"Pasé más miedo en el CIE que en la cárcel"

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TONI SUST / BARCELONA

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Luis Marín, colombiano de 47 años, llegó a España de forma legal en 1998. Cuenta que lo hizo con visado para trabajar y un contrato como cocinero en un restaurante latino. Hasta el 2009, dice, hizo una vida normal e incluso próspera: llegó, recuerda, a tener tres panaderías. La crisis se las llevó por delante y él tomó una decisión equivocada: en el 2010 aceptó recibir un paquete de droga que fue interceptado por la Guardia Civil. En el 2011, ya en la cárcel por este delito, recibió una orden de expulsión, que no se materializó.

El 25 de septiembre del 2016 salió de la prisión de La Roca del Vallès (Vallès Oriental). Fuera le esperaba una patrulla de la policía local que le pidió la documentación: “Es algo que le ha pasado a más gente”, subraya. Su Número de Identidad de Extranjero (NIE) estaba caducado. Le llevaron ante el juez de Granollers, que le pidió que demostrara los datos que aportó para demostrar su arraigo: libro de familia –está casado con una comunitaria y tiene cuatro hijos-, contrato de alquiler. Papeles que no llevaba encima. Y fue trasladado al CIE. Desde allí, logró avisar a su familia de su nuevo destino.

LA SALIDA

En noviembre del 2016, un viernes a las 9 de la noche, le dijeron que recogiera sus cosas, que se iba del CIE. Que no le podían expulsar. Ahí empezó otra etapa para él: está libre pero no puede renovar el NIE. No le pueden expulsar pero está en situación irregular.

Estuvo 58 días en el centro. El máximo es 60, así que era un veterano. “En teoría, la cárcel debería ser peor, pero allí hay normas, controles. Pasé más miedo en el CIE que en la cárcel. No hay dónde respirar. En la cárcel tienes ventilación, hay actividades, cosas con las que te puedes entretener”. Cuenta Marín que en su caso y el de otros suramericanos internos, la minoría en el ránking de nacionalidades del CIE, por lo menos no tienen problemas con la lengua: “Los africanos lo tenían más complicado. Nadie les explica nada. Ellos no entienden a la policía y la policía no los entiende a ellos.

LAS VISITAS

Sara Tolotti, italiana de 33 años, llegó a Barcelona hace cinco años. En el 2014 hizo un máster sobre inmigración en la UPF e hizo un estudio comparativo entre la situación del CIE de Barcelona, que permite la visita de las oenegés, y la de otros centros que no cuentan con esa posibilidad. Contactó con todas las entidades que centran su actividad en los internos de los CIE y la que consideró más cercana a su forma de ver las cosas fue Migra Studium. En septiembre del 2014 empezó como voluntaria de la entidad.

Ella acude cada viernes por la tarde a visitar internos en la instalación de la Zona Franca. Cada voluntario –son 20 y reciben un curso de formación previo- va una vez por semana. El tiempo, en el turno de tarde, es de unas dos horas, de 4 a 6, a menos de que sea un día de traslado de internos, lo que lo retrasa todo. Se entrevista con tres internos cada viernes. Los visitados han pedido previamente que Migra Studium los atienda. Tienen tres vías para pedirlo: solicitarlo a los dos sacerdotes que cada lunes acuden al CIE, que les informan de que existe esa posibilidad; enviar la petición a un buzón que está en el edificio, o pedirle a otro interno que lo pida a una de las personas cuando le visiten.

“Son visitas duras desde el punto de vista emocional. Hay mucho sufrimiento en el CIE y se percibe. Es la única ocasión que tienen para mantener contacto con el exterior”, afirma. Los internos les piden ayuda en temas varios, entre los que destaca su situación legal. Pero, por ejemplo, pasa que el interno se deje un papel imprescindible en la celda: ese día ya no puede ir a buscarlo. La barrera lingüística no es menor: “No siempre es fácil que te faciliten la información que necesitas y en ocasiones es difícil conocer sus circunstancias”.

Los visitadores dedican una media hora a cada interno y suelen entrevistarse varias veces con el mismo. “La mayoría nos pide que le aclaremos su situación”. Tolotti expresa la satisfacción que le reporta una tarea que también juzga dura: “No hay tarea gratificante que no sea dura”.