BARCELONEANDO

Los fantasmas de la ruleta

Collserola oculta entre la espesura vestigios del Gran Casino de la Rabassada

Los restos del antiguo mirador.

Los restos del antiguo mirador.

OLGA MERINO

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Los celtas creían que en noches como la de hoy -Halloween o la víspera de Todos los Santos, que vienen a ser lo mismo- los espíritus de los difuntos pululaban entre los vivos. De manera que esta crónica propone una excursión en plan Iker Jiménez a un lugar fantasmagórico: el Gran Casino de la Rabassada; lo que queda.

Empezó como restaurante y hotel, y el 11 de julio de 1911 se ampliaron las instalaciones con el casino y un parque de atracciones que incluía una montaña rusa con dos kilómetros de recorrido. Jardines con plantas exóticas, fuentes, escalinatas, salas de juego, un chef traído expresamente de París… Un sueño megalómano, indisociable de la pujanza económica de la burguesía y la expansión finisecular de Barcelona por las faldas de Collserola, un macroproyecto que se presupuestó en 2,5 millones de pesetas... Adivina adivinanza, ¿habría entonces 3% en la compraventa de los terrenos?

Hace cuatro años, el historiador Pere Fàbregas y la antropóloga Carlota Giménez publicaron un ensayo titulado 'El Gran Casino de la Rabassada. Història d'un somni burgès' (Viena Edicions), el fruto de 15 años de investigación que culminó también en una exposición en el Museo de Sant Cugat. El libro cuenta que el declive del casino comenzó cuando la dictadura de Primo de Rivera prohibió el juego. Más tarde, durante la guerra, fue refugio contra los bombardeos y sirvió de cuartel a un batallón de carabineros. En los años 40, el propietario, incapaz de reflotar el negocio, decidió derruirlo. Hoy apenas quedan cuatro piedras en pie.

Una habitación 'especial'

Subiendo por la carretera de la Rabassada, a mano derecha, se avista parte de lo que fue la fachada principal, algún arco de estilo neomudéjar por cuyo vano se estirazan las ramas de una higuera. El visitante debe entrar por ahí, a través de los arcos casi cegados por la fronda, para atisbar las ruinas espectrales del casino. Conviene ir calzado con botas porque el terreno presenta desniveles de aúpa y un delirio vegetal de ortigas, enredaderas y ramajes varios con vocación de lianas.

En el recinto se perdieron a la ruleta grandes caudales y algún jugador malaventurado se suicidó para no tener que dar explicaciones a la familia, que siempre son un peñazo. Se dice -y aquí ya entra la leyenda- que el casino tenía una habitación insonorizada con una pistola a mano para que los clientes en mala racha pudieran quitarse la vida de forma discreta. 'Rien ne va plus, messieurs'.

En el bosque, la verdad, atemoriza menos la aparición de un fantasma, el espíritu de un hereu que hubiese dilapidado la fortuna textil al negro impar, que la de un jabalí con ganas de merendar. O, peor, de una rata, ay.

De repente, emergen entre la espesura las ruinas del 'belvedere', el antiguo mirador del casino, lo bastante enteras como para servir de cobijo: aquí, sin duda, vive alguien, y así lo atestiguan una mesa, sillas, varios pares de botas y una americana colgada de un perchero. ¿Será un indigente?, ¿un trotamundos?, ¿un fugitivo? El inquilino no se encuentra el día de la visita y, por fortuna, tampoco su probable perro.

Bosque adentro, también afloran tramos de escaleras tapizadas de musgo, los túneles de la montaña rusa, algún fragmento… La vegetación se ha ido adueñando de las ruinas y ha convertido el lugar en un lienzo de Caspar David Fiedrich, el gran paisajista del romanticismo alemán. Melancolía. El paisaje místico. La pequeñez del hombre ante el misterio de la naturaleza. El recuerdo de que toda ambición es vana.