Los dominios del gato

Viejo, sabio y querendón, el señorial Blackie reina en su esquina de Banyoles con Bailèn

El gato Blackie en su esquina de Banyoles con Bailèn.

El gato Blackie en su esquina de Banyoles con Bailèn. / JOAN PUIG

MAURICIO
BERNAL

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Si este gato hablara, se han dicho los que circulan por esta esquina, o los vecinos, o los clientes de la copistería, si este gato hablara, francamente, lo más seguro es que no dijera nada. Viéndolo ahí, señorialmente aposentado, mirando con inteligencia el mundo que pasa, se han convencido de que este gato debe saber que uno es maestro de sus silencios, y en fin, esclavo de sus palabras, y tenerlo por premisa, y que en caso de saber hablar muy poco cambiaría su relación con el mundo. Seguiría sentado en la misma esquina, inmóvil, o espatarrado en verano, en su cachito de sol, pero al igual que los sabios, simplemente mirando, sin decir demasiado. O diciendo, nada más que con su presencia poderosa, con su imperturbable halo de lord, que hasta donde la vista alcanza se extienden los confines de su reino; y que no hay nada, nada en el interior de esas fronteras que pueda hacerle sombra.

«Es la ostia este tío», traduce Albert Cuadradas, dueño del animal y de la copistería y de la imprenta que hay en la trastienda, es decir, los dominios del gato, el patio donde juega y se pasa la vida. Por toda respuesta, el bigote del animal se mueve, mecido por el viento, en una emanación de imponencia que da sentido a su edad, 19 años, cima venerable para un gato. Alguien capaz de conquistar estas latitudes vitales merece un trato acorde, unas deferencias, y por eso no es raro que dos señoras del barrio se turnen para llevarle la comida, necesite o no, esté hambriento o ahíto, de modo que en la trastienda hay dos cajas a rebosar de pienso gatuno, como los almacenes llenos de un rey. Es altivo, a ratos gruñón, pero no es un gato sin corazón: cuando el dueño lo llama por su nombre el animal acude presto, se despoja de su majestad distante, se impone ser minino y se frota, se refocila, se deja acariciar. Por eso la gente lo quiere tanto. De su pelambre negra le viene el nombre: Blackie. «Aunque estamos pensando en ponerle Indiana Jones», comenta Cuadradas. Porque la semana pasada, el gato vivió una aventura majestuosa: se extravió.

«Ah, sí. Ese gato. Tiene como 19 años, ¿no?». Yolanda van Amersfoort es la presidenta de Gats de Gràcia y sabe perfectamente cuál es ese gato «negro», «señorial», «que está siempre en la esquina de Banyoles con Bailèn». No ostentaría ese cargo si no lo supiera. Su trabajo es tener bajo control cada habitante felino del distrito, y Blackie no es la clase de criatura que pasa desapercibida, aunque uno tenga en su agenda los nombres de medio millar, como ella. «36 colonias y unos 400 o 500 gatos, sí», que es a lo que asciende la población felina en este rincón de la ciudad. Si al viejo gato de los Cuadradas se le ocurriera montar un ejército y lanzarse a la conquista de fronteras, ese sería el botín, un montón de nuevos súbditos, gatos de calle, gatos de parque y gatos de patio interior, toda una subespecie a juzgar por el retrato de la presidenta.

Un felino independiente

«El gato de patio interior es peor que el gato de calle -empieza-. Al gato de calle al fin y al cabo la gente termina por alimentarlo, pero el gato de patio interior no suele tener quién lo haga. Y no puede salir del patio. Y crea problemas entre vecinos, porque si aparece alguien que decide alimentarlo siempre se encontrará con un vecino que se oponga, y hay discusiones, etcétera. O entonces el gato decide irrumpir en las casas en busca de comida, y crea más problemas. Y las gatas, que tres veces al año se ponen en celo, y maúllan y chillan como descosidas, y los gatos se empiezan a pelear por ella, en fin. Por eso es importante tener las colonias controladas, que es lo que hacemos nosotros». Un retrato escalofriante.

Ajeno a estas vicisitudes, el gato Blackie ve pasar la vida desde su sabia atalaya. Algunos han malinterpretado el elegante desorden de su pelambre y tres veces se lo han llevado tomándolo por callejero, pero el gran rey siempre encuentra el modo de volver. Por si acaso, durante un tiempo Cuadradas colgó el siguiente aviso en la puerta: «No agafeu el gat. Ell també es independent». Cuando la gente pasaba veía al gato de ojos amarillos reinando justo debajo del letrero, y se reían.