LO QUE LA VIDA NOS CUENTA

Primeras batas

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JOAN BARRIL

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Esta semana han empezaron las clases y las calles se han llenado de niños y niñas con material nuevo. De entrada, los libros. Son muchos los padres que se suelen quejar del precio de los libros, como si se tratara de un capricho de la industria de la impresión. Demasiada gente considera que el libro es caro, como si su contenido fuera una frivolidad. El libro es el conocimiento. Y el conocimiento no debería tener precio. El libro es caro comparado con unos zapatos o con una camisa. El libro es conocimiento, pero no es lucimiento. Y eso convierte a los portadores de libros en presos que van arrastrando el mundo del saber pesado y oneroso.

Pero hay más cosas que estos días se han convertido en novedades. Basta entrar en las aulas de los más pequeños, ahí donde el lunes no había todavía ese polvillo de tiza que marca el aire cruzado por la luz de las persianas, para asistir al lento despliegue de las batas. Ahí se quedarán durante un año. Las batas escolares continuarán allí protegiendo la limpieza virginal de los alumnos. Batas de cuadros verdes o de cuadros rojos colgadas todas de su perchita, como fantasmas de las primeras dudas.

Luego, en los grados superiores, llegan las ropas de marca. La ropa sin marca deja al adolescente casi desnudo. De pequeños acostumbrábamos a ver un pequeño ejército de alumnos con americana y corbata y con la marca de la escuela en el bolsillo superior. A esos alumnos los considerábamos unos pijos de siete suelas. Pero el uniforme ha llegado un momento en el que se echa a faltar bajo tantas vestimentas que parecen harapos caros.

Prendas democráticas

El curso empieza también para los universitarios. Y la universidad no es precisamente una puesta de largo ni un pase de modelos. Vemos a los jóvenes de 19 y de 20 años que intentan prolongar el verano surfero con sus bermudas y pantalones cortos. Ninguna universidad latina impediría el acceso de estos aspirantes a ejecutivos. Lejos quedan aquellos personajes, alumnos de John Keating, que iban por el mundo con sus camisas y los colores de su escuela en sus corbatas y que se encontraban en alguna cueva del bosque para recitar poemas y decir aquello de «¡Capitán, mi capitán!» Dime cómo vistes y te diré quién eres o, peor aún, dime como vistes y te diré los problemas con los que te vas a encontrar. Todos hemos sido niños, pero basta ir a las escuelas del tercer mundo para ver el auge de los uniformes. Cuanto menor es el producto interior bruto de un país más se propagan los uniformes, esas prendas democráticas y colectivas que impiden que nuestros niños se embarren los pies descalzos y que confieren al grupo un aire civil de servicio social público.

Eso es por lo visto lo caro. Pero los libros son todavía más imposibles. Se ofrecen al mejor postor y se genera un mercado de segunda mano que nos hace más sabios y más ahorradores. Esta semana ha empezado para muchos niños y niñas una nueva etapa de su vida. Creyeron en el objeto que les daba sentido y lo lucieron como los bomberos lucen sus mangueras y los soldados se jactan de sus fusiles. Por delante les queda un año de conciencia de lo mucho que todavía no saben. La bata será la bandera de su progreso.