BARCELONEANDO

El gran día de Luis Le Nuit

Ama a Morrissey, que hoy actúa en la sala Razzmatazz. El sueño es volver a abrazarlo

Luis Le Nuit, en su cama, dominada por The Smiths.

Luis Le Nuit, en su cama, dominada por The Smiths.

ELOY Carrasco

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Luis Le Nuit le espera una jornada de aúpa. A las siete de la mañana se habrá apostado, el primero, en la cola de la sala Razzmatazz. A mediodía le guardarán el turno para que se pueda ausentar un rato, ir a la peluquería a componerse un tupé a la altura de la circunstancia y volver. Y a las ocho, cuando la sala de la calle Almogàvers abra la puerta, saldrá pitando, impetuoso, para ocupar la mejor posición, frente al escenario, y asistir por 39ª vez en su vida a un concierto de Morrissey.Luis Le Nuit (en el carnet del videoclub, Luis Marín Zamora) ha convertido su devoción por el artista de Manchester, exlíder de The Smiths, en una -si no la- razón para vivir. Qué lejos estaba de imaginar algo así cuando, siendo un chaval, un amigo del colegio le pasó un casete con la canción Bigmouth strikes again. El cupido de la música, con sus corcheas como flechas lanzadas por los guitarrazos de Johnny Marr y la voz doliente de Morrissey, le dio de lleno.

Hoy Luis Le Nuit tiene 41 años, un empleo de responsabilidad en una empresa de sellos ("pagado", "urgente", "frágil", esas cosas) y muchas noches y un notable prestigio como DJ, en el mismo Razzmatazz y en otros locales. Es un fan de arriba abajo, y como hoy es un día crucial porque viene el ídolo a la ciudad, Esther Lopera andará tras él filmándolo todo. Esther, periodista y amiga de Luis, rueda un documental, MOZ and I -producido por La Chincheta y en proceso de financiación en Verkami-en el que aborda los cómos y porqués de los fans, sus pulsiones y desvelos. La idea surgió tras la anterior actuación de Morrissey en Barcelona, apenas en octubre pasado, en el Sant Jordi Club. Mientras sonaba Every day is like sunday, nuestro hombre se sintió flotar, ascendió a los cielos del proscenio y de pronto se encontró abrazado a su deidad, que le acababa de llamar "amigo" (palabra que resultó muy útil para que los de seguridad no lo sacaran a hostias). "Me cayeron dos lagrimones -recuerda Esther Lopera- viendo a Luis en el escenario porque sabía lo que ese momento significaba para él. Entonces pensé que la relación Luis-Morrissey merecía ser explicada, ya que todos los que amamos la música y que hemos sido o somos fans podríamos vernos reflejados. Solemos relacionar el fenómeno fan con la adolescencia, pero… ¿quién no quiere sentir la vida con tanta intensidad, eternamente?".

Luis la palabra intensidad se le queda pequeña y la humedad aún le desborda los ojos hablando de ese instante de comunión. Ha habido otras aproximaciones a Stephen Patrick Morrissey. En 1999, en un show en Inglaterra, hizo cima y alcanzó las tablas. "Me arrodillé y le cogí la mano. Pero me he espachurrado muchas veces intentando saltar". Y, un poco atorado por el frenesí emocional de las vísperas, aún no sabe qué puede pasar hoy. Es consciente de que todo depende, casi, de una "alineación de planetas", de que las condiciones se den para repetir el fogonazo de cercanía. "No me quiero llevar una desilusión, iré sin ansiedad".

Se las pasa todas

Cuesta creerle. Tiene más de 200 cedés de Smiths y Morrissey, y otros tantos vinilos. Y hasta un disco de oro que, sospecha, empeñó Mike Joyce, el batería, en un periodo de crisis gorda. Su casa es un museo. Morrissey habita en los pasillos, el salón, el dormitorio, el lavabo. "Es un poco enfermizo -admite-, pero no lo puedo evitar". Siente una empatía fuera de serie con Morrissey. Y está seguro de que él lo reconoce, sabe quién es después de aquel abrazo y de haberlo visto tantas veces en primera fila, en una de las cuales le regaló una camiseta del Barça con su nombre. Acepta que su adorado se ha vuelto "maniático, cizañero y cascarrabias", pero se las pasa todas, es incapaz de mostrarse crítico.

Tamaña predilección viene, revela Luis, de una juventud "tormentosa", muy marcada por la muerte de su padre mientras hacía la mili. Él, además, le había comprado su primer casete de The Smiths "en el Pryca de Badalona" cuando era un chavalín, y para el vacío de su desaparición encontró refugio en esa música y sus versos llenos de suplicios y cicatrices. "De sus canciones, mi favorita es Heaven knows I'm miserable now, y ahora, gracias a élpuedo decir que no me considero un miserable".