Lo que diga Jesús Ordovás

ELOY CARRASCO

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Melendi y La Oreja de Van Gogh, por decir dos nombres que han vendido una cantidad de discos sideral y que además están de palpitante actualidad por los disgustos que dan a sus fans, jamás sonaron en el Diario Pop. Eso da una idea de por dónde fueron los tiros en el desaparecido programa de Radio 3, sin ninguna duda el espacio que más y mejor ha difundido la música moderna en España en las últimas tres décadas. El escriba oral de ese diario fue Jesús Ordovás, que el pasado martes recibió un homenaje en la madrileña sala El Sol.

Estaban allí muchos de los que hoy son pesos pesados a los que él había ayudado a abrirse camino cuando apenas sabían calzarse un guante y subirse al ring de la movida, que en esa época empezó todo. Estaban, por ejemplo, Germán Coppini (Siniestro Total, Golpes Bajos), Jaime Urrutia (Gabinete Caligari), Jorge Martínez (Ilegales), Josele Santiago, Servando Carballar (Aviador Dro), Floren y J (Los Planetas), y muchos más que tienen entrada en la enciclopedia sentimental del rock español de tantos oyentes. De aquellos años en los que, tras dar las buenas noches al Butano y sus polémicas deportivas, inventaban el zapeo buscando Radio 3 en el dial (y, de paso, huyendo de las ventoleras del irritado Pumares, todo sea dicho).

Cuentan los testigos que Ordovás, ferrolano empadronado en Madrid que esa noche cumplía 60 años (bien llevados), estaba nervioso y emocionado. Rodeado de exchavales a los que en su día supo calar con su oído clínico y ponerles el altavoz delante para que triunfasen. Es curioso, pero cuesta encontrar a alguien que hable mal de Ordovás. Será porque el entusiasmo, la generosidad y la falta de cinismo en sus juicios gobernaron su nave durante todo ese tiempo. "Nunca me he cargado a nadie", confesaba hace unos años en una entrevista. Y eso es mucho decir para alguien a cuya mesa llegaba cada día una veintena larga de maquetas, tanto de meritorios torpes como de futuros genios aún embotellados. Es difícil abrir un bote de miel y no acabar pringándose las manos, pero él lo consiguió.

Si Melendi o La Oreja de Van Gogh le hubieran enviado una maqueta, él no los habría puesto a parir. Santo varón.