accidente protagonizado por su mascota, se le permitió bautizar a la pequeña mamut con el nombre de su esposa. No en vano el material genético aportado por Lyuba se supone debe abrir las puertas de la clonación de mamuts.

El mundo del mamut es apasionante, pero no era la pasión lo que movió esta semana al ladrón, que resultó ser el exdirector del centro, a entrar en el museo de la calle de Montcada, 1. Era el marfil. Es tan apreciado como el de elefante. Se paga a 1.000 euros el kilo, pero con una gran diferencia. Su comercio no es ilegal: es una especie extinguida.