problema en ciutat vella
La plaga de narcopisos del Raval se extiende a viviendas municipales de proteccion oficial
El ayuntamiento reconoce que los Mossos investigan la venta de heroína en apartamentos de la calle Om
Carles Cols / Guillem Sànchez / Barcelona
"Siempre ha habido droga en el Raval, pero la situación se ha agravado, tanto que hay ratos del día en que cada dos minutos entra alguien en el portal, para comprar o para consumir, en los pisos o en la escalera. Luego están esos tipos que vienen con perros y mochilas. Creemos que son camellos que viene a buscar mercancía para vender".
Este es el resumen de la cotidianidad diaria de un vecino del Raval que vive en una finca con, al menos, dos narcopisos. Llamémosle X para garantizar su seguridad. Lo que ocurre es que estos no son narcopisos como los demás del barrio, es decir, como esa viruela que en los últimos meses ha crecido en ese perfecto caldo de cultivo que dejó atrás la crisis inmobiliaria, un cóctel de pisos vacíos, bancos que miran para otro lado, fondos de inversión… Estos son distintos porque están en una finca propiedad del Ayuntamiento de Barcelona, del Patronat Municipal de l’Habitatge. Calle Om, número 9. Preguntado el ayuntamiento, no lo niega. Hay una investigación policial en curso por parte de los Mossos d’Esquadra, dice la teniente de alcalde Janet Sanz. Lo que ocurre es que los 'tempos' vecinales y los policiales son sideralmente distintos.
Y y Z (otros dos vecinos que no quieren problemas, porque ya los sufrieron tiempo atrás cuando denunciaron otro caso) sospechan que los de Om no son los únicos 'narcopisos municipales'. Son una pareja con dos hijos que vive en la calle Robador. Desde el portal de su casa se tienen vistas panorámicas del problemón. Hay conflictos de convivencia, entre inquilinos y ocupantes ilegales de perfil violento, al menos en un par de fincas de la acera contraria, de titularidad municipal. Las compró el Ayuntamiento de Barcelona por la fórmula administrativa del tanteo y retracto, con el buen propósito de tejer vida de barrio. Es evidente que el resultado no es el prometido.
Afirmar que allí se trafica con drogas es tal vez todavía precipitado. Eso es más evidente en otra finca de esa corta calle. El ojo poco entrenado no lo apreciará. Se quedará más con el pintoresquismo del lugar, con ese esperar de decenas de prostitutas apoyadas en la pared, posibles clientes que echan una mirada, paquistanís camino de la mezquita, cinéfilos de la Filmoteca, la Guardia Urbana que patrulla la zona como Jack Lemmon las calles de ‘Irma la Dulce’, y todo ello entrecruzado con turistas que regresan de la playa con la toalla al cuello y familias nórdicas que pasean impolutas recién salidas de algún hotel cercano. El ojo entrenado (como el de X, Y y Z, por ejemplo) se fijará en las fincas que tienen ‘portero’.
Cuando junto a la entrada de una escalera hay uno o varios tipos sentados en una silla, lo fácil es que vigilen algo. Controlan las entradas y salidas. Si no se es vecino o consumidor de heroína, se ponen en alerta. Son los narcoporteros. En la calle Om suele haberlo también. Hay uno que da un especial miedo. No se sienta a un lado del quicio. Se planta como un armario en mitad de la puerta. A vecinos y heroinómanos no les dice nada. A los extraños puede que les pregunte qué buscan ahí. En Om, 9, todo es tan extraño que, según explican los afectados, los narcopisos no son apartamentos ocupados tras una patada en la puerta. Qué va. Tienen alquileres en regla. Pagan sin rechistar hasta los gastos de comunidad. No hacerlo facilitaría su expulsión pasados tres meses.
