LO QUE LA VIDA NOS CUENTA

Ruidos y murmullos

Dos corredores ascienden por las tranquilas escaleras del monasterio de Pedralbes.

Dos corredores ascienden por las tranquilas escaleras del monasterio de Pedralbes.

JOAN
BARRIL

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Hay una creciente tendencia a favor del silencio. A mí también me molestan esos grupos de gente que caminan por calles estrechas y que hablan con voz altisonante. Pero hay también un silencio que viene del murmullo. Una plaza con gente sensata tomando café reproduce un estilo de silencio mucho más armonioso que el paso veloz de una motocicleta con escape libre. Sin embargo, las autoridades acostumbran a cebarse en lo más fácil. Bares y restaurantes se ven amenazados por expedientes y multas y se ven obligados a cerrar. El sueño de los otros es, sin duda, un valor. Pero no es menos valioso que la vigilia autocontrolada. Lo dice la letra de un popular tango: «Silencio en la noche, ya todo está en calma, el músculo duerme, la ambición descansa».

Pero existe también la ambición del vecino que ha encontrado en la fiscalización del prójimo una manera de llegar a la realeza convenientemente apoyado por las fuerzas del orden. Cerca de mi casa existe un vecino que ha decidido establecer un horario muy limitado para que un niño de 9 años pueda practicar sus lecciones de piano. No hace falta recordar la desproporcionada sentencia que pretendía mandar siete años a la cárcel a una joven pianista profesional de Puigcerdà llamada Laia Martín, que fue absuelta a los 28 pero denunciada a los 18. A veces cabe preguntarse los motivos por los que tuvimos la casualidad de contar con Isaac Albéniz vistos los muchos partidarios del silencio monacal en pueblos y ciudades, gente que consigue que las campanas de las parroquias no suenen o que los cencerros de las vacas vayan enfundados. A los perros que ladren a la luna y a los gatos que maúllan el amor deberían sin duda liquidarlos. Pero el silencio es un tesoro que destaca las emociones y también que sirve de respuesta a las sandeces. No me gustaría vivir en una ciudad en la que solo escuchara el taconeo de mis propios pasos. ¿Cuál es el lugar de la ciudad más silencioso? La plaza del monasterio de Pedralbes, la plaza de Sant Felip Neri, la subida lenta de la avenida del Tibidabo o la bajada de la Font del Gat, lugares en los que el silencio se mastica para meternos el miedo en el cuerpo.

Una terraza nocturna y civilizada suena a pequeña fiesta mayor de la convivencia. En realidad es un oasis de conversación al que no se debe agostar, porque sin duda nos hace mejores. Dormir es imprescindible, pero también es imprescindible la comunicación franca entre las personas. A este paso se exigirá que la Guardia Urbana no se limite a ir con un talonario de multas ni tampoco con un medidor de decibelios sino acompañado de un psicólogo que considere que la conversación entre vecinos nos hace mejores ciudadanos. Entre la prohibición a ultranza y la pedagogía de la convivencia tal vez es mejor esta última. Y, en el supuesto de que haya denuncias, nada más oportuno que acogerse al silencio administrativo.