La fiesta de barrio más popular de la ciudad

La lluvia se apiada de la fiesta de Gràcia

La decoración resiste el golpe de los aguaceros e incluso del incivismo

CARLES COLS
BARCELONA

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La lluvia no se olvidó un año más de su tradicional cita con las fiestas de Gràcia. Llovió con ganas la tarde y noche del viernes. Chispeó aún ayer por la mañana. Lo común otros años era lamentar los daños en la decoración de las calles.  Este verano, sin embargo, no. «¿Ve esos toldos?, pues cuando ya no cabía más agua en ellos se volteaban y caía de golpe en mitad de la calle, pero ni así dejaba de pasar gente», explica Josep, uno de los responsables de la decoración de la calle Fraternitat. Igual de sorprendida estaba ayer Sonsoles, autora de una de las decoraciones que más está dando de qué hablar, la de la calle Progrés, por la que los más pequeños pasan agarrados a las piernas de sus padres. Es un cementerio zombi en pleno despertar. «Fue increíble. Llovía con ganas y ni así dejaba de pasar gente». El sonido de truenos que incluye la ornamentación le daba un plus de emoción a la visita.

Otra plaga que no suele faltar a la cita en Gràcia es la de los excesos, la del mal beber, la de la incontinencia  urinaria o la de la rabia estúpidamente canalizada. Hay pacientes que padecen todos los síntomas juntos. Aunque un poco de todo ello hubo la primera noche, los vecinos que tiran de la fiesta, es decir, los que se ponen al frente de la decoración de (este año) 18 plazas y calles, aseguran que parece que ha menguado un poco, ya sea por la propia lluvia o por la patrulla constante de Mossos d'Esquadra.

CUATRO CALLECITAS / Todo es opinable, pero las hemerotecas confirman que hubo tiempos peores, de antidisturbios en la plaza del Sol y brechas en la cabeza. Aún así, incluso pese a las mejoras, es difícil dar por bueno para los residentes y para la mayoría de los visitantes el espectáculo de la micción, que además suele darse, curiosamente, tal y como retrata el refranero más castizo: picha española nunca mea sola.

De las fiestas de Gràcia podría hablarse solo, si así se quisiera, de los que las estropean, pero sería injusto con quienes aún las organizan y con los miles de personas que las disfrutan. Para estos últimos, Albert Gil, vecino de la calle Llibertat, lanzaba  ayer un acertado mensaje reivindicativo: «¡El sur también existe!». La cuestión es que la mayor densidad de calles decoradas se concentra este año al sur de Gràcia, en cuatro callecitas por las que el resto del año pasa poquísima gente. Son Llibertat, Tordera, Fraternitat y Progrès. En las fiestas del 2013, la última de esas calles se llevó el primer premio del concurso y puso fin así a un largo reinado de Verdi. Fue una victoria de los humildes contra los poderosos cuyo eco parece que aún reverbera.

Lo de Verdi, además, es un caso curioso. Este año solo compite el llamado Verdi del Mig, el tramo central, que a mediados de los 90 se animó a meterse de lleno en la fiesta porque así lo hacían entonces con ganas Verdi de Dalt y Verdi de Baix. «Con los años, nos hemos quedado solos», lamentaba ayer Pere, junto a la vegetación tropical que le ha tenido ocupado durante semanas. Habrá que confiar en que esa perdida de peso de Verdi en la fiesta no sea un síntoma de despersonalización en favor de su vida comercial.