Narcoporteros y narcoturistas
El Raval Sur va camino de estar fuera de control, si es que no lo está ya. Están los narcopisos, los narcoporteros y, según subrayan perplejos Y y Z, los narcoturistas, preferentemente italianos. Son estacionales. Con el buen tiempo, llegan a Barcelona, duermen en la calle, comen en comedores sociales y, para su suerte, los transeúntes les confunden aún con el esterotipado (perdón, pero así se les llama) perroflauta, esa gente que a su manera prefiere vivir al otro lado de las orillas de lo que definen despectivamente como "el sistema". Los narcoturistas se les parecen, pero no son lo mismo. Vienen a Barcelona porque, como ciudad hiperpoblada turísticamente que es, no es difícil recoger en un rato unos 10 euros en limosnas. A ese precio está la dosis estándar de heroína en los narcopisos. Es un precio, aunque esté mal decirlo, muy competitivo.
En los 80, cuando la heroína ya castigó con crueldad el Raval, una dosis podía costar unas 1.000 pesetas. No era poco dinero. Así, los episodios de abstinencia eran frecuentes y, por ello, también lo eran los robos a punta de jeringuilla. La droga se pagaba a precios europeos, por así decirlo. Cara. Sin embargo, desde que llegó el euro (vamos, desde que un café de 100 pesetas pasó a costar un euro de la noche a la mañana), el precio de la dosis parece asequible. Los narcopisos del Raval, según las fuentes consultadas, se adaptan al bolsillo del consumidor. Lo común es que se les suministre una dosis, jeringuilla, agua destilada, cucharilla, filtro y un rincón en el que viajar por 10 euros, pero si solo llevan cinco pues se reajusta la cantidad y no pasa nada.
La presencia de heroinómanos en la calle, en resumen, vuelve a ser muy ochentera, pero de momento sin los brotes de violencia de antaño. Los adictos andan como sin GPS, de aquí para allá, por ejemplo en los alrededores de la Biblioteca de Catalunya. A saber por qué, los que se pinchan en la vía pública le han cogido afición a la calle Egipciaques. Entre los coches aparcados y la acera, un espacio siempre de mal barrer, se ven señales que hasta Watson identificaría como elementales.
Son los 80 pero aún sin lo peor de los 80, sí, pero una visita paciente con X, Y y Z al Raval Sur permite toparse cara a cara con todo aquello que la gente cree que son exageraciones periodísticas para llamar la atención. Y no es así. Ahí van dos, y un apunte final de propina.
A 50 pasos de los Mossos
La primera nos lleva de vuelta al controvertido número 9 de Om, una finca de arquitectura agraciada, nada de obra suburbial. Fue una inversión municipal acertada. Está, paso más, paso menos, a 50 metros de la comisaría de los Mossos d’Esquadra de Nou de la Rambla. Decir que todo lo que sucede pasa delante de las narices de la policía es casi literal. Los agentes que custodian la puerta de la comisaría, si miran al frente, lo que ven es Om.
El otro clásico en este tipo de relatos es que hay jeringuillas en los parques infantiles. Pues sí. Al menos algunas han sido recogidas en el parque infantil de la plaza de Salvador Seguí. No es un lugar recóndito. Las tardes de fin de semana aquello suele ser un alegre hormiguero de niños, como el resto de la plaza lo es de adultos.
Ahora, la propina. Esta misma semana, tal vez algún vecino del Raval vio por televisión ‘Pulp Fiction’. La repuso una cadena. John Travolta se enfrenta a un grave problema. Uma Thurman ha sufrido una sobredosis. El protagonista la lleva a su narcopiso de referencia. La escena de la reanimación es inolvidable. Es la versión adulta de ‘La bella durmiente’, en lugar de beso, inyección de adrenalina al corazón. Es cine. Ficción. En los narcopisos del Raval también hay sobredosis. ¿Qué hacen entonces? Pues bajan al muerto o al moribundo a la calle. Que se encargue otro. Y y Z lo han visto desde el balcón de su casa. El Raval anda fuera de control.
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