BARCELONEANDO

Un mandril en la sastrería

La artista Nu Díaz 'suelta' en Nou de la Rambla un zoo de animales al carboncillo

Un puma negro, de dos metros de altura, preside la entrada del Hotel Ónix, en el número 36 de Nou de Rambla.

Un puma negro, de dos metros de altura, preside la entrada del Hotel Ónix, en el número 36 de Nou de Rambla.

OLGA MERINO

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Todo quisqui encierra una bestia en su interior, la cronista incluida. Pero hay individuos tan versátiles que arrastran consigo el arca de Noé al completo, como es el caso de la artista Nu Díaz (Pola de Gordón, León, 1964), que ha llenado de animales la calle Nou de la Rambla, desde el bulevar que le da nombre, hasta la desembocadura en el Paral·lel. Animales en gran formato, pintados al carboncillo sobre cartón rígido.

La idea de Ánima Animal comenzó a gestarla en diciembre junto con la productora Nadala Fernández, un proyecto que pretendía trasladar la galería de arte a la calle y repartir la obra por los comercios sin interferir con actividad de los botiguers. O sea, que en el bar Pedret siguen sirviendo como si nada cafés y bocatas con la compañía del canario king size que acaba de anidar en su cristalera.

Nu Díaz proviene del arte digital e hipertecnológico, pero llegó un momento en que necesitó reconectarse con la naturaleza y los sentidos, así como retomar materiales tan primitivos como el carbón vegetal. De ahí, el zoológico en blanco y negro, fieras en las que solo refulgen los ojos con pinceladas de color acrílico. ¿Su animal preferido? La jirafa le cae simpática, y a poco que la observes, Nu tiene las pupilas vivarachas y el movimiento elongado de la cuellilarga de la sabana. Lo de Nu es por Nuria.

En total, 60 animales han instalado sus madrigueras en 50 comercios, donde permanecerán hasta mediados de agosto: un mandril en la sastrería Sospedra, un búho en la farmacia Bombardo Vidal, un bisonte para la peletería Prieto, un zorro para el garito de los tatuajes, un caballo en la oficina de los apartamentos turísticos Feel at Home y un león de más de dos metros en el estanco. A la pastelería Pujol-La Estrella, que data de 1895 y es una de las 32 tiendas históricas blindadas por el ayuntamiento, le ha tocado en suerte una rana, y el dueño, Fernando, está feliz porque él suele confeccionarlas de chocolate en el obrador.

La odalisca del Bagdad

En ocasiones, se da una relación chistosa entre el cuadro y el comercio: el paraíso fumeta The Green Rambla, especialista en cannabis, ha colgado un camello morrudo en la pared del fondo; un loro parlotea en el locutorio; en el tabuco del remendón, luce un flamenco, porque es de los pocos rápidos en la ciudad —tal vez el único— que repara zapatos para bailar flamenco (este es un barrio farandulero); y un elefante preside el escaparate de la licorería Torres, tal vez por la guasa con trompa. En el porno-show del Bagdad, no han podido colgar lienzo alguno porque andan con andamios, y el único animal que luce en la fachada es la odalisca de toda la vida, la que emerge de la lámpara del genio.

El diálogo entre la artista y los comerciantes está siendo rico en anécdotas. Los del restaurante paquistaní Rajah arrugaron el ceño cuando se les asignó una tortuga —se trata de una bestia impura para ellos— y no se les relajó el semblante hasta que se la cambiaron por un águila de altos vuelos. Los chinos de la frutería, en cambio, sonríen con su carpa como medias sandías. Son los tenderos quienes hacen de marchantes.

En verdad, de eso se trataba, de convertir en arte la interacción con un vecindario que Nu conoce al dedillo porque habita y pinta en el número 24 de Nou de la Rambla desde hace 25 años. Una calle muy vivida y pisada con esos zapatos negros que calza la artista, que parecen de bailar claqué y se ata con cordón de cáñamo. Una arteria desde la que pudo observar la gran transformación del Chino desde los Juegos Olímpicos.

Si la experiencia funciona, es posible que se exporte a otras zonas, a otros barrios con su chup-chup histórico y multirracial, como Roquetes o Chamartín, en Madrid.

Pasa el butanero paquistaní entre el zoológico de carboncillo pregonando su mercancía en francés, como si estuviera en el Quartier Latin, y confirma que sí, que el arte también se cuece en la calle.