Copitos pelirrojos

Arriba y a la derecha, Locky, suegra y amante de Karl, el macho de la familia.

Arriba y a la derecha, Locky, suegra y amante de Karl, el macho de la familia.

CARLES COLS / BARCELONA

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Los focos de la fama del Zoo de Barcelona tienen a una nueva estrella que iluminar. Bien, en realidad, son siete. Son los miembros de la familia orangután del parque de la Ciutadella, que desde que el pasado 30 de julio estrenaron su flamante y realmente muy espacioso nuevo hogar (han pasado de vivir achuchados en 70 metros cuadrados, a un recinto de más de 1.000 metros cuadrados) se han revelado como unos pelirrojos de hipnótica influencia sobre los visitantes. Copito, es cierto, murió en el 2003 como un icono ciudadano irrepetible, pero no solo era una anomolía de la naturaleza, un albino salvado de una muerte segura en las selvas guineanas, sino que además era solo un gorila, animal de presencia imponente, de acuerdo, pero carente de esa inquietante humanidad que transmiten los orangutanes cara a cara, sobre todo ahora, en Barcelona, en su nueva instalación.

Conviene, antes de seguir, rebobinar 10 años atrás, un poco más incluso. Entonces, se decidió que el Zoo de Barcelona debía ser trasladado de emplazamiento. Aquella propuesta urbanística murió agónicamente, pero mientras estuvo sobre la mesa no se invirtió en el recinto ni una perra. Lo que el macho Karl, su hembra Jawi y su suegra y también concubina Locky disfrutan ahora en compañía de cuatro diablillos rojos es, sobre todo, el resultado de un notable esfuerzo de corregir aquel periodo de desinversión. La instalación es, para tratarse de un zoo, un lujazo. «La respuesta del público ha sido entusiasta», explica Manuel Velasco, cuidador del área de primates y colaborador de Maria Teresa Abelló, la primatóloga jefe de la ciudad, corresponable de concebir para los siete orangutanes un espacio acogedor y, a la par, a prueba de fugas, porque de todas las especies que exhiben los zoos del mundo, ninguna como esta para planificar una escapada. Son los MacGyver del reino animal, certifica Velasco. Tienen un don del que carecen los chimpancés, los gorilas, los bonobos y bastantes humanos: la paciencia. «Que se les ocurra algo no quiere decir que lo vayan a hacer de inmediato», dice el cuidador. Ahí está el caso de un ya fallecido ejemplar de Barcelona que se agenció una llave Allen quién sabe cómo y la guardó celosamente. Se descubrió el pastel cuando le pillaron manipulando una cerradura.

El caso es que la naturaleza les ha dotado de un inteligencia notable, pero la evolución les ha metido en el saco de las especies exageradamente especializadas en un hábitat muy concreto, como los pandas con su bambú, por ejemplo, así que por culpa de los disparates medioambientales que se están cometiendo en Borneo y Sumatra, los siete pelirrojos de Barcelona son también exponentes de un criatura condenada a la extinción antes de 50 años en el peor de los casos o, en el mejor, a un deterioro genético por culpa de la consaguinidad si continúa la actual pérdida de población. Las selvas de Indonesia, su hogar natal, son arrasadas para plantar palma y abastecer así las demandas de aceite vegetal de las grandes multinacionales de la alimentación y la cosmética o, qué mundo este, lo más absurdo, para elaborar combustible biodiésel. Tampoco ayuda que en Indonesia son capturados para ser revendidos como mascotas.

Es por motivos como estos que los zoos, considerados anacronías decimonónicas por sus detractores, tienen aún hoy sentido.

De ese debate ni se enteran, por supuesto, los siete orangutanes del Zoo de Barcelona. Ellos van a lo suyo. A Karl, el macho, se le mantiene estos días preventivamente alejado de las dos hembras, porque ellas están en el largo posparto de esta especie, tres años en los que las crías apenas se alejan de sus madres. Es una etapa deliciosa por la que ya vale la pena la visita al zoológico. Es un tiempo de juego y aprendizaje. Los más pequeños, Baloo y Jadia, dedicaron sus primeros días en el nuevo recinto a enrollar los panes de césped de la zona central, para desespero de los responsables del recinto, pero qué se le va a hacer, son orangutanes y era la primera vez que pisaban la hierba.

Una anciana fuerte y ágil

Así que Karl está en una estancia aparte porque se teme que en un arrebato sexual (nada insólito en esta especie, donde el sexo no consentido es muy habitual) haga daño a una de las crías cuando trate de copular con Jawi o la ya anciana Locky, que a pesar de sus 32 años mantiene una agilidad y una fuerza envidiables desde la perspectiva humana.

Los orangutanes, en resumen, van camino de hacerse un hueco en el salón de la fama animal del zoo gracias a su nueva instalación, y eso que, en verdad, aún quedan detalles por pulir, como llenar el foso de agua con nutrias de Indonesia.

Que no cunda el pánico. Estarán a salvo. Como todos los grandes simios, los humanos incluidos, los orangutanes no saben nadar. Los humanos son capaces de aprender, qué caray, incluso de practicar la natación sincronizada, pero no están dotados para ello. Pero esa ya es otra historia.

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